Las "memorias proscritas" de Carlos Andrés Pérez: La culpa de todo es de los demás

Being Carlos Andrés

Señoras y señores, helo aquí: El libro de confidencias de Carlos Andrés Pérez, ex-Presidente de Venezuela, traído a nosotros por la “intachable” pluma de Ramón Hernández y Roberto Giusti.

¿Qué se puede decir de este “libro”? Lo digo con toda sinceridad: Es lo más cómico que he leído en lo que va de año. Esto no es un trabajo periodístico, es un guión de neo-cine surrealista. Es “Being John Malkovitch” o mejor, “Adaptación”, con Carlos Andrés saltando de un personaje psicótico a otro y los periodistas antes mencionados haciendo de Charlie y Andy Kaufman.

Nuestros excelsos periodistas explican la metodología empleada: Una serie de reuniones llevadas a cabo con CAP desde 1994 hasta bien entrado el milenio donde grababan las entrevistas realizadas para “lavar” el tan pisoteado legado del ex–Presidente (¿ya se están riendo?).
Esto da paso a la tarea escolar de desgrabar todos las cintas y ponerlas en papel, sin prestar mucha atención a las redundancias y a las faltas de ortografía o de tipeo.

Cómo es posible que nuestros Kaufman nacionales, Premios de Periodismo, no se lean el manuscrito antes de publicarlo para corregir los errores y evitar inventar organizaciones que no existen (“El Coseno Nacional de Universidades”, p. 257), errores de concordancia (“los micrófonos se habían instalados”, p. 267) o de tipeo de todo tipo (“todo era nos era favorable”, p. 273, “también debí enfrentar también”, p. 280). El lector abre el libro en cualquier capítulo y se enfrenta a una retahíla de imprecisiones, faltas ortográficas y una carencia de estilo generalizada, gracias al método de secretaria de transcribir, sin ton ni son, todas las cintas.

Lo que es más flagrante en el libro es que deja en evidencia la ignorancia general de Giusti y Hernández, un poco perdidos o tal vez embelesados por el aura de CAP, quienes no reparan siquiera en rectificar o investigar palabras que no conocen. Es así como nos enteramos de que Chávez dio un “push” en 1992 (p. 370), porque para nuestros escritores anglómanos, la palabra “putsch” (golpe de estado) no existe. Imagino que CAP dijo “Pusss”, con el acento tan típico que tiene, y nuestros perdidos interlocutores, ante la interrogante de la palabra desconocida, optaron por inventar que un golpe de estado se escribe como “empujoncito” en inglés. Que les den otro premio.

Pero lo cómico del texto no es constatar el nivel proto-analfabeta de nuestros periodistas,, como si estos hermanos Kaufman fueran los únicos que escriben con un nivel de sexto grado o evitan revisar su manuscrito. Dejo en manos del lector la prueba: Que abra el libro y lea diez páginas a ver si no consigue errores o faltas, ya que yo me cansé de subrayarlas. Mis servicios de edición son costosos.

Lo interesante de todo esto es la aparición en el libreto-libro de no menos de cinco personajes, cada uno más disociado que el otro, como Nicolas Cage en la película “Adaptación” antes mencionada, todos intentando argüir furiosamente en contra de las evidencias y del sentido común de cualquier venezolano.
La cosa comienza con un Carlos Andrés infantil, estudiando en los Andes, en una pintoresca descripción donde nos imaginamos a Kiko, el personaje del Chavo del ocho, calvo y con pantalones cortos de colegial. El relato intenta pasearnos por su historia política, sus inicios en Acción Democrática, su lucha contra la guerrilla, sus dos presidencias, el golpe de Chávez y el juicio montado –según él-, por Escovar Salom, descrito como un cobarde mentiroso revanchista páginas antes. No ataques el juicio, ataca al juez. Sin embargo, después de este principio digno de Hannibal Rising, CAP se transforma, gracias a la pluma de los Karl Kraus venezolanos y adquiere, según el capítulo y el tema, diferentes personalidades. Vamos una por una:

CAP “el irreprochable”
Todo está claro: La culpa ha sido de Caldera. Cuando no es Caldera y sus “ansias de poder falangistas” lo que echa a perder la excelente gestión de Carlos Andrés, es Luis Herrera Campins. ¿Y Lusinchi? Lusinchi lo hizo bien, retomando todo lo que había “destruido” Luis Herrera. Vamos, Carlos Andrés: No seas tan comemierda. No tienes trece años como para andar echándole la culpa a los demás de todo. Es que el tipo ni siquiera se responsabiliza por el 27 de Febrero, no; más bien dice que si no fuera por el paquete efemista que aplicó, Venezuela estaría más o menos al nivel de Sudán. Según CAP, deberíamos darle gracias por todo lo que hizo y, cuando algo salió mal, culpar a Caldera, Ciliberto o Piñerúa, en el peor de los casos. Diagnóstico: El paciente no entiende las relaciones causa-efecto de sus acciones. Es un histérico clínico.

CAP “el vidente-pitoniso”
Pero la versión más ególatra y pedante de CAP aparece cuando explica cómo él entendió todo antes que nadie. Carlos Andrés, señoras y señores, ve el futuro: Échenle humo de tabaco y aguardiente y déjenlo trabajar. Los ejemplos abundan y ahora no es Venezuela la que se equivocó por no hacerle caso, es todo el mundo. Fidel Castro se aparece y le dice que va a tomar el Moncada, y CAP-pitoniso sentencia: “Eso va a fracasar”. Fidel explica la guerra de guerrillas y CAP afirma: “Eso sí va a servir”. CAP llama a Kennedy para explicarle que el “sabe” que la invasión de Bahía de Cochinos será una derrota. Pero él no se limita a predicciones locales: en 1987, CAP le explica a los chinos en una reunión internacional que el bloque soviético “va a caer pronto”. Carajo, eso es ver el futuro, mi gente. Con los mismos caracoles, I-Ching o quién sabe qué método, CAP predice el 27 de febrero (pero no hace nada para evitarlo) y sabe que Chávez le va a dar un golpe. Nuestro ex-Presi justifica de esta manera todo lo que hizo, y quién se va a atrever a llevarle la contraria a un tipo que ve el futuro. Diagnóstico: Escucha voces o ve imágenes que predicen el futuro. Es un psicótico disociado.

CAP “my own private Freud”
Lo más paradójico es que nos enteramos en el libro que CAP es experto en psicología. Él tiene la capacidad para diagnosticar la locura de los demás, nunca la suya. Cuando Rómulo Betancourt hace un discurso en el Poliedro donde ataca a Morales Bello y deja suponer la existencia de corrupción en el gobierno de CAP, aparece CAP-Freud para explicar tamaño dislate: “Creo que el atentado lo conmovió psíquicamente. Rómulo tuvo variaciones de conducta realmente importantes” (p. 276). Su juicio médico lo confirma en la página siguiente, donde acusa a Rómulo de sentir celos porque, “hay factores psíquicos que interfieren”.
Esto se repite con otros personajes, ya que basta que usted diga que no le parece que la gestión de CAP haya sido buena para que sea acusado de loco. Luis Herrera está traumatizado, y eso lo entiende CAP-Freud a partir de la corbata que usa:
“Luis Herrera debió sufrir en su juventud o su niñez algunos traumas. (…) Es un hombre serio, atildado y sensato, pero tuvo algún trauma. Esa costumbre de usar siempre corbatas negras. (…) Cuando veía a Luis Herrera en el Congreso con su corbata negra, me acordaba de lo que me había dicho García Arocha [“la corbata negra es fría e influye en el espíritu”]. Luis Herrera es un hombre raro, cínico, destructor, inepto para la administración”. (p. 290).
O sea que “Toronto” es un hombre atildado y sensato pero raro, cínico y destructor. Vaya contradicción. Parece el discurso de un psicótico bipolar tipo Charlie Manson, no me negarán. Diagnóstico: Psicótico, re-psicótico, si tal cosa existe.

CAP “Jason Bourne”
Mi personaje favorito de esta telenovela es el CAP aventurero, arriesgado, CAP-Bond, CAP-Tony Montana disparando ráfagas de metralleta desde el Palacio durante el golpe. Ese es un carajo cuatriboleado. Un tipo que se opone a tres o cuatro atentados y no sólo sobrevive sino que sale caminando, sin un rasguño, que ni el agente Bourne, pues.
El mejor episodio sobre este tema –y probablemente uno de los peores escritos de todos los temas-, es “Pedro Estrada me manda a matar”. Acá, CAP-pitoniso “siente”, como Spiderman, que lo van a matar, con ese sexto sentido tan particular que tiene. Recibe, de lo más frío y mafioso, a su asesino, lo hace sentarse y –no se lo pierdan-, cuando desenfunda una pistola, ¡le arranca el revólver de la mano como Jet Lee! Maestro, qué increíble…

Así que si quieren leer algo que bien podría llamarse “diario de un psicótico”, donde el personaje principal despliega un repertorio de facetas contradictorias sin jamás asumir la responsabilidad ni explicar cosas fundamentales (¿Cecilia Matos y Orlando Castro?), este es un libro para usted. Claro que seguro le dan un Premio Nacional o una medalla a los autores, quienes han demostrado que saben hacer un collage y que manejan muy bien la herramienta “cortar y pegar” del programa Word.
Cualquier otro mérito que le consigan a este panfleto ridículo mal escrito, me avisan.

Evaluación: 0,5 / 5. Sí, dio risa. Pero nada más…

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