El problema de tener un “gobierno postmoderno” basado en el inmediatismo y la capitalización política es la construcción de contradicciones, tautologías y paradojas lógicas.
La carencia de un metarrelato capaz de orientar las acciones, la inexistencia de una tela de fondo sobre la cual pintar “el socialismo”, se hace evidente cuando observamos los conceptos de “ciudadano” que maneja el gobierno y sus burócratas.
Existen dos discursos diametralmente opuestos, incompatibles, que arropan al actor político venezolano, hoy en día traducido a la única palabra “pueblo” que supone una preeminencia moral (el pueblo nunca se equivoca, etc).
Por un lado, aparece la noción de pueblo-motor-de-la-Historia. Acá se pretende aislar la vieja categoría marxista sin resolver sus contradicciones o implicaciones; el pueblo-motor-de-la-Historia se invoca cuando el poder ha inyectado suficiente populismo y realizado las encuestas que lo dan como ganador. Se apela a la elección, a la “conciencia del pueblo” capaz de dirimir leyes e interpretaciones legales y realizar agudos análisis semióticos y mediáticos para entender manipulaciones corporatistas o juegos de estrategia geo-política. Cuando la “conciencia del pueblo” lo engaña como un verso satánico coleado en el Corán, el poder flexionará sus músculos para imponer las reformas que benefician al pueblo antes de que este lo sepa o se dé cuenta. El referendum del 2007, rechazado en consulta popular, será aprobado de manera aplastante y unilateral como hicieran otros gobernantes incapaces de aceptar la derrota de su punto de vista ante la mayoría.
Por otro lado, se maneja la teoría de la aguja hipodérmica que manipula “al pueblo”. Esta lectura “emancipadora” del pueblo, la conciencia popular y el motor de la Historia choca violentamente con la otra concepción que invoca el gobierno a su conveniencia: el pueblo dócil, el ciudadano condicionado, la sociedad víctima de la publicidad y la mentira. Es decir, ese pueblo incapaz de distinguir un dibujo animado de la realidad, títere de la televisión que, si un perrito parlanchín aparece en la pantalla fumando canabis, lo inducirá a la drogadicción. Es el mismo pueblo-infante que será inoculado por la violencia al distraerse con un video-juego o un juguete bélico. Poco importa el modelo autómata de estímulo-respuesta manejado para explicar la necesidad de leyes de este tipo o el que la “aguja hipodérmica” haya sido refutada hace medio siglo, la conveniencia del poder y el control la resucitan para servir a los intereses particulares de los gobernantes.
Es obvio que estos dos modelos de “ciudadano-pueblo” no pueden coexistir. Un individuo capaz de entender complicadas relaciones de política y diplomacia en la franja de Gaza o realizar análisis de derecho constitucional sobre la reelección, contradice el modelo skinneriano de estímulo-respuesta que se invoca para explicar leyes de control social. En el primer caso, se nos vende la imagen de un ciudadano astuto que entiende su posición en la lucha de clases y la Historia y puede producir análisis -ingenuos, pero análisis al fin-, sobre la dialéctica hegeliana y el 13 de abril como antítesis del 11. En el segundo caso, se avanza la idea de un ciudadano incapaz de distinguir un dibujo animado de un perro que habla, de la realidad. Este “pueblo” raya en el retraso mental y responde al mundo de manera conductista, igual que lo haría un mono o una rata en un laboratorio.
Esta gigantesca contradicción sirve de trasfondo a la discusión política en Venezuela. Los argumentos, basados en el principio neo-liberal pragmático de los resultados, permiten al poder manejar a su conveniencia ambas concepciones de “ciudadano” con tal de lograr aumentar su capital político. De esta manera, el pueblo puede ser “sabio” y “visionario” y elaborar grandes discursos sobre la democracia, la representatividad y la reelección; o “dócil” y pasivo receptor de mentiras vehiculadas por los medios de comunicación, llegando hasta el extremo autista de reproducir la violencia si la percibe en un video-juego.
Esta esquizofrenia “ciudadana”, que contrasta el proteccionismo con la autodeterminación, se encuentra en la base de nuestras democracias occidentales. Forma parte de la manipulación discursiva que lleva a cabo el poder para hacer avanzar sus intereses y sus agendas particulares mientras convence al ciudadano de “lo democrático” de sus decisiones.
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Puedo parecer ingenuo, pero es mas la busqueda de una respuesta concreta,
¿el poder, siempre ha sido el mismo?
Son aquellos que logran interceptar en el camino a los trenes burocraticos los que se levantan como poder, o han sido, son y seran, los mismos individuos y grupos a traves de los tiempos.
Si te suena a teoria de conspiracion, es porque quiza sea una, pero la idea hasta cierto nivel de analisis no parece tan jalada de los pelos, mas no tengo certeza ni manera de lograrla, mas alla de lo que permite el té de campanita.
Lo que pasa es que el Estado y sus instituciones son las que vehiculan el poder, no los individuos. Es por eso que es imposible hacer un cambio puntual, a partir de las personas. Recuerdo cuando a Luis Britto García lo nombraron presidente del Celarg y él llegó creyendo el cuento de que iba a poder cambiar todo: a penas se topó con el poder constituido y sus cancerberos que lo defienden (los burócratas inamovibles), renunció. De hecho, duró tres días en el puesto. Por algo será.
Claro que no sé cómo cambiar la situación (sino, contarías con un “manual de la guerra de guerrillas” escrito por mí), pero creo que estas pequeñas piedras que obligan a pensar y confrontar las inconsistencias, si bien no cambian las cosas, por lo menos ponen un freno delante de las ambiciones de los que se han agarrado al poder. Eso siempre es bueno, aunque sea por el reconfort infantil de decir, “me jodieron, pero yo por lo menos demostré que son unos adefesios”.
Inútil, sí. Pero se siente bien 😉
leyendome de nuevo, escribí “logran interceptar” cuando la verdad es que ese tren nos atropella y nos lleva en la trompa a riesgo de caer en los rieles. Rara vez nos quitamos del camino..
Osea que ¿es la estructura misma del poder lo que la sustenta, y sus protagonistas dificilmente pueden cambiarlas? Es un pelo decepcionante porque yo creia fervientemente que el cambio para estas situaciones se daba desde adentro, asi, en una institucion del estado y portandome como piedra de tranca, iba a lograr un cambio. Ahora entiendo que ese cambio interno, aunque parta de instancias particulares, dificilmente va alacanzar las abstracciones cristalizadas en las cabecitas de los nobles salvajes. No se si se necesitan mas manzanas podridas o dejar de comer manzanas.
Claro, te entiendo, es la lectura que parece obvia. Sin embargo, allí sí me pongo necio/pesado y te digo que la lectura de Michel Foucault me parece irrefutable: “el poder está en las instituciones, no en la gente”. Especialmente todo el análisis que él hace en “Vigilar y castigar” sobre cómo los colegios, las prisiones y los psiquiátricos funcionan para inscribir en el cuerpo de los hombres las leyes sociales. Es lo que él llama “la ortopedia del poder”: cómo el cuerpo se erige como muleta de la sociedad, para mantener las estructuras de poder en su sitio.
De pronto estoy equivocado, pero de lo que he leído, me parece lo más coherente. Explica por qué la vieja técnica de “vamos a nombrar una comisión que estudie el tema y elabore un informe” no sirve para absolutamente nada.
En fin, es un tema largo, pero me parece que si entendemos a Foucault entendemos por qué si cambiamos a “todos los policías corruptos” por policías íntegros pero dejamos la estructura en su sitio (la forma de administrar multas, por ejemplo) sólo perpetuamos el problema. Por eso es que nuestras aduanas y puertos siempre serán focos de corrupción: porque no es cambiando a 2 o 3 guardias nacionales insertos en un esquema macro de tráfico de drogas y pago de coimas, que vamos a detener esas prácticas.