En Latinoamérica lo que hace falta (siempre) es un militar que ponga orden…
El problema no se trata de las posturas particulares de cada uno de nosotros, si apoyamos o no la reforma constitucional. Se trata simplemente de establecer una realidad: ¿Es posible en Venezuela llevar a cabo una oposición al proyecto de reforma constitucional avanzado por el gobierno? ¿Es posible correr con otra suerte que la del General Baduel, acusado de traidor por exponer su punto de vista? Y si concedemos que esto no es posible, ¿de qué tipo de democracia estamos hablando entonces? ¿Una democracia donde no existen lecturas alternativas, donde todo el que trate de razonar pasará por gobiernero o traidor?
¿Qué pasó con la revolución bonita donde todos íbamos a explorar y construir modelos alternativos? ¿Qué pasó con el cuento del Psuv, donde todos estábamos llamados a “debatir” la forma del socialismo del siglo XXI?
Cualquier persona, de la tendencia política que sea, concederá que en Venezuela las posibilidades de diálogo están siendo reducidas drásticamente y que se impone la descalificación y el ataque al contrario. También podríamos ponernos de acuerdo en torno al hecho de que la intolerancia y el aplastar al contrario no tiene nada de democrático.
Esto es lo que yo entiendo por democracia: un espacio en el cual todas las tendencias, sin discriminación, tienen derecho a existir y expresarse. Esto significa, (1) aceptar que nadie tiene una preeminencia moral sobre el otro, que nadie tiene derecho a censurar, callar, o reprimir al otro por pensar distinto; (2) que toda tendencia, por más odiosa que nos parezca, tiene derecho a existir.
Es muy fácil andar por ahí llenándose la boca de cantos a la democracia cuando estamos de acuerdo con todos los discursos existentes en la esfera pública. Nuestro talante democrático se ve retado justamente cuando asumimos que alguien posee ideas totalmente contrarias a las mías, que las encuentro intrínsecamente erradas y hasta malvadas pero que reconozco el derecho que él tiene de pensar de esa manera. Me refiero, por ejemplo, a la existencia de tendencias racistas o supremacistas, por ejemplo. Yo no entiendo, ni comparto o jamás podré siquiera hablar con alguien del ku klux klan, digamos. Creo que cualquier acción de parte de ellos debe ser combatida con vehemencia en el marco de la legalidad. Pero no creo que alguien deba ser perseguido por tener las ideas que sea. El hecho de que el klan exista en la esfera pública demuestra lo descabellado de sus ideas y permite que las personas evalúen ese disparate anacrónico en toda su estupidez, rechazando ese discurso y escogiendo otro. Las ideas se combaten con educación, no con censura o descalificación.
En Venezuela, esta sutil diferencia ha sido ignorada. La gente no entiende que puedo estar en total desacuerdo con las ideas de alguien pero entender que él tiene el derecho de creer que sus ideas son legítimas. Que el hecho de que existan ideas diferentes es justamente lo que hace a la sociedad sabrosa, y que mientras más discuto con alguien que tiene ideas distintas a las mías, más me doy cuenta de la fuerza y verdad de mis propios argumentos, de sus errores y reflexiones que tengo que profundizar porque no tengo la verdad en la mano.
¿A qué le tienen miedo? ¿Por qué burlarse y reírse del contrario? ¿Por qué no escuchar el contenido de las declaraciones de la gente y combatir eso, el contenido, la crítica, no la persona?
Esto existe de lado y lado. La oposición, en su análisis ridículo y reductor, supone que todo el chavismo está ahí por clientelismo, por aprovechamiento, por corrupción. Desconocen las iniciativas de gente que, a pesar de que apoya al gobierno, lo hace porque cree verdaderamente que es una mejor forma de mejorar las cosas en el país. Ignoran y se burlan de movimientos de base que han conseguido poder político y por ello no entienden cómo alguien puede genuinamente apoyar al gobierno, sin contrapartida económica o política. Se equivocan, y por eso nunca entenderán al grueso del electorado chavista.
Los gobierneros, por su parte, han realizado un esfuerzo loable por aplastar cualquier crítica o disidencia, verticalizando la reflexión y creando espacios del no-pensar de lo peorcito. Grupos como la AN son gobernados por el miedo, miedo a ser el primero en decir que el rey está desnudo y sufrir una baduelización.
La pregunta es: ¿Cree usted que el proceso de baduelización se profundizará si gana un “sí” a la reforma? Cuando veo los insultos, los improperios y los asaltos a la gente que ha manifestado su no-apoyo a la reforma, francamente, me dan escalofríos. Pensar que si el gobierno gana en las elecciones, se reforzará este método, de persecución y asalto al que diga ‘no me parece’; de barrer bajo la alfombra los escándalos cuando es obvio que se es culpable (el caso Antonini); y de tergiversar propósitos e inventar justificaciones insultantes al lector para explicar los excesos del gobierno (nadie reconocerá nunca en el gobierno que interrumpir una intervención de Zapatero, por el motivo que sea, es una grosería y un error diplomático); todo esto es algo que pocos concederán es “democrático”, entendiendo lo que se quiera por esta palabra.
Es por ello que no creo que se pueda evitar la baduelización: el subrayar dudas e incongruencias, en el campo que sea, sin ser execrado y sometido al escarnio público. El que vea algo positivo en que le caigan a gritos a alguien, que acusen al otro de corrupto o que quieran linchar chavistas u opositores, esa gente, que no es poca (una revisión de blogs venezolanos me dará la razón), son la traba principal a la libertad y la democracia en Venezuela. Que se entienda bien: de la tendencia que sea. Opositores que dicen, ‘no poder hablar con chavistas’ (y no en esos términos específicamente) u oficialistas que andan siempre blandiendo la amenaza de que bajará el pueblo soberano a quemar todo y blabla, lo cual se supone les da la razón (lógica extraña, no me negarán), son los bandos a neutralizar para avanzar en la construcción de un país.