The Unesco chronicles

Nota bene: No es que me las dé de anglómano, pero quería que el título de esta serie de entradas se inspirara en el clásico de Ray Bradbury, Crónicas marcianas. Sin embargo, ante mi incapacidad de transformar la palabra “Unesco” en adjetivo (¿crónicas unesqueñas?) y lo poco literario del posesivo (“crónicas de la Unesco”, púaj), pues al final lo dejé en inglés… Qué le vamos a hacer, se aceptan sugerencias.

(En honor a Radiohead y su excelente trabajo musical In rainbows, decidí hacerle un guiño a la banda en este post: Vainas de melómano, pueh.

Everything in its right place
Llega el otoño a París -si es que alguna vez se fue de esta ciudad perennemente gris y lluviosa-, con lo cual aparece el fenómeno conocido como la rentrée o la reentrada: la vuelta al trabajo después de las holgadas vacaciones que disfrutan los europeos (6 semanas al año, ¿qué tal?). Esto significa, más que todo, el triste hecho de contabilizar los euros que dilapidaste en las vacaciones y el encontrarte con la famosa declaración de impuestos en tu buzón de correo, aparte de las demás aves de rapiña que vienen a arrancarte los pocos billetes que te quedan: Las inscripciones a la Universidad, el pago de las suscripciones y cursos anuales que hayas tomado y unos cuantos detalles más, capaces de transformar a los parisinos de parlanchines y amigables compañeros en una playa del país vasco a ogros gritones y empujones en los vagones saturados del metro.

Para mí, todo era igual: Privado de vacaciones debido a la eterna peladera, me contenté con una ficticia “vacación en París” digna de un Homero Simpson que quiere creer que su vida es menos miserable de lo que en realidad es: Caminatas por la ciudad, borracheras en la plaza pública y cenas en los fast food chinos fue lo que mi presupuesto haitiano me permitió durante el descanso veraniego.

Poco imaginaba yo que mi precaria situación pudiera cambiar. Eso, y el hecho de que estoy firmemente convencido que este mundo va pa’bajo y que no hay nada que esperar de él, me han hecho seguir por la senda del monje budista sin esperanza, no porque no la haya, sino porque no me interesa. Así que seguí bebiendo vino barato y concentrándome en lo único que me despierta, escribir, que es lo que me hace pararme de la cama en las mañanas. Nada más.

Fue en la extraña presentación de Caracas cruzada que hice con la asociación con fines de lucro, “vivir sin dinero”, en la Casa de la América Latina, que la vida finalmente me tiró un par de cartas buenas. Un traductor de la Unesco que se encontraba en el público, escuchó la presentación, se compró el libro, se lo leyó y decidió ofrecerme trabajo como mecanógrafo durante las conferencias que realiza la organización.

Así que mi vida dio un giro inesperado: No sólo porque ahora ando paseándome por los lujosos pasillos de la Unesco con carné de identidad y todo, sino que la paga es groseramente estrafalaria. Eso, o que soy más agarrado y pichirre que el tío tacaño que todos tenemos pero, para ponerlo en términos monetarios: Estaré trabajando acá durante tres semanas, tres semanas durante las cuales ganaré una cuarta parte de lo que gano trabajando todo el año en otro lado. No sólo eso, sino que son tres piches semanas. Es decir que cuando me empiece a aburrir y entre en la rutina del trabajo, ¡hop!, por arte de magia el contrato se habrá terminado, evitándome el renunciar o hacer que me boten, que es mi modo de proceder de costumbre. Caí en el sitio adecuado, por esos azares de la vida.

2+2=5
Supongo se preguntarán qué es lo que hago. Yo también quisiera saberlo. Soy el intestino del monstruo, soy Charlie Chaplin en Tiempos modernos, soy una hormiguita de carga. Básicamente, me siento en una oficina esperando que “las comisiones” de la “conferencia general” decidan algo. Cuando ellos deciden que ya saben cómo acabar con el hambre mundial o la escasez de agua, escriben un informe designando una comisión que delegará en sus miembros la discusión sobre el mejor método para acabar con el problema planteado al principio, si es que a estas alturas aún se acuerdan de qué es lo que se supone están resolviendo. Yo recibo en la oficina este papelito con la receta mágica, lo tipeo y lo coloco en el formato adecuado y lo publico en la página web de la Unesco donde se pierde para siempre, ya que nadie lo leerá. Ese es mi trabajo.

Si ustedes leyeron 1984 o vieron la película de Orson Wells basada en la novela de Kafka, El proceso, sabrán a qué me refiero. Yo soy uno de esos escribanos, encerrado en su cubículo arreglando la realidad a punta de palabras. Mi “informe” luego va al comité de lectura, que se dedica a editarlo y agregar valiosas modificaciones, quita esta coma, coloca una tabulación acá, o en el mejor de los casos, hace acotaciones semánticas precisas: Ayer cambié “El comité incrementará el presupuesto” por “El comité aumentará el presupuesto”. Es que si no arreglo eso, la comisión que vela por la hambruna africana no puede trabajar.

Karma police, arrest these men, they talk in maths

Pocas veces había estado tan cerca de un sistema de esta envergadura. Sé que Max Weber proponía a la burocracia como el “tipo ideal” de Estado/sociedad, pero estoy seguro que no es esto lo que él tenía en mente.

Esto no es una organización que combata nada, al menos en la sede donde yo trabajo. Esto es más bien una Iglesia donde los Estados vienen a lavar sus pecados y sentirse bien consigo mismo, gracias al gran confesor Unesco. Todo es “exhortar”, “alentar”, “aupar”, “demandar”; esto y lo otro, donde las acciones concretas tienen poco que ver con lo que acá decidimos. Ayer escribí un reporte referente a la orgía colectiva suscitada por la ratificación de los Derechos Humanos: Todos los Estados aplaudieron el hecho de que los miembros lo ratificaran, se dieron palmaditas en la espalda y procedieron a un onanismo moral digno del Kama Sutra aquél conocido como el Antiguo Testamento. Nunca escribí la palabra “Tibet”, “Birmania” o “Darfour”, pero sí escribí que habíamos “progresado” en Derechos Humanos porque un comité de emperifollados campaneadores de güisqui comiendo abrebocas en el piso siete así lo estimaba.

Hay algo raro en todo esto, algo inherente a la política mundial. Que un carajo multimillonario como Sarkozy, que nunca tuvo que trabajar en su puta vida (si entendemos “trabajar” como lo que hacemos nosotros), venga a hablar del “problema de los obreros” y de lo difícil que es vivir en París con mil euros al mes es algo digno de un cínico. Que alguien que gana 30 mil euros al mes me venga a decir a mí, que no llego ni a mil, que entiende los “sacrificios” de los empleados, es un insulto.

Igualmente, que los Delegados, Ministros y Presidentes de los países occidentales se reúnan a darse golpes de pecho por el hambre en África no es sino una estrategia para que ellos expíen sus culpas. A nosotros nos interesa el hambre mundial, porque ratificamos el protocolo que Vicente escribió. Todo ello haciendo caso omiso del hecho que si no fuera por países bastardos y abusadores como el que ellos representan, no tendríamos necesidad de firmar ningún protocolo desde el principio.

Qué increíble la habilidad de esta gente para identificar problemas y lanzar “alertas” o “programas de concientización” sin hacer el más mínimo análisis de la verdadera responsabilidad que tienen estos países en la creación del problema que dicen combatir.

Si algo he aprendido acá es que eso es la burocracia: Un método efectivo para que los Estados compren su conciencia y laven su imagen delante de los demás.

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