Hay que ser sincero en la vida, no andar con la hipocresía esa de que nos llevamos bien con todo el mundo. Yo trato de aceptar y entender mis limitaciones, lo cual me lleva a ‘tolerar’ a los demás, más no a tratar de ser su amigo o llevármela bien con todos. Esto va dirigido a ti, bebé de nalgas protegidas por capas esponjosas y tendencia a eructar después de comer: Tolerémonos, más no tratemos de ser amigos. Ya hemos visto que no sirve. Voltea para allá y deja de tratar de meter el dedo en mi vodka cuando la apoyo en el piso. No me babees la franela. Resérvale esos privilegios a tu padre.
Llego a la fiesta infantil de X, algo curioso porque nunca he estado en una de ésas. Cinco minutos después, me doy cuenta por qué nunca he ido al cumpleaños de un engendrillo: En la mesa hay todo tipo de dulces elaborados, chupetas y caramelos, pero no hay pasapalos salados y, ¡coño!, no hay ni una gota de alcohol. Este sábado por la tarde se perfila muy mal.
Lo que pasa en estas fiestas, aparte de la cuestionable selección gastronómica, es que todos nos sentimos viejos. No sólo porque estás rodeado de bebés, sino porque tienes que caminar como un anciano con tortícolis, mirando el suelo a todo momento, no vaya a ser que le pises el dedo a uno de los infantes y le arranques la falange o algo. Como todas las madres están convencidas de que su hijo va a ser un genio (si es que no lo es ya), pisarle la mano equivale a robarle la increíble carrera de pianista que el padre le había trazado al niño, una vaina que ni Glen Gould, pues.
Después de un proceso de revisión exhaustivo del apartamento, logro dar con una botella de vino escondida en un estante. “Es que desde que se embarazó X, ya no tomamos”, me explica el padre, lo cual me da aún más sed. Media botella de vino más tarde, estoy sentado en el sofá escuchando los cuentos interesantísimos de la mamá, que me explica que su hijo es “un genio” porque cuando quiere ir al baño dice “popó”. Yo asiento con la cabeza e intercalo algunos, “¿Ah, sí?”, con los más afirmativos “Ahhh”, o el lapidario, “sí, claro”. Una biblioteca de Babel entera pues, a partir de cuatro palabras para defenderte del letargo.
Las cosas empeoran (sí, podían empeorar), cuando alguna chica que no tiene hijos aún decide entrar en detalles con la madre sobre la higiene del niño, los olores (“no te creas, cuando es tu hijo, el olor no te repugna”) y las diferentes tonalidades del moco infantil, uno para las enfermedades (verde vómito) y otro para las situaciones normales (transparente como goma). Yo miro la torta de chocolate que me han servido y que apoyo en mis piernas; me doy cuenta de que he perdido el apetito.
Ahora bien, hagamos un poco de psicoanálisis (¿no es esa la función de un blog?): ¿Cuál es mi problema con los niños? ¿Somos incompatibles? No lo sé. Francamente, no repudio el tener hijos y estoy seguro de que lo haré algún día. Pero por ahora me aburre. No estoy en esa etapa, y no entiendo la manía de algunas personas de querer lanzarte hacia eso, ponerte una cadena alrededor del cuello, una incomprensión total de mi vida y mis frustraciones actuales.
¿Estoy en contra de los bebés? Claro que no. Que cada quien haga lo que le de la gana. Lo que me parece cuestionable es colocar todo el sentido de la vida, en los bebés, que es algo muy común. El ser una persona vacía, sin ninguna meta, ni laboral ni de investigación ni de búsqueda de nada; y alzarse como un cura en la Iglesia porque “tengo un hijo” y tú no, como que hay algo que él entendió de la vida que tú no has entendido.
Si algo he aprendido, es esto: Si eres una persona aburrida con ningún pensamiento propio, cuando tengas un hijo serás peor, ahora hablarás de los mismos clichés que todos conocemos sólo que lo aderezarás con reflexiones en torno al apartado digestivo humano u otras cosas agradables.
Si algo me molesta, es que me impongan una forma de ver el mundo y que rechacen la mía. Los bebés muchas veces son eso, “¿Y tú, para cuándo?” y no creo que ofenda a nadie diciendo que es mi elección el no asistir a ese tipo de fiestas, al menos hasta que tenga un bebé propio que hondear de lado a lado como una bandera triunfal. Quieres tener un hijo, perfecto; pero no me impongas esa nueva forma de vida que yo no escogí. No quiero vivir eso todavía, quiero disfrutar lo que me queda de juventud, por más que te parezca rebelde y ridículo. Es mi vida, no me presiones simplemente porque ahora te sientes atrapado por el niño y sus exigencias y quieres que yo viva ese infierno también. Después veremos.
Por ahora, voy al bar.
Hola no te conozco, pero te doy la razón todo llega en su momento mientras disfruta y has lo que te de la gana porque un bebe cuando llega te atrapa complentamente, diremos con su amor , con sus conrisas y hasta como mencionabas con su popó.
Saludos y a vivir.
Gracias por esas palabras, Malú. Lo único que pido es respetar las decisiones de los otros: yo respeto tu elección de vida así que sólo pido que respeten la mía… Sí, el momento llegará, como dices, y allí veremos; por ahora, no giro todo mi mundo y mi existencia en torno a un bebé. ¡Saludos!