Un tríptico capicúa. Nuestras sociedades “venden” modelos de vida según los cuales se supone seremos medidos… ¿No te sientes inútil leyendo un blog? Todo el dinero que pudieses estar haciendo, la comida chatarra que pudieses estar disfrutando… Solamente queda una pequeña reflexión. Aquí no hay dinero, hay ideas. Eso no vale, nada, lo sé, pero sigue leyendo si te atreves…
José.
José cerró la puerta del cuarto de su hijo con algo de consternación: estaba seguro de que olía a marihuana. José Alberto -o Cheíto, como le decían al junior– lucía distante, perdido, con sus ojos ocultos detrás de una maraña de pelo en huelga de peine desde quién sabe cuando. José suspiró, se aflojó la corbata y se dirigió a su recámara.
-¿Qué le pasa a Cheíto, Verónica?
-Hmm, tú sabes, lo mismo de siempre. Se la pasa encerrado en ese cuarto todo el día escuchando música y sin hacer nada -Replicó su esposa mientras se arremangaba las medias panties. Siempre tenían sexo los miércoles, y hoy, por desgracia, era miércoles. José también comenzó a desvestirse.
-Hay que hablar con él -sentenció-. No es sano que se la pase ahí haciendo dibujos y escuchando esos grupos horrorosos. Es que ya ni patineta hace.
Verónica, echada como una rana platanera en la cama, asumió la posición de costumbre. Esta noche pensaría en George Clooney. Se había prometido no repetir galanes en semanas continuas, pero la estrella de Hollywood de verdad que era un bombonazo. José pasó la mano por las estrías de su esposa y se preguntó si las piernas de Kate Moss estarían retocadas por computadora para no tener la más mínima arruga. Antes, añoraba los miércoles, ahora ya le daba igual.
Cheíto.
José Alberto se encontraba indefenso en la mesa del desayuno. Se sentía como un portero en el minuto ochenta y nueve a quien le pitan un penalti. El remate era inminente. Trató de desvanecerse en el plato de Fruti Lupis, pero sólo logró huir algunos minutos del sermón.
-¿Qué quieres hacer en la vida, hijo? -Rezongaba la voz del otro lado de la mesa.
-¿Eh?
-¿Quieres ser, no sé, ingeniero, doctor, abogado?
-No sé, viejo? ¿Hay que hablar de eso ahora?
-¡Pero es que no tienes ningún proyecto! Te la pasas ahí, encerrado todo el día…
-Papá, no quiero hablar de eso, ahora…
-Es que nunca quieres hablar de eso. Nunca. Contigo todo es “después”, “no sé”, patatí patatá…
-Ay Dios…
-¡Siempre rezongando! ¡Buena vaina que me echó Dios con este hijo mío! -José golpeó la mesa, casi volteando la tasa de Nescafé decafeinado (la cafeína lo ponía nervioso).
-¿Qué pasa? -Intervino Verónica. Cheíto no lo podía creer. Era como una lucha libre venida del infierno: Dos contra uno, y él solo en el ring.
-Tu hijo. Háblale -Acotó José, frotándose los ojos.
-Chuíto, pero si tu sabes que te queremos. Lo único que nos interesa es que seas feliz. ¿Por qué no puedes ser feliz? Ya no eres un niño, tienes que tomar algunas responsabilidades, pronto vas a ir a la Universidad…
Cheíto se sacudió la mano del hombro, se levantó y tiró el plato en el fregadero. Tomó su bolso y se fue a clases, sin decir nada. Esperaba poder pasar por el kiosco de la esquina a comprar cigarrillos.
Verónica.
Los jueves eran los días de su pequeño placer. Después de pasear al perro y hacer algo de limpieza (la señora venía igual los martes, entonces no había que matarse), se dedicaba a pasearse a sí misma: Sus manos volaban por encima de los catálogos de peinados, escogiendo exactamente el corte “correcto” para la ocasión. Ser “bella” no era tarea fácil. Su cabello debería combinar perfectamente con su tipo de cara y no ser tampoco demasiado largo. Siempre despreció su pelo de espaguetis, grueso y algo ensortijado, y secretamente se lo planchó para quedar como Victoria Beckham hasta que José la descubrió un día y le aclaró que no le parecía importante (Fue entonces que se dio cuenta de que lo amaba). Debería apurarse. Luego de la peluquería, tenía que pasar por el cosmetólogo y recoger cremas para la cara. ¿Cuándo cambiarían el carro? Eso le deprimía. En teoría, este año tocaba, pero por culpa del maldito gobierno, habría que esperar cincuenta semanas más. Verónica se alejó, dejando tras de sí una estela de Yves Saint-Laurent lo suficientemente espesa como para matar a un perro pequeño de asfixia.
Cheíto.
…y siempre se la tienen que agarrar conmigo, cómo quieren que los soporte, si ni ellos se soportan. Patética, la vieja, tratando de ser joven otra vez. Y el maldito viejo, que llega siempre con cara de depresión, quejándose del trabajo y de su jefe, y después me pregunta qué quiero hacer en la vida.
No sé. Cualquier cosa que no me haga terminar en tu estado, viejo. Con esa corbata de payaso, que ni de marca es, con una esposa obsedida por las arrugas y un hijo que… Bueh, no te digo que me ponen los nervios de punta. Su madre. Cuando tenga diez y ocho me largo, así sea para el ejército…
José.
-Vamos a comer, pues. Cheíto: vamos. Vamos ya. No, que apagues la pleiesteichon. No sé, lo pones en pausa. Qué carajo voy a saber yo de esos peroles. Después no te quejes de que la sopa está fría. No juegue. Uno matándose en esa oficina todos los días para alimentarlos a ustedes, y así es que lo reciben a uno. Bueno, sanseacabó: Yo estoy abajo. Ojalá el perro te lama la sopa, malcriado.
-“Y entonces el carajo este, ¿cómo se llama?, ah, Díaz; ¿sabes lo que le dijo al jefe? Nah, es que no me lo vas a creer, mi amor. Va y le dice (pero con esta vocecita): “pero yo no puedo venir, mi esposa está embarazada?”, ¡ja!, hubieras visto la cara del jefe. El Díaz quedó botado pero ahí mismo. Sin derecho a nada… Pásame el arroz, ¿sí? Gracias. Bueno, yo te voy a decir algo: Si Cheíto llega a bajar, le hablas tú, porque si yo le digo algo va a ser a punta de coñazos. No joda. Falta de respeto esta vaina. Pero tú tranquila, mi amor, el fin de semana vamos al Centro Comercial. Vamos al cine, ¿quieres?, vi que estaban pasando la última comedia de Adam Sandler. O vemos “Santa Clause 3”, dicen que es buenísima. Y te compramos unos nuevos zapatos, ¿ah? Síííííí…
Las paredes de la casa se despellejaban al ritmo de los gritos que sonaban en la cabeza de Cheíto. Su cuaderno grababa las ideas que proyectaba su mente; personajes, historias y guiones que desfilaban bajo su lápiz. En la recámara contigua, José intentaba acorralar a su escurridiza esposa (las cremas hacen maravillas para resbalar manos sobre ellas) en la esquina de la cama, mientras ella se desvanecía, se replegaba, y se perdía fantaseando con los zapatos nuevos que pronto tendría a su disposición.
En la acera contigua, otra casa globalizada, amamantada con imágenes de familias reconciliadas consigo mismas, con un Arnold contento de ser recibido por un blanco, con un mundo de pleno empleo, sin frustraciones, sin excesos; se erige. Son como hongos asesinos: Se reproducen, se imitan, se copian, allá y acá, otra casa, otra familia, otra gente. A pocos kilómetros, otra ciudad, llena de casas, de ladrillos, de gente. Y más allá, las líneas pasan, navegan la red, atraviesan el ciber-espacio hasta llegar a tu ordenador. Tu casa. ¿Tu casa?…
La estructura del relato impecable, esos diferentes registros le dan una textura inquietante. Bacán, hace bien leerte.
¿La pobreza estará también globalizada? ¿Actuarán igual los pobres en todas partes del planeta?
Quizá la pobresa se salva de la globalización. Dicen qué es la madre de la inventiva, y la imaginación ya se sabe nunca ha creado personalidades pares. En alguna parte leí que un hombre feliz es igual a todos los hombres felices, pero uno triste no se parece ninguno.
¿será cierto? será será el sereno
Saludos
Para mí, podríamos hablar de pobreza « espiritual » (por más que suene cursi y sacado de un folleto de Yoga). Es decir, creo que el problema fundamental de la globalización es creer que, junto a la riqueza material, ?mágicamente? o por implicación se accede a la riqueza espiritual, entendida como sentimiento de realización, de hacer lo que se quiere, de conseguir su nicho vital.
Este salto ilógico es lo que lleva a personajes como los antes mencionados a caer en una proto-psicósis, entendida como disociación de la realidad. Hay un abismo entre sus logros monetarios y sus fracasos estrepitosos personales. Ese abismo normalmente se intenta llenar con ?objetos?, ?compras? o ?consumo? (de alcohol, drogas, mujeres, etc.)., lo cual no hace sino agravar el caso del paciente en cuestión.
En fin, no pretendo tener todas las respuestas, pero digamos que al menos por ahora, tengo tendencia a hacer esta lectura de la globalización. Pienso en el ?Ciudadano Kane?, un hombre que conquista al mundo y pierde su alma en el proceso. Dostoievsky aplicado, pues?
¡Saludos!