Este fue el principio de un cuento que comencé en algún momento -algún parque, algún bar, algún metro-, y nunca llegué a terminar. Son libres de contribuir sus ideas a las descripciones y la trama.
José Miguel observó su dedo revolviendo el güisqui y se preguntó cuánta gente en el mundo revolvería el trago en sentido contrario a las agujas del reloj. Contrario al remolino del inodoro. Contrario a la redoma de la Plaza Venezuela. Contrario a la vida, pues, según toda prueba visible.
Había conocido a Marta en uno de los bares “culito” de la ciudad, un recinto enclaustrado y envaciado al vacío en uno de los centros comerciales de la capital. Afuera pululaba la delincuencia; en cambio, aquí adentro, la clase media-alta caminaba perfumada, con sus camionetas cuatro por cuatro parqueadas tranquilamente en el sótano, bajo la mirada atenta del vigilante.
La pequeña lonja de cristal que separaba el progreso de una sociedad trabajadora, del desorden inculto de la gente “humilde” siempre le extrañó: un hilo capaz de discriminar conductas, como la línea amarilla del metro que nadie transgrede ni ensucia para luego darse a empellones en las colas de las busetas a menos de treinta metros de distancia.
“Humilde”, por supuesto que siempre ha sido un eufemismo en esta sociedad de retóricos concienzudos. Somos “un país en desarrollo” que atraviesa una ligera “crisis” (de veinte años); los autobuses son “carritos” sin paradas predeterminadas (o sí), y cualquier artista o músico que ose producir una obra criticando a la ciudad y sus valores es tildado de “pesimista”, de “no querer ver lo bueno que tiene el país” y su trabajo muchas veces descartado a la hora de representar eventos internacionales. Esto, por supuesto que no es nuevo.
Marta, por su lado, encarnaba la mujer liberada y feminista de la sociedad de José Miguel. Había asistido a la Universidad y se había graduado en el tiempo estipulado (cinco años) y ahora se dedicaba a la casa y a criar a los niños. El Estado había invertido treinta mil dólares en su educación y ello había producido sus frutos: Nada como el postre tres leches que ella podía hacer, entre sus lecturas de Gilles Lipovetsky y “El crimen perfecto” de Baudrillard.
Nota del autor: Bueh, digamos que la cosa iba bien, pero en algún punto me desencantó. Algo de deja vu, de obviedad en los personajes y pereza de seguir desarrollando cuadros patéticos lo echó todo al traste. Son libres de agregar lo que quieran y criticar, no creo que utilice nunca nada de lo arriba escrito.
Una vez comence algo asi.. incluia la historia de un joven pedofilo, apagones, revueltas sociales y algo mas.
Tambien me desentendi, es que narrar el dia a dia se hace imprescindible pero tedioso.
Podria buscarlo y hacer un mix, a lo shakira-alejandro sanz, salvando las distancias.
y continuamos…
Se habian tomado ese dia libre de los niños, le habian pedido a Carmen, mama de Jose Miguel, que los cuidara en la tarde mientras ellos iban a comprar cosas para la casa. Aprovecharon de ir al cine, comer en la calle, y tomarse unos tragos antes de ir al hotel, no tenian mas de 35 años y ya estaban metidos de lleno en la “vida familiar”, y hace rato buscaban ese respiro, revivir esos años de juventud donde todo parecia mas facil y la mayor preocupación era la proxima pelicula de spielberg.