Una de las diferencias fundamentales entre la política de izquierda o derecha radica en la concepción que se pueda tener sobre el ciudadano. Desde el enfrentamiento entre Rousseau y Hobbes -“el buen salvaje” contra la naturaleza violenta y errática del hombre-, los sistemas buscan regular, con mayor o menor grado de injerencia, las reglas, leyes y convenciones que evitarán que los Homo Erectus se despedazen a golpes y puedan dirimir sus diferencias de manera pacífica.
De allí que “la derecha” siempre haya adoptado una postura más conservadora: el ser humano debe ser controlado y dirigido. Sin un Estado que funcione como ersatz de la figura freudiana del padre, los hombres se emborracharán, se drogarán y practicarán conductas ilícitas de manera irresponsable e incontrolable.
En la otra acera, “la izquierda” tiende a asumir el reto de substituir ese Estado-padre por una conciencia individual: parafraseando la moral nietzscheana, si alguien se emborracha y estrella su automóvil contra un colegio, no significa que yo vaya a hacer lo mismo. Cada quien escoge y crea sus parámetros morales; es tarea del ciudadano, no del Estado, decidir si aprueba o no la violencia en las películas que consume por televisión o la religión que desea practicar.
Por eso es sumamente confusa la mezcla postmoderna y liberal-capitalista que adopta el señor Presidente Hugo Chávez en sus discursos y sus acciones, un “todo vale” carente de principios que sólo se mide por el éxito inmediato. Liberal-capitalista en el sentido ultra-pragmático: el arte es bueno dependiendo de la cantidad de gente que lo consuma ahora. Reducción y destrucción del tiempo y la historia. Postmoderno: ya no existen grandes ideas, lo que sirve, funciona, mueve al electorado y arranca emociones en la gente, es lo que aplica.
Esta postura utilitaria oxigena toda aproximación política dentro del gobierno: se pueden mezclar acciones de ultra-derecha (prohibición de alcohol, “los bikinis incitan a las violaciones”), con acciones neo-liberales de mercado (duplicación de las exportaciones petroleras al imperio) y acciones desde las bases (Planes populares) que rayan, aunque sea sólo teóricamente, en el anarquismo (las agrupaciones ciudadanas).
Esto funciona simplemente porque no hay ideología de trasfondo en el chavismo. Por eso es que no encontramos la vara de medición para distinguir acciones “buenas” de acciones “malas”, porque lo que dirige la acción no es su contenido (vacuidad del discurso) sino la conveniencia de adherirse a una idea para lograr capitalizar en la inmediatez política.
La pregunta que me hago es, si el sistema pragmático-neoliberal mostró sus fallas y sus errores al corromper todo el sistema financiero mundial a través de la especulación y la usura (y no la creación de capital, como pensaba Milton Friedman), ¿qué consecuencias puede tener una aproximación pragmática en lo ideológico?
Se me ocurren dos hipótesis: (1) fatiga y agotamiento del modelo democrático, escepticismo ciudadano en torno a la representatividad, rechazo de las instituciones y, como consecuencia, aparición de la violencia estadal y ciudadana para resolver los diferendos. (2) Pérdida de credibilidad de la idea moderna de progreso (Habermas), destrucción del tejido social, individualismo y canibalismo (cada empleado se aferra a sus 401Ks en la debacle financiera, desaparecen los sindicatos y las acciones colectivas).
En las entradas siguientes trataremos de seguir profundizando esta idea.
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