Embauca al cliente: Veintiúnica regla de juego en nuestra sociedad de consumo

Nadie es más infeliz que el pasante sub-pagado y enchufado a un panel de llamadas cuya función es acosar, por cualquier medio posible, al cliente para venderle cosas que no necesita. La modernidad ha producido adelantos tecnológicos sorprendentes como mandar a un hombre a la luna o construir trenes de gran velocidad. Pero por cada adelanto útil, los ciudadanos somos atacados por un abanico de inutilidades imbéciles, aparatos caseros de musculación, cremas bronceadoras à la rifosina, injecciones de botox y teléfonos con “aplicaciones” como “sonómetro” o brújula digital, excelente opción para el alpinista perdido que se queda sin batería en la mitad del Himalaya.

Allen Ginsberg comenzaba su épico poema Howl (aullido) diciendo “he visto las mejores mentes de mi generación desperdiciadas”. Qué podríamos decir nosotros, una generación no solamente echada a la basura sino pisoteada, trapeada y hecha carne de cañón para los que quieren vender algo. Porque de eso se trata, todos queremos vender algo, en este mundo.

Claro que yo siempre creí en aquello de la oferta y la demanda. Necesito un sacacorchos, entonces aparece un empleado que, ¡zas!, en menos de lo que canta un gallo, me trae la herramienta que me sacará de apuros. Sin embargo, lo que trae no es sólo un sacacorchos, pequeñito y espiralado de esos que te ponen la cara roja como un tomate cuando pujas para abrir la botella avinagrada de Gato Negro, no. Lo que él trae es un aparato espacial, un R2D2 de la enología, una máquina que bien podría ser un tele-transportador de botellas de vino desde Burdeos hasta Caracas.
-Usted taladra el sacacorchos a la pared, coloca aquí el vino, ajusta el grosor del corcho, apoya esta palanca, gira este botón, enciende este perolito…
-Coño –pensé-, y yo que hasta ahora andaba abriendo las botellas con un sacacorchos que tienes que girar, de lo más Trucutú y bestia. Resulta que la vaina es una ciencia exacta. Por poco se va en una explicación sobre las partículas y las ondas del vino, con todo y cita de Heisenberg.
Claro que el camastrón-cirujano que retira corchos no baja de los cien dólares, para ponerlo en precio que entendemos todos. Ah, y también trae una linterna por si hay apagón y a usted le da por descorchar el Château-Neuf du Pape mientras espera se regularice la corriente.

Por supuesto que el que haya ingenieros encerrados investigando cómo hacer un sacacorchos biónico no es algo que me incumba. Cada quién trabaja en lo que quiere, pero francamente, cuando alguien estudia los tres cálculos, saca vectores y presenta exámenes con integrales, quedar reducido a barman de segunda es algo patético. Sin embargo, eso es por lo menos un trabajo respetable. A lo que me refiero cuando titulo esto “embauca al cliente” es al malhadado sistema que, si no vende su producto, se ve obligado a perseguir a los ciudadanos hasta convencerlos, porque sí, que el no tener un sacacorchos Star-Trek los convierte en los sujetos más despreciables de la sociedad, comparables a los huelepega de la plaza o al clochard sicótico de la esquina.

¿Por qué digo esto? Simplemente para llegar a la pregunta: ¿Puede haber alguien más desgraciado, infeliz, patético y alienado que el carajo que me interrumpe en mi propia casa con la llamada para ofrecerme “El hotel gratis en Aruba” que me acabo de ganar o “el teléfono última generación” que me regala la telefónica?
Es que yo debo ser el tipo más suertudo del mundo. Hasta el sol de hoy, me he ganado rifas en las que no participé (gracias, internet), créditos que no pedí, tarjetas de crédito que nunca solicité y para las cuales no tengo dinero, teléfonos móviles, teléfonos fijos, alfombras para la casa, ventanas dobles para proteger del frío, puestos de estacionamiento para el automóvil, envíos de todo tipo (Pizzas, comida china, japonesa, mercados enteros…), un par de lentes suplementarios gratuito, una agenda del Banco, un descuento en la peluquería para mi novia… En fin, ustedes entienden la idea.

Pues claro que todo esto de “gratis” no tiene ni la “g”. ¿Usted se suscribe “gratuitamente” al canal de cable por tres meses y luego decide no prolongar el contrato? Se expone a una batería de interrogatorios, encuestas, llamadas y ofertas paralelas en el buzón que ríete de la policía alemana, los Staatsi, en época de guerra fría. Es que por poco tumban la puerta de mi casa y me alumbran con un foco de luz a la cara para preguntarme cómo era posible que no me gustara el canal de televisión. Que era el de mayor rating. Que le gustaba a todo el mundo. A los niños a los adultos a los ancianos a las mujeres hombres gays transexuales bisexuales shemales pederastas religiosos economistas intelectuales amantes de la comida hindú… Es imposible que usted no entre en una de esas categorías. Usted viene siendo una anomalía. Lo cómico de todo el asunto es eso, el que lo “raro” sea usted, una persona productiva y activa, y no el hecho de que exista un sacacorchos con llave USB. Usted es el bicharango, no el teléfono con nivelador de estantes. Como no le va a gustar, si lo desarrollamos luego de un intenso estudio de mercado…

Es obvio que el sistema lo tiene todo resuelto pues, ¿quién podría aceptar estos trabajos de proxeneta telefónico de la basura tecnológica? Quién más, sino los estudiantes y los jóvenes de nuestro país. Claro. La empresa los ayuda. La empresa los contrata medio tiempo, a sueldo de hambre, y les paga “comisiones” centesimales por cada “cliente” que logran embaucar. Pedrito, estudiante de Derecho, que desarrolló una técnica que le permite llamar a más de cuatro hogares por minuto. Susana, pasante de Comunicación Social, que tiene llagas en los dedos de tanto marcar números. Todo esto para ganar un tercio del sueldo mínimo. Otro bien que hace La Empresa por nuestro país y nuestra juventud.

Hace poco me llamó uno de estos esclavos, cuya cadena moderna es el auricular que lo enchufa como grillete a la cónsola de las llamadas. “¡Tenemos el placer de anunciarle que La Empresa le regala un teléfono nuevo!”, me explicó, con todo y entusiasmo –practicado-, en su voz. Yo le respondí que no quería un teléfono nuevo ya que el mío servía y que yo no había pedido nada.
-Pero es que B. se lo regala -me dijo-, con sólo suscribirse dos años (¡dos años!), a nuestro plan de telefonía –agregó, como si fuera la oferta del año. Luego de explicar amablemente que no me interesaba, me hizo la pregunta fatal: “¿Puedo saber los motivos de su rechazo, ya que es gratis, señor?”. Fue allí cuando exploté.
-Mira, niño, en este mundo no hay nada gratis, mucho menos algo que venga de gente como B.. ¿Ustedes no se dan cuenta de lo que está pasando? Nosotros no podemos más. No podemos comprar más. ¡Déjenos tranquilos, por Dios! El planeta se cae a pedazos, la clase media se pauperiza, ¿y ustedes encima llaman a la gente para embaucarla y amarrarla a un contrato por dos años? Dejen el cinismo. Si quieren saber por qué esto no funciona, por qué cada día nos matamos entre nosotros, es por culpa de ustedes, por su maldita avaricia y sus ganas de quitarnos todo lo que tenemos. ¿Gratis? ¿Tú crees que nací ayer? Déjame preguntarte algo: ¿Cómo se siente trabajar para el diablo? ¿Cómo se siente ser una puta mal pagada? ¿Cómo se siente tratar de engañar a los ciudadanos honestos?

El pobre chico hasta se disculpó conmigo. Fue sincero: Me explicó que tenían unas listas comunes con todos los nombres de la gente y que los llamaban sin parar para ofrecerles lo que fuera. Me dijo que me borraría de la lista.
-¿No vas a renunciar, verdad? –Le pregunté.
-Lo haré después de este verano, cuando entro en la Escuela de Comercio…
Poco habría logrado, después llegará otro, y otro y otro… Hasta que tengamos el sueldo entero endeudado, hasta que tengamos créditos para pagar los créditos que no pagamos, hasta que las empresas se den cuenta de que no pueden crecer indefinidamente sin terminar por desangrarnos a todos, la empresa misma incluida.

Al final hasta me puse poético y, antes de colgar, le di mi cita favorita de Pink Floyd, con todo y acento –practicado- de Manchester:
Welcome, my son, welcome, to the machine…

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