Ideología contemporánea: Entre el fetichismo cínico y el fundamentalista

fetiche_figurine_cuiteLeyendo a Slavoj Zizek me encuentro con su interesante análisis del mundo contemporáneo, dado en claves psicoanalíticas, que parte del concepto de fetiche. El fetiche en este caso es una objetivización o exteriorización de una creencia que se desea rechazar. Es decir, una prenda de ropa que ha dejado un difunto, funciona para oponernos a la idea de que la persona ha fallecido y no estará más con nosotros.

Sin entrar en los detalles de su concepto de “fetiche” (que podrán encontrar en el libro), lo interesante es cómo Zizek utilizará dicho concepto para trazar dos ideologías contemporáneas: la cínico-permisiva y la fascisto-populista, ambas completamente impermeables a la discusión racional.

El cínico-permisivo fetichiza el estado actual de las cosas y arguye que no hay absolutamente nada que hacer para cambiarlas. El cínico-permisivo finge seguir una discusión para simplemente reforzar su fetiche, “yo sé, yo entiendo eso, pero actualmente es imposible…”, por lo cual permite todo avance del statu quo en sus juegos de poder.

mussolini090909El fascisto-populista ignora y desconfía de la argumentación ya que prefiere quedarse apegado a su fetiche. El fascisto-populista está cómodo con la exteriorización de su disconformidad: “la culpa de todo la tienen los judíos”, lo cual erige un fetiche que le permite escapar a un análisis más profundo, donde se pudiese hablar en términos de la repartición de la riqueza, el sistema capitalista, la brecha entre ricos y pobres. Es por ello que el fascisto-populista es tan peligroso: porque su fetiche esconde un verdadero malaise de la cultura. Sin embargo, en vez de plantear la reflexión en términos de la devaluación monetaria de la Alemania de la entre-guerra, el fascisto-populista vertirá sobre este fetiche toda la furia con la cual espera, irracionalmente, que la realidad cambie.

Estos dos extremos son impermeables a la política. No hay discusión racional que convenza a un fascisto-populista de que su fetiche no tiene la culpa de todos sus males. El cínico-permisivo, a pesar de fingir seguir la discusión, volverá a su posición cínica: “sí, pero no hay nada que hacer”. Ambos están satisfechos con su fetiche.

El análisis de Zizek se prolongará para elaborar una matriz de cuatro “ideologías” contemporáneas: (1) neoliberal; (2) fetichista-cínico; (3) fetichista fundamentalista (o fascisto-populista) y (4) critico ideológico. El neoliberal y el crítico ideológico evolucionan a nivel del síntoma ideológico, el primero porque está en pleno centro del movimiento capitalista contemporáneo, el segundo porque se distancia de esta situación a través del análisis. Los otros dos evolucionan a nivel del fetiche mismo y no permiten una interpretación crítica de su ideología.

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Después de proponernos este análisis ideológico, Zizek nos previene:

“De allí que, en lo que concierne a la lucha ideológica, esto significa que deberíamos considerar con profunda sospecha esa izquierda que defiende a los movimientos populistas, fundamentalistas musulmanes en su lucha emancipadora y anti-imperialista ya que están forzosamente “de nuestro lado”, y que el hecho de que formulen su programa en términos expresamente anti-iluministas y anti-universalistas, rozando el antisemitismo en muchos casos, no es sino una confusión que aparece por la inmediatez de la lucha (“cuando se dicen contra los judíos, lo que quieren decir es que están contra el colonialismo sionista”). Debemos resistir incondicionalmente a la tentación de “entender” el anti-semitismo árabe como una reacción “natural” de la triste situación de los palestinos. No debe haber “comprensión” en el hecho de que en muchos países árabes Hitler sea considerado un héroe y un gran hombre, o que el hecho de que en su educación se incluyan mitos antisemitas como el protocolo de los sabios de Sion o que los judíos utilizan sangre de bebés cristianos y árabes para sacrificios ritualísticos. Afirmar que tal antisemitismo expresa un modo “desplazado” de una forma de resistencia al capitalismo no lo justifica en lo absoluto. (…) Aceptar esta lógica errada del fundamentalismo equivale a dar el primer paso hacia la conclusión “lógica” de este argumento: ya que Hitler también quería decir “los capitalistas” cuando hablaba de “judíos”, debería ser ahora nuestro aliado en la estrategia de lucha anti-imperialista global, con el imperio anglo-americano como enemigo número uno. Sería un error fatal pensar que, en un futuro más o menos lejano, convenceremos a los fascistas de que su enemigo “real” es el capital, y que deberían abandonar toda forma religiosa /étnica /racista particular de su ideología para asociarse a las fuerzas del universalismo igualitario”.

Slavoj Zizek, “Primero como tragedia, luego como farsa” (sección “entre dos fetiches”, final de la primera parte).

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La verdadera telenovela de Chávez

chepeFortuna1Señoras y señores: bienvenidos al simulacro democrático del siglo XXI, la versión sudaca de “Dave: Presidente por un día”, en la cual el hermano gemelo y oculto de Chávez toma su lugar para enmendar el rumbo del país. El prisionero de Zenda Asamblea, una novela socialista sin derechos de autor o propiedad intelectual.

Presidente Chávez, el amigo de todos (gracias por existir). Más inofensivo que un teletubbie fumón. El personaje perdido de Calle Sésamo. El estado ulterior de la evolución del dinosaurio Barney. Sólo faltó que se pusiera, como Tío Simón, a cambiar chinas por pelotas. Su próxima visita a la Asamblea será deslocalizada para que puedan hacerla alrededor de una fogata, todos juntos, agarrados de la mano, cantando Cumbayá.

¿Qué pasó, compadre? ¿Se le aguó el guarapo? ¿No y que le íbamos a caer a bofetadas a ese poco ‘e sapos? ¡Plan trituración! ¡Plan demolición! ¡La batalla de las batallas! ¡Vuelvan caras! ¿Cuándo aprobamos el plan “bailando boleros”?

Me prometiste Rambo IV y ahora me sales con Durmiendo con el enemigo. En vez de una salsa malandra, tocaste música de cámara. Cambiaste el bate de béisbol por una raqueta de badmington.

Lo bueno es que los que te conocemos (van 12 años, hermano), sabemos que los niveles de litio en tu sangre volverán a sus cuotas de belicismo habitual más rápido de lo que volvió la oposición a la Asamblea.

Vamos.

Tú puedes.

Militar no aprende a ser demócrata de la noche a la mañana…

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“Las peripecias inéditas de Teofilus Jones” de Fedosy Santaella

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Un colega hace llegar a mis manos este libro del narrador venezolano Fedosy Santaella, cuya originalidad, frescura y propuesta literaria merecen más que una simple nota. Ampliamente recomendable, “Las peripecias inéditas de Teofilus Jones” es una excelente opción para lectores de todas las edades (aunque no demasiado jóvenes, eh) y funciona muy bien en distintos niveles.

Si algo me sorprendió agradablemente en el trabajo de Fedosy fue el respiro de encontrar a alguien tratando de escribir desde su propia trinchera, sin concesiones. Sin ser para nada conocedor del panorama literario venezolano y como simple e ingenuo lector de las pocas cosas que caen entre mis manos, admito que me cuesta entusiasmarme (y no dormirme) con la mayoría de los textos que se me atraviesan. Sin ánimos de criticar a nadie en particular y sin excluirme para nada de la reflexión, el ambiente general de las artes cuneiformes en el país se me hace anacrónico y gastado. Los escritores venezolanos parecemos presos de la literatura argentina de los años ’60: todos quieren ser Cortázar, Sábato, Borges. Con tantas cosas interesantes que trabajar en Venezuela, la mayoría nos empeñamos en escribir cuenticos pseudo romanticones, con largos paseos y reflexiones por un Boulevard entre cigarrillos y café. “La maldición de la Maga”, deberían llamarle.

Del otro lado de la misma calle, encontramos una serie de relatos en primera persona, dizque transgresores, supuestamente rebeldes porque el personaje fuma porros o se cae a pases. El cuento del escritor o estudiante de letras que está –otra vez-, buscando perico por las calles de Caracas para cogerse –otra vez- a una “jeva”. *Bostezo*. Todos somos Bolaño, en la ciudad de los techos rojos. Nada más aburrido, francamente, que un “escritor” que se aparece con algo que bien podría ser un capítulo sobrante de “Los detectives salvajes”, escrito desde la comodidad de una vida burguesa que Bolaño se empeñaba en demoler y rechazar violentamente (y que le costó la vida).

Gracias a Dios existen excepciones. Por ejemplo, el libro de cuentos de Carlos Villarino, “El otro infierno”, donde la voz y la visión del autor aparecen claramente, sin fotocopias, sin demasiados referentes.

Es por eso que me sorprendió gratamente la novela “Las peripecias inéditas de Teofilus Jones”, un trabajo completamente inclasificable. La espiral de delirio creativo que atraviesa el libro lo hace subir in crescendo hasta llegar a algo reminiscente a William Burroughs.

La primera parte (los primeros capítulos de la novela) son los que más me divirtieron, no sin razón. Santaella nos introduce, sin preámbulos, en la vida de su personaje principal, un burócrata que trabaja para la policía de una nación totalitaria, liderada por el “Sacerdote de la nación y Supremo Presidente”. Los empleados devienen “Clones de la libertad” por decreto del Supremo, lo cual los hace instantáneamente felices.

“En tres años me volví en experto de la burocracia al servicio de la policía. Después, cuando El Unánime Benefactor lo decretó, fui un clon. Un clon burócrata en regla, con barba, con uniforme, con las manos largas, con pequeños ojos de hurón, malhumorado y de nuevo virgen (…)”. (P. 47).

Este contexto le sirve al autor para avanzar una serie de críticas y reflexiones sobre la sociedad actual que no escaparán al lector. La novela funciona en gran medida por la fuerza que le imprime el personaje principal, especie de Henry Miller trabajando en Recursos Humanos en Trópico de Capricornio, pero psicodélico. El único goce que tiene Teofilus en su vida es ejercer con saña su pequeña parcela burocrática para joderle la vida a los demás, sobre todo a quienes creen que la tienen fácil.

“Yo soy el laberinto, yo te pierdo, yo te desespero, yo te manipulo a mi antojo. ¡Ah, los sonrientes, los de los dedos fáciles y pródigos, esos son mis preferidos! A ellos los hago volver mil veces, llenar carpetas y planillas, comprar estampillas que no existen, pagar en bancos atiborrados de gente, sacarse fotos con fondos blancos, negros, azules, anaranjados, irisados. Por mí firman mil veces, y mil veces yo les digo que esa firma no es igual a la original, que esa firma varía en esta raya, en esta curvita, que no, que no es aceptable. Bajo mi mandato, deben volver a llenar las planillas. La PG-21, la A-1, la B-12, la XXX-18, la R, la TP, la F-16, la AK-47, la C4, la UB40, la U2 (…) y todas las demás”. (p. 16).

El personajillo, que no escatima en liberar la energía orgónica que le produce tanta burocracia en los baños de su trabajo, será reclutado para una misión muy especial, que lo llevará a enfrentar monjes karatecas, mercenarios belgas, prostitutas (varias), enanos circenses y cantantes de ópera, antes de entender su papel en el futuro de la nación.

Si tienen la oportunidad, échenle un ojo, no se arrepentirán.

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CAP se escribe con “azo” de Porteñazo y Caracazo

En estos días he observado con estupefacción las discusiones en la blogósfera venezolana orientadas a inscribir al recientemente difunto exPresidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, como un gran demócrata. Amén de su desempeño económico (área que no manejo lo suficiente como para hacer alguna acotación significativa), lo que motiva esta nota es la argumentación sostenida en torno a dos de los episodios más cruentos de la historia democrática venezolana, la insurrección de Puerto Cabello o “Porteñazo” y el 27 de febrero de 1989.

El discurso de aquellos que buscan disculpar o minimizar la responsabilidad del exPresidente Pérez en estos hechos apunta hacia la inevitabilidad histórica, es decir, la necesidad de cortar por la raíz la sublevación y los saqueos en aras de preservar la República. Se intenta inscribir la masacre de civiles y la violación de Derechos Humanos que hubo en cada caso, con el manto de un “daño colateral” inevitable.

Permítanme entonces una pequeña digresión al respecto. Cuando se es un Jefe de Estado y se dispone de todo un aparato militar-represivo en la palma de la mano, se exige, no solamente un uso discrecional de tal máquina asesina, sino un alto grado de responsabilidad.

La política se maneja entre dos fronteras claramente delimitadas: la diplomacia, el consenso y la búsqueda de compromisos, en un extremo, y la represión violenta e indiscriminada del otro.

No pretendo escribir loas al pacifismo utópico inaplicable sino poner en tela de juicio el acto de invocación de la fuerza militar, por un lado, y la magnitud de la respuesta, por otro. Es decir, me parece obvio que en ambos casos el espacio para la diplomacia y el debate era inexistente. Las razones de esto tienen mucho que ver con la torpeza política, sobre todo en el caso del Caracazo, donde una cadena de decisiones fundamentalmente tecnocráticas, sin ningún apego a la realidad de la sociedad venezolana de la época, crearon la situación trágica que todos conocemos.

Sin embargo, Carlos Andrés Pérez decidió cerrar el puño del Estado y desencadenar toda su furia sobre la población en una reacción extremadamente desmesurada que dejó, previsiblemente, miles de muertos. ¿Son estos muertos “daño colateral” que pueda justificarse en el marco de una acción legítima del Estado? Obviamente, no.

Tanto en el Porteñazo como en el Caracazo la respuesta estríctamente militar, de restauración del orden público, pudo haber sido otra.

Carlos Andrés Pérez decidió, de manera coherente con su personalidad megalomaniaca y egocéntrica, retirarle el bosal al perro rabioso de la milicia y desencadenarlo en medio de una población civil, con el fin de asentar su posición de dominio político. El exPresidente de Venezuela juzgó necesario afianzar la posición de poder del Estado que él representaba con un torpe y desorientado puño de hierro que dejó como legado una montaña de cadáveres.

Con el inmenso poder inherente a un jefe máximo de las Fuerzas Armadas debe venir no sólo la inmensa responsabilidad en la toma de decisiones que apelen a este cuerpo, sino la inevitabilidad del juicio histórico. Lo siento, pero en lo que al uso de la Fuerza Militar se refiere, no hay espacio para errores de cálculo o disculpas. Cualquier desliz que viole Derechos Humanos y riegue la sangre de inocentes no debe ser perdonado por la sociedad civil, sea en Nagasaki, Fallujah o Puerto Cabello.

Tampoco me parece exagerado exigir que, en la discusión del legado de Carlos Andrés Pérez, estos dos hechos (a los cuales podríamos agregar muchos más) tengan un papel central, en vez de ser relegados a un simple pie de página de su mandato. Igual que denuncié con vehemencia la ilegal guerra en Irak y exijo que esa infame página de la historia norteamericana esté en el tope del expendiente de George W. Bush, no perdida en medio de referencias a otros aspectos de su mandato, me parece justo que los civiles que perdieron la vida por el uso desmesurado de la Fuerza Armada por parte de CAP en 1962 y 1989, tengan la relevancia que se merecen.

Es por ello que afirmo que Carlos Andrés Pérez acudió a la fuerza bruta de manera prácticamente criminal debido a lo desmesurado de la respuesta. No creo tampoco que haya sido un error de cálculo: CAP se valió de la sangre de los venezolanos, primero para forjarse una imagen de aguerrido anticomunista capaz de controlar al país, luego para limpiar los desaciertos de sus apuestas económicas.

Estos dos capítulos no deben ser barridos bajo la alfombra de la historia.

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Relativismo Resorte y demócratas del siglo XXI

Pues sí, amigos, en estas estamos en Venezuela: discutiendo « si es una buena idea » regular contenidos en Internet. Supongo que en el futuro discutiremos la relevancia de la lapidación como vía para reforzar los derechos humanos o la quema de libros como método pedagógico. Pero bueno, bien podríamos estar discutiendo absurdos como el « sexo sorpresa » (que no es, como yo pensaba, lo que le pasó al protagonista de « El juego de lágrimas », Crying game, cuando su « novia » se terminó de desnudar).

Ya he dado mi opinión al respecto: Discutir la intolerancia y la represión es darle un sustrato lógico a estas acciones, aceptar que tienen un asidero racional y que debemos « desmontarlo » o « argumentar en su contra ». Esto es caer en la ópera bufa de simulacro democrático que hemos jugado durante los últimos años, donde se supone debemos desmontar los sofismas más disparatados (« se negó la concesión », no es lo mismo que « se cerró ») en los cuales cualquier apelación a la ciencia ni siquiera mella el argumento contrario (no hay prueba alguna de la relación entre un « videojuego violento » y un acto de violencia; pero nuestro sofista sigue « creyendo que a él le parece que no está muy seguro de eso »).

Sólo logramos ser los payasos que el gobierno señalará como evidencia de que acá sí hubo una discusión democrática, de que el « ágora » expresó la diversidad de opiniones y puntos de vista y que, al final, nuestros gloriosos representantes en la Asamblea Nacional deliberaron con el poder representativo que les confiere la política. La conclusión es que Venezuela, invocando su soberanía y su derecho a la autodeterminación, ha decidido, a través del diálogo consensuado, que acá se va a censurar, cerrar o prohibir, tal cosa.

Es decir, en vez de discutir hasta dónde se debe tolerar la intolerancia, terminamos discutiendo si es una buena idea meter seres humanos en trenes y llevarlos a « campos de reeducación ». Conmigo no cuenten para darle legitimidad a esa discusión.

Lo que me lleva entonces a escribir esta nota es la reacción, predecible, de ciertas bitácoras abiertamente afectas al gobierno, capaces de rasgarse las vestiduras cuando la policía asesina civiles pero incapaces de la más mínima compasión cuando periodistas son molidos a patadas en las calles de Caracas.

Esa preocupación, exclusivamente relativa al contexto y al « grupo » con el cual se identifican los autores, pero jamás relativa a los aspectos legales o a los derechos individuales de todos los venezolanos, nos prefigura el tipo y la calidad de la « discusión » por venir.

En la nota del apparatchik extraordinaire Luigigno Bracci, usted verá su increíble desespero ante la (fantasía) de que María Corina Machado cierre Aporrea valiéndose de la ley de Responsabilidad Social. Obvio. Porque usted sabe, un país incapaz de capturar al asesino de Danilo Anderson o de condenar personas que salen en videos disparando armas al aire libre o moliendo a patadas a los demás, seguramente aplicará la ley de manera imparcial. Ojalá la ley fuera tan eficiente como dice el señor Bracci. Ojalá la ley se aplicara como debe ser en los casos de nepotismo de Cilia Flores, o que la ley de tierras se aplicara sobre los testaferros de « La Chavera » y pudiésemos reubicar damnificados y luchar contra la familia acaparadora de Chávez. Hoy en día, la familia Chávez en Barinas es vecina de todas las demás, porque « La Chavera » es tan grande que automáticamente colinda con todos los demás habitantes del Estado. Exagero. Pero me gustaría ver (en mi fantasía), a Bracci luchando contra todos los terratenientes, no sólo contra Diego Arria (suponiendo que su hacienda estuviese ociosa, lo cual no era el caso).

Esto sería demasiado pedir. Esto sería discutir –iDios mío!- la ley en cuestión, no su aplicación. Es decir, enmarcar el acceso a la información, a Internet y a la tecnología, como un derecho inalienable. Hablar sobre la increíble ventaja que tiene nuestra generación para producir películas y publicar libros, sin tener que pasar por los decididores tradicionales. Que de nada sirve sustituir un grupo de decididores de intereses mezquinos (los comités editoriales de los periódicos) por otro grupo, de intereses igual de mezquinos y políticos (Conatel y la ley Resorte).

Esto es impensable, simplemente porque Bracci no tendría ningún problema en censurar páginas que a él no le gustan, o que le parece vehículan ideas favorables a la dominación mundial de las corporaciones. No es que Bracci esté por la censura. El, como la mayoría de la gente que piensa así, está por la « libertad de expresión », siempre y cuando las ideas expresadas libremente sean predecibles, asépticas e inofensivas. « Libertad de expresión » es Javier Biardeau haciendo una tímida crítica en un periódico, una reflexión que no conduce a nada, sobre la cual todos aseguran, « señala cosas importantes a tener en cuenta ». En cambio, si la caricatura Family Guy toma posición por la despenalización de las drogas (una lucha política reconocida en todas las latitudes), Tarek El Aissami censura el programa y Bracci, porque no tiene vela en el entierro de la despenalización, no dice absolutamente nada. Eso sí: con mi Aporrea no te metas.   

El otro caso es nuestro anarquista virtual preferido, quien es tan cuatriboleado y temerario que censura comentarios en su página. Nada como una buena anarquía regulada, qué cosa más tropical. JRD, quien cree que ser contestatario en el 2010 equivale a escribir « güevo » con diéresis, vuelve a defender al gobierno en uno de sus atropellos a las minorías diciéndonos que, a pesar de que él está en contra de la Ley Resorte, no hay que preocuparse porque los chavistas son todos una cuerda de güevones o unos pan de Dios, y jamás censurarán página alguna. No tienen las bolas de cerrar Globovisión, dice. Por supuesto que el problema de la Ley aparecerá cuando el enemigo llegue al poder; jamás con el aliado de Miraflores. Lástima que las demás predicciones de JRD, de que estamos « en guerra » y de que « caernos a plomo es inevitable », no han dado frutos, « por ahora ». Es triste ver al bloguero tan desesperado. Seguramente intuye que si la gran « guerra de clases » que tanto añora no sucede de aquí a los próximo 5 años, estará demasiado viejo para pelearla y tendrá que quedarse viéndola desde la orillita.

Digamos que esta nota es para subrayar el relativismo psicologizante, que raya en la parapsicología, que intenta adivinar « lo que María Corina » o « el enemigo » harán con la ley y por ello juzga el texto en esos términos. Este es uno de los argumentos relativistas más difundidos en la red venezolana en estos años, y ha servido como justificación para demoler nuestras instituciones y afianzar la autocracia.

Esta gente jamás defenderá nuestra libertad de expresión, a menos que caiga en su definición acartonada y maniquea de cómo se deben discutir las cosas. Sin embargo, su posición está clara: tampoco defienden la censura. Es decir, cuando la Ley Resorte sea reformada para Internet, entre en vigencia y páginas como PanfletoNegro sean obligadas a montarse en el tren que las conduce al Auschwitz virtual, podremos tener la certeza de que Luigigno Bracci no lo aupará.

El simplemente se quedará parado en el andén, encogiéndose de hombros y sacudiéndose la extraña ceniza que ronda el aire y se acumula en su uniforme, mientras anota –no sin tristeza-, el nombre de la página defenestrada.

Estos son los demócratas del siglo XXI.

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poesía y creación

"Un rincón de mesa", de Fantin-Latour (museo d'Orsay)

Uno de mis mentores me explicó, hace años, que leer prosa era una condición sine qua non para escribir mejor, pero que si quería explorar el lenguaje, no había nada mejor que la poesía para hacerlo. “Los poetas trabajan el lenguaje -me decía-, no conseguirás jamás esa exploración en autores de prosa”.

Yo le respondí que la poesía no me gustaba, que me costaba entender de qué diablos estaban hablando pero, sobre todo, que lo que más me desagradaba del tema “poético” era la gente que decía leer poesía. Me refiero al pseudo-intenso que entra a un bar entre nubes de humo y te excruta con sus gruesos lentes de pasta para explicarte que a él le encanta la poesía, que él es tan intenso que se traga unos mamotretos escritos en castellano del siglo XII en la playa, de lo más natural, bajo una sombrilla. Si llegas a decir que en la playa te gusta relajarte y leer novelitas policiales o que la última vez que esperabas tu turno en el dentista te llevaste un librito de Raymond Chandler, no el Amadís de Gaula, él te mira por encima del hombro, con ese tono de desprecio, como vegetariano al que le dices que acabas de comerte un plato de costillas y alitas gigantes de pollo.

Mi mentor, con ese tono de Yoda cruzado con el señor Miyagi con el que solemos recordar a nuestros maestros (a pesar de que lo que dijo fue seguramente algo como, “si eres pendejo, muchacho”), me explicó que hay poesía y poesía. Están los garabatos que cualquier aspirante a escritor avanza, muchas veces para enamorar a una pretendiente, que él llama “poesía”, que suelen ser líneas libres (porque tú sabes, la métrica es para los aburridos) sin rima (“mi pasión no se constriñe a la rima”) casi siempre intitulados “Oda al amor perdido” en el caso de los cursis, o “visita al infierno existencial”, para los intensos.

Eso, y el empeño de cierta educación por hacer que la literatura apeste (como decía Cabrujas), que te obliga a buscar retruécanos y polisíndetos, a razón de cinco puntos la respuesta, en versos aburridísimos de Rubén Darío o cantos ancestrales, es lo que lleva a a la mayoría de nosotros a desencantarnos de esa forma literaria.

Hasta que descubrimos la poesía. Hasta que alguien nos pasa un librito de Rimbaud o Baudelaire, hasta que entendemos la rebeldía de los poetas, hasta que entendemos que ellos han sido engullidos por el sistema para crear una corriente ascéptica, igual que los jazzistas y su música. Es decir, un género capaz de llevar a François Villon a la cárcel, una música jazz rodeada de chulos y drogas, hoy en día reducidos a entretenimiento en salones encopetados para “los cultos”, que escuchan a Charlie Parker y chascan los dedos, que te hablan maravillas de Una sesión en el infierno pero jamás de la Oda al hueco del culo de Rimbaud y Verlaine.

A pesar de que no soy un gran lector de poesía (y soy un lector muy desordenado de todo lo demás, maldita falta de disciplina), es sólo ahora, años después de haber seguido con pasión los versos de Baudelaire y su capacidad de describir y asociar palabras, que entiendo la importancia de la poesía.

Muchas cosas se han escrito en torno a la creatividad, de dónde viene, cuáles son las influencias, cómo nos distinguimos de la copia descarada. Gramáticas de creación, estilos forzados: recuerdo cuando leí, fascinado, a William Burroughs, gracias a su imaginación practicamente sin límites (más que por sus escogencias de temas narrativos, debo decir).

De eso hace como diez años, de esas incursiones en la tupida selva de Burroughs y de los experimentos de Baudelaire. En su momento, intenté copiarlos, escribir en su estilo, experimentar. Nada bueno salió de allí y abandoné toda escritura dizque “imaginada” o como se le quiera llamar.

Fue casi una década después, cuando escribía Yo maté a Simón Bolívar, que esas imágenes empezaron a reaparecer, pero ahora parecía que tenían sentido. Las descripciones tomaron vueltas inesperadas. Entendí la importancia de la poesía. Entendí la importancia de leer buenos autores. Ellos quedan bajo la piel. Te invaden, te envenenan, en el buen sentido de la palabra.

Ellos me hicieron escribir cosas como éstas, hablando de los estallidos populares en Venezuela:

“Caracas era una ciudad vampiro: Aproximadamente cada diez años, sus ciudadanos habrían de sacrificar chivos expiatorios para satisfacer la sed asesina de la capital, que se deleitaba lamiendo la sangre que la policía y los militares rociaban sobre sus jadeantes poros al calmar otro estallido social. Era una ciudad fundada sobre la violencia y la desigualdad colonial, actitudes grabadas en la piel de los ciudadanos condenados a la lucha o la resignación en este Auschwitz tropical situado entre Colombia y Brasil.”

A los poetas, a los de verdad, a los que investigan y crean: Gracias.

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“Perdidos en el laberinto de espejos del Fuerte Tiuna” (Yo maté a Simón Bolívar)

YMSB2(Extracto del libro, “Yo maté a Simón Bolívar“, de su tomo Ying).

El Comando General de las Fuerzas Armadas, ubicado en el quinto piso del Fuerte Tiuna, era la única esperanza que le quedaba al General Wenceslao García para poner algo de orden en la extrañamente caótica institución militar venezolana. Avanzó por los brillantes pasillos hacia la oficina principal donde hasta hace poco habían llovido recriminaciones y acusaciones entre las diferentes facciones de la alta jerarquía militar.

García estaba convencido de la existencia de un plan desestabilizador del cual podía identificar algunas cabezas visibles: El General Braulio Tovar Hernández y el Vicealmirante Fernando Rodríguez Costa. Sin embargo, mientras se acercaba al ojo de la tormenta donde se gestaba la peor crisis militar en la historia reciente de Venezuela, reflexionó sobre la extensión del posible plan golpista: Ni Tovar Hernández ni Rodríguez Costa comandaban tropas, al igual que los uniformados que desfilaban por la televisión privada, lo cual hacía al pronunciamiento parecer nada más que un elaborado bluf.

La situación no podía ser más complicada: Con el país incomunicado y la guarnición de Maracay en las manos de un conocido demócrata y constitucionalista, la división nacional se reflejaba en la institución castrense. La población, la policía y las Fuerzas Armadas eran presos de la más grande desinformación gracias al monopolio de los eventos que realizaban los medios, por lo cual una fractura en el alto mando militar podía fácilmente desembocar en una guerra civil.

García respiró hondo, preguntándose cómo el presidente había caído en la trampa del supuesto bombardeo, un ultimátum lanzado guapetonamente por los militares sin tropa y sin ningún mando sobre la Fuerza Aérea. ¿Estaría el líder del país acabado? ¿Aceptaría renunciar?

Si algo era cierto, era que el conocido golpista que en 1992 apareció frente a las cámaras para lanzar el ya histórico “por ahora” que lo propulsaría a la presidencia seis años más tarde, no era ningún arribista oportuno. A pesar de la imagen que propalaban los medios con maldad viperina, según la cual el presidente no pasaba de ser un guarro de mal gusto que contaba con una increíble e inexplicable suerte, era innegable que el antiguo Teniente Coronel poseía ciertos dones de estratega.

También era obvio que el presidente distaba mucho de ser el arquetipo del político sagaz. La imagen europea, del jefe de Estado gran maestro de ajedrez, capaz de escribir densos tomos de memorias sobre los vericuetos de las relaciones internacionales y adornarse con anécdotas de copas pasadas al lado de los baluartes culturales de mayor alcurnia del primer mundo, no correspondía al verborreico y gritón presidente venezolano.

Wenceslao García se preguntó si los militares alzados encarnados en el General Braulio Tovar Hernández y el Vicealmirante Fernando Rodríguez Costa, habían tenido cuenta de la sutil capacidad del presidente nativo de Sabaneta para escabullirse de las situaciones más inverosímiles. Si bien era cierto que el país carecía de epopeyas militares y políticas equiparables a las visionarias apuestas del joven Fidel Castro, quien le sacó ventaja y provecho a las torpes y binarias lecturas norteamericanas de su continente, el presidente venezolano había mostrado un increíble olfato e instinto de supervivencia para reponerse de las adversidades más infranqueables. Mientras la oposición lo siguiera considerando un inculto rebosante de casualidades fortuitas, un papagayo capaz de evitar las más afiladas montañas gracias a la conveniente e inexplicable brisa de último momento soplada por los aires de la suerte, el presidente los seguiría engañando con su acto de prestidigitación que volteaba la mesa de los taimados planes de los sectores reaccionarios cuando ya cantaban victoria.

El General Wenceslao García abrió la puerta de la oficina principal para introducirse en una acalorada discusión donde diferentes oficiales del alto mando proponían y rechazaban alternativas a la crisis. Se dirigió primero hacia el apartado General Roberto quien, junto con García, había sido uno de los primeros en presentar su renuncia al presidente luego de oponerse a la aplicación del Plan Ávila.

-¿Ya lo trajeron? –preguntó escuetamente García.

-Está en el cuarto de al lado. Acaba de llegar. Le dieron un café, pero yo lo veo tranquilo, aunque está fumando más que una puta presa.

-Qué comparación tan infeliz –exclamó disgustado García-. ¿Va para Cuba?

-Hmm. Eso lo tenemos que ver. Tovar Hernández y Rodríguez Costa quieren dejarlo preso acá –Roberto señaló el otro lado de la habitación, donde los militares disidentes se encontraban conversando con la espalda hacia García. El General se retiró el quepis y se pasó un pañuelo por su sudorosa frente antes de dirigirse hacia los que hasta hace poco fueran sus camaradas.

-General, Vicealmirante –saludó respetuosamente para llamar su atención. Los militares se voltearon, interrumpiendo los susurros de volumen conspirativo, para encarar al General.

Wenceslao García observó, extrañado, la calva brillante, pulida con cremas europeas, del pequeño individuo impecablemente vestido de traje que sonreía calmadamente detrás de los militares. El General arrugó la frente y se salió de sus cabales para preguntar por qué estaba ese sujeto en la reunión del alto mando militar.

-Qué coño hace él aquí.

El pingüino venezolano, cuyo poder, riqueza e influencias se extendían a lo largo del globo entero, se abrió paso calmadamente entre Tovar Hernández y Rodríguez Costa para mostrar una sonrisa complaciente y extender la mano hacia Wenceslao García.

-General, por favor, no se altere. Yo vengo en calidad de representante de la sociedad civil. Estamos coordinando las mejores acciones a tomar para salir de este embrollo. Le garantizo que, sea cual sea su decisión, la cámara de patronos y empresarios, el sindicato de obreros y los medios de comunicación lo respaldamos cabalmente –aclaró el sujeto con el brillo de la yunta dorada que resplandecía en la muñeca extendida de su camisa como ofrecimiento de paz.

Wenceslao retrocedió, confundido. Tovar Hernández y Rodríguez Costa intercambiaron miradas sospechosas antes de volverse hacia el General.

-¿Le pasa algo, García?

-Qué… Qué hace él aquí –balbuceó nuevamente Wenceslao, frotándose los ojos con la mano derecha y señalando al empresario con la izquierda.

-El General tiene razón, señores –intercedió el intruso-. Estos asuntos no competen a la sociedad civil. Sepan que, en su calidad de militares democráticos, cuentan con el apoyo irrestricto de todos los sectores. ¡Viva Venezuela! ¡Viva la democracia! –lanzó, elevando sus manos al cielo, antes de retroceder para abrir la puerta y ausentarse.

Wenceslao García se sintió pesado, como si sus piernas rechazaran el estatuto de General más importante entre todos los presentes. Se sentó, intentando ordenar sus ideas y retomar su aliento. Los demás militares lo escrutaron con la mirada, algo desorientados ante el cuadro desacertado de la cabeza más pesada del ejército perdida en una mirada acuosa.

-Bueno, señores, es hora de pasar a las cosas serias –dijo Tovar Hernández, dando un paso al frente como en las viejas formaciones de cadetes-. El presidente tiene que renunciar y dar paso a la sociedad civil que reconstruirá el país.

-Que renuncie y se asile en Cuba –lanzó uno de los presentes-. Será lo mejor. Vamos a plantearle la situación y arreglamos todo.

-¿Cuba? –interpuso Rodríguez Costa-. Imposible. El presidente va preso, tiene que responsabilizarse por lo que ha pasado hoy.

-¡No podemos meter en una cárcel al presidente de la República! –espetó el General Roberto-. ¿Ustedes se han vuelto todos locos? El primero que lleve al presidente preso, será acusado de rebelión y golpe de Estado al poder constituido.

Tovar Hernández se paseó por la habitación y el silencio sepulcral de un alto mando atrapado por sus propios designios.

-El presidente no puede ir a Cuba. Si lo dejamos reunirse con Fidel, será una pieza de desestabilización que creará el caos en el país desde el exterior. Esa no es una opción.

-Claro, pero si lo metemos en un calabozo en tierra venezolana, no pasarán ni dos días antes de que los grupos que lo apoyan y la gente del pueblo se lance en un rescate suicida.

-A menos –pensó en voz alta Tovar Hernández-, que obtengamos una renuncia firmada. Si el presidente renuncia, no podremos ser tenidos responsables por su dimisión, ¿no? Luego será cuestión de restablecer el orden.

Wenceslao García retomó sus fuerzas, poniéndose de pie para dirigirse a todos los militares.

-¿Orden? ¿Qué orden? El presidente está en la habitación de al lado, depuesto del poder. Yo no sé qué piensan ustedes, pero la única salida es retomar el hilo constitucional. Tenemos que juramentar al presidente de la asamblea. Eso es lo que dice la constitución.

-García, ¿usted vio lo que sucedió hoy en Puente Llaguno? Hay gente muerta, tiroteada por el descalabro político que vive este país. No podemos poner a un títere del presidente. Cualquier persona ligada al gobierno no hará sino obrar para que él vuelva de Cuba o de la mazmorra donde va a terminar. Tal vez sea mejor… -Rodríguez Costa dejó su frase abierta, sin terminar, con un brillo en sus ojos.

-¿Qué? ¡No, no! Compañeros, esto ha sido suficiente. Yo voy a hablar con el presidente. Pero que quede claro: el primero que toque un pelo de ese señor va a ser responsable de una insurrección popular que va a hacer que el bogotazo parezca una gresca de taberna, al lado de lo que se desencadenará en el país.

Wenceslao García se retiró de la oficina descompuesto. Sentía las manos de sus camaradas temblando de excitación ante la posibilidad de defenestrar al mandatario. Sacudió su cabeza ante la idea de lanzar a todo el país a una guerra civil incontrolable.

El General intentó mostrarse calmado y en control de la situación cuando abrió la puerta que retenía al presidente. Lo vio sentado tranquilamente, con un cigarrillo en la mano derecha y una extraña mueca perspicaz de quien ha entendido el juego de cartas que posee el contrario.

Tomó asiento frente a quien hasta hace pocas horas fuese su Comandante en Jefe. Se percató de que Tovar Hernández y Rodríguez Costa se habían colado en la habitación y permanecían de pie contra la pared del fondo. Titubeó, sopesando la posibilidad de voltearse para echarlos del recinto, pero prefirió, al igual que durante todo el once de abril, dejar que los eventos se desenvolvieran por sí mismos, para mantener así una apariencia de coherencia militar frente al presidente. Este sonrió cínicamente y aplastó el cigarrillo contra el cenicero, exhalando una gran nube de humo que se propagó por toda la habitación.

-Entonces, Wenceslao. Qué me cuentas.

-Presidente –Wenceslao hizo caso omiso de su tono amigable-, he venido a pedirle que renuncie. Hemos estudiado todas las opciones y creemos que esto ha ido lo suficientemente lejos. Por el bien del país, por el bien de las Fuerzas Armadas, para detener el derramamiento de sangre: le ruego considere dejar el cargo que hasta hoy ha ocupado.

El presidente estudió el rostro preocupado, de mirada huidiza, del General. Echó la vista hacia la pared donde vio, petrificados como en una formación militar, a Tovar Hernández y Rodríguez Costa, camuflados en la sombra de la habitación.

-Claro, Wenceslao. Claro. Ya esto lo habíamos hablado. ¿No te contaron Fernando y Braulio? Ellos me prometieron garantizar mi integridad física y ponerme en un avión a Cuba. ¿Ya tienes el avión? ¿Cuándo viajo?

El General García sintió su ritmo cardíaco acelerarse mientras veía al presidente inclinarse en su silla y beber un sorbo de café. Sopesó sus opciones: ¿sería una jugada de parte del mandatario? ¿Estaría el presidente tomándole la temperatura al dividido cuerpo militar?

El presidente no podía saber con certeza la situación en la oficina donde los Comandantes y Generales daban tropezones desorganizados buscando la mejor salida. Es por eso que era fundamental mantener el viso de coherencia. ¿Por qué afirmaba el presidente entonces que las condiciones ya habían sido establecidas? Si García se tornaba para interrogar a los militares rebeldes, no sólo dejaría al descubierto la formación improvisada del alto mando, sino que sería abdicar su cadena de mando a favor de dos militares sediciosos que ni siquiera comandaban tropa alguna.

El General intentó mostrar algo de la firmeza atribuida a su cargo, al mirar al presidente y decirle:

-Eso no va a ser posible, presidente. No se puede ir para Cuba.

-¿Ah, no? Mira qué vaina… ¿Y entonces, García? ¿En qué quedamos? ¿Me van a meter preso?

-Usted ya está preso, señor presidente. Lo que le pido es simplemente que firme su renuncia.

El presidente no pareció reaccionar ante la afirmación de Wenceslao. Estiró los brazos y lanzó un bostezo cansado, casi aburrido. Luego de conocerlo de cerca, el General rogó que no se lanzara en uno de sus soliloquios típicos, llenos de capítulos pintorescos sobre la infancia descalza en Barinas y las andanzas heroicas del joven Teniente Coronel en la frontera venezolana.

El presidente bajó los brazos, retomó su compostura y meneó la taza de café, hundiendo su mirada en lo que quedaba de oscuro líquido.

-Así son las cosas, chico. Al final, si no te tomas el café cuando está caliente, lo que te queda es conformarte con esta asquerosidad. Pero sabes qué, Wenceslao, hay algo que estás olvidando, hermano. Yo no vine aquí preso –afirmó el presidente, tornándose súbitamente serio e incriminando al General con su mirada-, yo vine aquí para hablar con los Generales. Con todos ustedes. A mí me prometieron un avión para Cuba, ¿y sabes qué? O me das mi avión o no renuncio, chico. Y ahí sí que van a tener que ver qué hacen. Métanme preso, que amanecerá y veremos –concluyó el mandatario, estampando su taza sobre la mesa.

El General García hizo lo posible por disimular el enrojecimiento de su rostro. Pensó en levantarse y empezar a repartir bofetadas: Al presidente, por su eterna soberbia; a Tovar Hernández y Rodríguez Costa, por ser tan torpes y haber subestimado al antiguo golpista. Se puso de pie y se excusó balbuceando que había recibido nuevas informaciones que tenían que ser consideradas de inmediato. Invitó a los militares a acompañarlo y, al salir de la habitación y cerrar la puerta, sintió la soga histórica apretarse en su cuello, mientras pensaba en Mary Bastidas y el rol que le sería asignado en la posteridad venezolana. No era tiempo para auto-evaluaciones, ya que, mientras más avanzaba el tiempo con el ineluctable drenar del reloj de arena, más se enterraba el General en el pantano de la complicada conspiración militar de esa tibia madrugada de abril.

Yo maté a Simón Bolívar, una novela en dos tomos editada por Ediciones Masa, está disponible en Amazon.

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Una entrevista en línea

El blog “Tinta nocturna“, animado por Alan Dalloul desde Maracaibo, Venezuela, me pidió que respondiera unas preguntas. La verdad que no pensé que tendría tanto que decir hasta que me senté a ordenar las ideas. Nos paseamos por algunos libros, la experiencia creativa y la pregunta de siempre, por qué se escribe. Terminé, sin querer queriendo, diciendo cosas como éstas:

“Querer crear, querer escribir, es un acto seminal de rebeldía que nos obliga a enfrentarnos a nuestras dudas más incipientes (seré bueno en esto, tendré algo que decir, etc.) y nos coloca frente al vértigo de un futuro incierto. No entiendo, ni comparto, los escritores que pretenden reducir la creación a una zona de comodidad controlada y agradable: quieren tener su salario de 15 y último garantizado, quieren « entrar » en círculos de influencia cultural y, lo que es peor, le tienen miedo al riesgo (en estilo y temática) por perder esa pequeña cuota de poder. Escribir, para mí, es negar esa vida que comúnmente nos traza la sociedad (cómo cuestionar los valores de dicha sociedad si no), no prolongar las prácticas clientelistas de un partido político, sólo que rodeado de amigos que saben algo de ortografía y narrativa”.

Pueden leer el resto de la entrevista aquí.

Este proceso ha sido extraño, debo confesar. Me refiero al camino literario. Lo único que podría agregar a la entrevista es que, cuando las cosas dejan de ser importantes, es que se dan. Francamente, hoy por hoy, me importa un bledo que me publiquen o me lean. No me quita el sueño (de allí que siga este diálogo autista, gritando en el ciber-desierto, conmigo mismo). Entonces, es paradójico que, cuando finalmente estoy contento en mi esquina, las cosas se empiecen a dar.

Tal vez eso sea lo único que tengo que decir por ahora: el que quiere escribir, que escriba. El que quiera ser publicado, entrar en círculos literarios y aparecer en televisión, que vaya a las fiestas y trate de jalarle bolas a todo el mundo, por más horrorosa que sea su literatura.

En Venezuela tendemos a olvidar eso. Tendemos a apurarnos, a querer ser reconocidos y leídos. Ese no es el punto de mi escritura. Personalmente, con todas mis limitaciones y errores, estoy orgulloso de haber escrito lo mejor que podía “Yo maté a Simón Bolívar“. Por supuesto que estoy sorprendido (y agradecido) que la gente de Masa Editorial sea tan suicida que actualmente quiera publicar la novela. Pero ese es otro tema, del cual sé poco. Lo único que me quita el sueño (o, en estos momentos, me da paz), es saber que capítulos como “Beban mi sangre” son lo mejor que pude escribir en ese momento.

Creo que nuestra generación tiene las herramientas y el acceso a una tecnología de punta, que nos permite ser verdaderamente libres. Personalmente, me interesa explorar más esas posibilidades que pasar por los medios tradicionales, de feudos de poder, donde hay que jugar un juego extraño de favores para existir. Abramos los ojos, gente: sí se puede hacer cortometrajes sin dinero, sin apoyo y sin nada. Sí podemos publicar. En fin: sí se puede pensar fuera de los límites preestablecidos.

El año que viene seguiremos experimentando con las creaciones independientes y alternativas. Por allí viene otro Niu Imaginarium. Por allí estamos montando un proyecto alternativo con algunos anarquistas de internet.

2011 va a ser divertido…

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“Beban de mi sangre” (Yo maté a Simón Bolívar)

YMSB2(Extracto de la novela doble, “Yo maté a Simón Bolívar“. Primer capítulo del libro Yang).

Beban de mi sangre

Siento sus pesadas botas pisotearme. Una estampida de nacionalismo –hoy desarrollaremos al país- dicen, mientras oprimen mi garganta e intentan violarme con sus tubos de acero.

Finalmente eyaculo, un chorro de semen cayendo en el rostro del dictador Gómez y salpicando a las potencias extranjeras.

Los nutro, permito que me chupen, sus avariciosos dientes royendo mis venas hinchadas, succionando mi corazón.

Ellos padecerán, ellos verán los diablos que salen de mi alma.

Habrá fiesta, habrá regocijo, al final todos vestirán oro, sin percatarse de que los llevaré al hoyo negro, que mezclaré su sangre y sus huesos hasta convertirlos en un líquido rancio.

Soy un abanico de posibilidades. Soy la libertad. Conmigo no habrá restricciones, no habrá moral. Todo lo pensarán, todo lo harán para beber de mi boca. Traicionarán, denunciarán, torturarán y matarán. Siempre vendrán pidiendo más. ¡Soy la droga perfecta!

Yo los espiaré. Me deslizaré bajo sus pies, oculto entre inmensas capas de tierra. Sentirán mi presencia, el imán de la riqueza atrayéndoles con su canto de sirena:

-Por qué no somos más adinerados –preguntarán en voz alta-, por qué no tengo una casa grande.

Estiraré mi barba mefistofélica para escurrir gotas que los alegrarán. Habrá inversión extranjera. Multiplicaré el empleo al antojo de sus políticos.

Las naciones desfilarán y venerarán este país, incluso a veces el respeto será sincero.

Seré una lanza, un arma diplomática. Tronarán los gritos en las salas de discusión, compraré alianzas y mantendré la máquina aceitada y andando.

La orgía durará siglos. Crearé lagunas enteras de betún donde ellos se bañarán y beberán hasta saciarse. Los cuerpos se revolcarán haciendo el amor en mi lodo de combustión y gula.

Algún día desfalleceré, pálido e incapaz de hacer girar el molino. Pero ellos no lo aceptarán. Tratarán de reanimarme, introduciendo tubos en cada centímetro de mi piel.

Y cuando se resignen y desistan en su tortura desesperada de mi carne, jamás serán agradecidos. No mirarán la época pasada con satisfacción y placer. No verán lo privilegiados que fueron.

Mientras me marchito y me seco, no puedo dejar de pensar en lo torpe y corto de vista que ha sido este grupo de seres aglomerados en un terruño que porta la cicatriz del Orinoco arañándole el Amazonas.

(Novela disponible en línea en Amazon.com. Libro Ying, libro yang).

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Yo maté a Simón Bolívar

YMSB2Una novela, disponible en línea en Amazon.com. Un intento de construir narrativa de ficción sobre la delgada línea roja de la realidad: el 11 de abril del 2002, o el “nain ileben” (9-11) venezolano.

Una realidad, dos lecturas, dos protagonistas: “Yo maté a Simón Bolívar” está compuesta por dos libros, ying y yang, que se complementan, se entrecruzan, a veces se funden en un solo relato. Los mismos hechos se narran desde extremos opuestos, por lo cual la lectura del libro debe considerarse incompleta si no se aborda “el otro lado”, sin importar cuál lado se ha leído primero.

Dos Historias, dos versiones de los hechos, dos bandos radicalmente divididos y enfrentados a ultranza.

Un solo país.

¿Quién mató a Simón Bolívar?

Acá les dejo la contraportada del libro. Estamos trabajando en la versión física en papel del texto, que reproduce de manera más fidedigna la idea inicial que tracé para el libro, en lo que se refiere a estilo y edición. Este libro “edición de coleccionista”, comprenderá *ambas novelas*, una contra la otra, con dos portadas y ninguna contraportada. El lector puede empezar a leerla desde cualquier “lado”.

En estos días publicaré por acá algunos capítulos representativos, para que puedan ver el estilo y la intención que se avanza en la narrativa.

Contraportada
11 de abril de 2002. En el Centro de Caracas, a escasas calles del Palacio de Miraflores donde se encuentra el Presidente de Venezuela, suceden enfrentamientos armados donde caen abatidos decenas de ciudadanos. La crisis institucional, social y política que le sigue constituye el polémico escenario sobre el cual se teje uno de los proyectos literarios más arriesgados de la literatura venezolana contemporánea.

A través de dos personajes opuestos pero complementarios, la novela Yo maté a Simón Bolívar pasea al lector por los discursos predominantes utilizados por el gobierno y la oposición, a la vez que construye una complicada telaraña de intrigas y tramas diferentes. Valiéndose de una diversidad de estilos tomados de la novela negra, la narración en primera persona, el surrealismo y las mangas japonesas, Yo maté a Simón Bolívar nos presenta un país radicalmente dividido donde se construye una novela que debe ser leída “desde ambos lados”, ying y yang, para ser entendida a cabalidad.

Vicente Ulive-Schnell (Caracas, 1976) posee una licenciatura en Psicología Clínica y Social, un Master en Etnometodología y un Doctorado en Filosofía del Lenguaje. Esto le ha abierto las puertas a excitantes ofertas laborales como barman, niñero, guía turístico, vigilante nocturno, profesor de maternal, obrero de mudanzas y demás. Es autor de 3 novelas, Anécdotas de la decadencia caraqueña, Caracas cruzada e Historias de un arrabal parisino. Miembro del colectivo independiente de creadores Niu Image, ha escrito y realizado varios cortometrajes; también organiza proyecciones, conciertos y lecturas, durante la manifestación alternativa e impredecible Niu Imaginarium. Fue una de las figuras emblemáticas de El nuevo cojo ilustrado y ha colaborado en varias compilaciones de escritores latinoamericanos.

(Yo maté a Simón Bolívar está disponible acá: Ying y Yang)

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