Cuando los seres humanos nos agrupamos en círculos de poder -léase cualquier intento de “democracia representativa” y piramidal-, aparecen juegos de lenguaje, desafíos retóricos y sofismas que buscan legitimar o ridiculizar la gestión del representante de turno.
En los PetroEstados, el acceso a una fuente irrestricta de riqueza por parte del Ejecutivo crea eslabones concéntricos de sicofantes y teruferarios cuya lealtad termina, tarde o temprano, desplazándose desde los ciudadanos que lo eligieron hacia el centro de poder.
En teoría, existen muchos mecanismos para interpelar a los representantes. En la práctica, el único mecanismo que obliga a muchos políticos a acercarse a los ciudadanos es la elección.
Entonces, el discurso desde los márgenes que sostiene la oposición buscará siempre criticar la gestión del Ejecutivo (llegando hasta embarrarla) mientras el Statu Quo o poder constituido justificará todas las acciones del Representante.
En casi todos los países occidentales, estos debates se llevan a cabo utilizando cifras y citando estudios y encuestas. Se desplaza el juego retórico: si la encuesta le conviene al Ejecutivo, la cita y la realza, sin lanzar la más mínima duda sobre los procedimientos utilizados por las Ciencia Sociales. Este escrutinio minucioso, de lupa-en-mano, se utiliza solamente cuando las estadísticas adversan al Ejecutivo.
De esta manera, si algo caracteriza al gobierno de Venezuela, es la desastrosa y pésima coordinación comunicativa que nos permite entrar en las vísceras de la bestia: mientras en otros países los periodistas tienen que investigar y cazar los micrófonos abiertos para procurarse las “verdaderas intenciones” de los representantes, los venezolanos sólo tenemos que esperar el próximo acto fallido del señor Presidente Hugo Chávez Frías.
Así, cuando Chávez en modo “Negro Primero si la naturaleza se opone”, dice que pretende luchar contra la realidad de una contracción económica de 4,5% negando las estadísticas, deja entrever su torpeza y su falta de experiencia en el fino juego diplomático de no mostrar las cartas hasta el final.
Porque seamos honestos: Hugo Chávez no inventó la manipulación de las estadísticas. Es una estrategia que, si se combina con una feroz campaña mediática, puede crear la matriz de opinión según la cual Tony Blair redujo el desempleo en el Reino Unido. Nada más alejado de la verdad: lo que hizo Blair fue manipular el concepto de desempleado, para que personas que trabajaron 6 horas en un mes sean consideradas “empleados itinerantes” y los mayores de cincuenta “pre-jubilados”.
Esta es la razón por la cual la oposición “anti-Chávez” (en el sentido de que se oponen al gobierno simplemente porque no soportan al Presidente) es incapaz de ver más allá de la punta de su nariz, al final de la cual parece haber siempre una verruga venida de Barinas. Aquellos que creemos en un cambio en las estructuras de poder entendemos que esta pelea trasciende la dicotomía “Chávez-Partidos de oposición”; ¿no es por esto que casi la mitad del país se considera Ni-Ni?
No es por “cobardía” ni “falta de ímpetu revolucionario” o lavado de cerebro. Es porque la política que se practica en Venezuela, el juego infantil de vaqueros contra indios que tienen montado los ciudadanos más corruptos y lambucios, es un callejón sin salida.
Al golpear la espalda contra la pared no queda otra opción que descargar el revólver sobre el adversario. La buena noticia es que cada vez somos más los que rechazamos este escenario impuesto, improntado, ficticio; erigido por aquellos que sólo buscan perpetuar las relaciones de poder que han desangrado la riqueza nacional.