¿Para qué pueden servir tus impuestos? El festival "París en letras"

Paris en lettres

De la noche a la mañana me topo con una carpa de circo inmensa, erecta, como quien no quiere la cosa, en medio de la Plaza de Stalingrado. La flaca, eterno hilo de Ariadna entre mis ideas autistas y la realización de que existe un mundo exterior, me explica que se trata de un festival literario de una semana en París, no sin antes lanzarme la mirada ésa de este-me-está-jodiendo-porque-no-puede-ser-tan-ignorante, con que te recibe la gente “informada” cuando confiesas que no sabes si “High School musical” es una obra de teatro, película o presentación de fin de año adolescente.

Así que, después de salir arrastrándome de la sala de cine luego de ver “El anticristo” de Lars Von Triers (versión no censurada, por supuesto), decidimos aplacar las ganas de lanzarnos al Metro que te da la película con unos tragos de Absenta que seguramente venderían en la carpa, simplemente porque festival literario que se respete tiene que vender Absenta.

Al interior y luego de conformarme con una cerveza pilsen de lo más normalona (dónde están los poetas malditos cuando hacen falta), nos instalamos para escuchar –créanme que esto no puede inventarlo nadie-, un maratón literario, desde las once de la noche hasta la madrugada, a cargo de los miembros actuales del OuLiPo.

Ahora, aparte de lo que puedan decir ciertos cabezaegüevos sobrevaluados y ombliguistas sobre manifestaciones literarias como las Jornadas de la Nueva Narrativa Urbana (sí, les quedó lindo, muchachos, qué despliegue de inteligencia), esta lectura en Stalingrado es todo lo que la escritura puede ser: Atrevida, divertida y picante.

Los que conocen el OuLiPo estarán al tanto de sus juegos y experimentos estilísticos, aparte de su humor particular. Así que, hacia las dos de la mañana, con la luz tenue del lugar y las cervezas empezando a hacer efecto, los lectores nos deleitaron con narraciones cargadas de sexualidad y picardía que hicieron que aquellos que estaban en pareja empezaran a derrumbar muros sociales.

Uno de los escritores apareció con un mazo de cartas que contenía una palabra o frase en cada lado y, luego de proceder a barajar el mazo, presentó un poema cut-up happening rarísimo. Claro que un loco interrumpió el acto para auto-declararse, de lo más Agustín Blanco Muñoz, el único poeta “verdadero” que quedaba del OuLiPo. Empezó a leer un texto y fue invitado a desalojar la sala mientras gritaba algo originalísimo sobre la libertad de expresión.

Pero eso no fue todo: Al día siguiente, después de participar en un evento de intercambio de libros (donde me deshice de esos ejemplares que te regalan en tu cumpleaños gente que obviamente no tiene la más remota idea de tus gustos) y salir caballo blanco con un ejemplar de Pennac editado por Gallimard, fuimos al “baile literario”.

No podía creer mis ojos. Al interior de la carpa, gente de todas las edades estaba reunida para escuchar un grupo de escritores presentar un trabajo por capítulos. La muchedumbre, aglomerada en el piso o en bancos a los lados, engullía cervezas y reía ante los desatinos románticos y sexuales del protagonista.

Al final de cada texto de 3 o 5 minutos, un deejay colocaba música relacionada con el texto y el ambiente se transformaba estrepitosamente: La gente invadía la pista, se ponía de pie y bailaba con ese estilo tan epiléptico europeo que los caracteriza. Finalizada la canción, el público tomaba asiento y reía mientras seguía la historia que les llegaba desde el escenario.

Yo nunca había visto nada tan civilizado, sobre todo gratis. Francamente –y porque estamos entre panas-, me sentí frustrado, envidioso, impotente; era una manifestación tan genial, de ese tipo de cosas que te da ganas de seguir haciendo proyectos descabellados (y, gracias a Dios, te quitan las ganas de suicidarte que te da la película de Von Triers).

Para eso y no para financiar comitivas bebiendo vino Petrus, es que sirven los impuestos, para hacer manifestaciones y festivales no-rentables, sin finalidad económica, pero con un gran potencial humano, con la capacidad de crear conciencia de ciudadano en la gente.

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