A muchos escritores les gusta plantear novelas donde la tela fina que mantiene a las sociedades unidas se desmorona, tratando de demostrar así lo poco que nos mantiene civilizados. Estos dos autores tienen una aproximación distinta al ‘caos social’ y vale la pena hacer un contraste.
Hace un par de años leí ‘Ensayo sobre la ceguera’ de José Saramago, que me vendieron con bombos y platillos como una excelente novela. Personalmente, no me dijo mucho; me dejó muchas dudas respecto a la estructura y la forma en la cual se desarrollan los acontecimientos. Releyendo ‘La peste’ de Albert Camus, me di cuenta por qué: el francés plantea un fenómeno de ‘caos social’ mucho más convincente, sólido y hasta humano.
Por supuesto que no quiero restarle méritos a Saramago. Yo disfruté su novela, pero lo que me parece poco plausible es que el ‘caos’ que él plantea -violaciones, robos, desabastecimiento, hambre, sed-, sea todo producto de un solo fenómeno: La ceguera temporal de los personajes.
En fin, creo que los ciegos son gente capaz de valerse por ellos mismos y a pesar de que podamos caer en pánico durante un tiempo si despertamos a una ceguera total, no creo que los eventos que desarrolla Saramago tengan una buena conexión con la justificación: La ceguera.
Camus, por su lado, plantea algo más sencillo: Mostrar las reacciones humanas ante lo que parece una muerte evidente, o bien la incertidumbre de no saber si se va a morir. Cuando la vida se vuelve una simple posibilidad y no una certeza, la actitud adoptada por las personas varía considerablemente. ¿Por qué tenemos que esperar siempre a que la muerte esté a la vuelta de la esquina para pensar ‘qué hemos hecho’ con nuestras vidas? ¿Por qué esperar lo inevitable en vez de concentrarnos en el presente, en la vida misma, en lugar de perdernos y alienarnos pensando en un futuro que probablemente no exista? Tales son las ideas que atraviesan el trabajo del premio Nóbel francés.
Lo que es interesante es que existen muchos paralelismos entre los dos libros. Ambos autores se reservan la arbitrariedad (y la licencia poética) de que los personajes principales escapen al fenómeno caótico: La mujer de ‘Ensayo’ que nunca pierde la visión y el doctor de Camus, que nunca contrae la enfermedad a pesar de que todos a su alrededor mueren. Semejante arbitrariedad pasa mejor chez Camus, ya que, a fin de cuentas, el doctor es doctor y no tiene mucho que ver en el desarrollo de la peste. En cambio, el que Saramago deje a un personaje sin tocar es inexplicable: El lector pasa toda la novela imaginando cuál es la diferencia, o por qué si a todo el pueblo le da ceguera, cómo es posible que una persona se salve. Peor incluso este personaje, con todas las condiciones para imponerse y restituir el orden, decide, por motu propio, dejarse vejar y hasta ser violada por una horda de pistoleros ciegos. Entonces, ¿de qué sirve su visión? ¿Cuál es la gran diferencia? No parece haber ninguna, entre que la señora pierda o no la visión hay solamente detalles.
Pero lo que más me molesta del ‘Ensayo’ de Saramago es el principio hobbesiano según el cual los hombres son todos bestias que mantienen algo de moral simplemente a través de la visión. Un doctor, un abogado o un dueño de comercio es un violador asesino potencial; basta que se quede a oscuras para que se vuelva un cerdo. En ese sentido, es bien sabido que, a pesar de que las sociedades humanas se mantienen en pie gracias a convenios e instituciones de todo tipo, estas instituciones no son únicamente visuales. Existe un abanico de conductas, lingüísticas, auditivas, sensoriales y demás, que nos dan orientación y estructura. Es un fenómeno mucho más complejo que lo que parece querer plantear Saramago, donde la simple carencia de visión nos lleve a un estado de barbarie y salvajismo, borrando cualquier valor histórico o cultural que podamos tener.
Para mí es bastante obvio que las sociedades no funcionan de esta manera, es por esto que Saramago no me convence. Esto no desmerece el trabajo, cuyo ritmo y capacidades narrativas son de gran nivel. Pero la mesa está mocha, le falta algo, cojea. En cambio, Camus plantea no solamente un escenario mucho más plausible sino que ventila las conductas humanas de una forma mucho más creíble. Sus personajes se debaten entre el comercio (el comerciante que aprovecha para enriquecerse), la fuga del caos (el reportero) y el altruismo (el español y el médico), entre otros temas tratados de manera genial como la política, la pobreza y el pragmatismo ligado a la muerte.
Al final, ambos autores recurren a un argumento Deus ex machina para resolver la narrativa. En Camus, la peste desaparece, no sabemos muy bien por qué, aunque el final genial lanza una metáfora para decir que la peste se refugia en nosotros y puede reaparecer en cualquier momento. Saramago, por su lado, no plantea nada. La ceguera desaparece. ¿Por qué? Nadie sabe. ¿Qué hacen los personajes ahora? Volver a sus vidas ‘habituales’, llenas de colores. Nadie propone restituir el honor perdido, perseguir a los criminales o preguntarse qué sucedió. Esto era imposible, ya que los personajes acartonados de Saramago, incapaces de buscar comida o agua simplemente porque están ciegos, poco podrían hacer en lo que se refiere a tratar de entender algo. En ‘ensayo’, los personajes sufren lo que les ocurre, no analizan ni buscan soluciones a nada, es como un video juego donde tienen que superar cada nivel: aquí hay que escapar del hospital, allá hay que conseguir un abasto. Nunca se reflexiona de manera más generalizada, buscando explicaciones y soluciones que pudiesen resolver todo de una buena vez en lugar de ir tarea por tarea o paso a paso.
Es por eso que Camus se destaca, porque su novela se mueve en diferentes niveles y proyecta ángulos y perspectivas para entender al ser humano. Saramago sólo nos hace desear no quedarnos ciegos, lo cual conduciría al desastre. Pero los ciegos me late que no son así, sino más bien como los ciegos de Sábato en el ‘informe sobre ciegos’ de Sobre héroes y tumbas. Mucho más escalofriante y profundo, Sábato plantea lo contrario de Saramago: unos ciegos übermensch que controlan todo con frialdad. Hubiera preferido una lectura de este estilo en Saramago, pero no fue el caso.