Como les comenté anteriormente, aquí les dejo la introducción al libro y algunos detalles para que sepan de qué va. Espero lo disfruten.
El libro consta de dos partes. La primera, “La vida de inmigrante en el arrabal de Barbès” explora la estructura del barrio parisino, sus valores y sus particularidades. El estilo que elegí para la narrativa fue la narración directa en primera persona, más que todo porque lo que me interesaba era prolongar libros como el de Orwell (“down and out in Paris”) y Hemingway (“A moveable feast”) más que escribir una gran novela a lo Rayuela. No quería que el libro fuera pretencioso sino más bien que acompañara al lector en su descubrimiento del arrabal.
Escribí el libro en parte por la rabia de sentirme estafado por ese tipo de relato y otras apologías parisinas (“París, capital del siglo XX” de Walter Benjamín y todo Henry Miller) en las cuales la ciudad solía ser el refugio de los artistas, de la vida bohemia y de lo barato: Hemingway en su libro exclama, ¡no tengo dinero!, y acto seguido, se mete en un bar para ordenar ostras y vino blanco de borgoña. Todos tenemos esta imagen de París, y hoy en día no es el caso. La gente viene a la ciudad y le toma fotos a “los pintores” de Montmartre, que no son más que gente que posa ahí para que los turistas saquen un buen souvenir.
No digo que no haya arte en París. La segunda parte del libro, “Bohemia y artistas en el París moderno” explora justamente los círculos de artistas que todavía se mueven en los alrededores del arrabal parisino. Son gente que lucha en contra de la bestia capitalista y globalizada en la cual se ha convertido la ciudad y que, vaya contradicción, son los únicos que mantienen viva la vida bohemia que todos los turistas vienen a ver y que tanto dinero le da a la ciudad. París se está desarrollando rápidamente, ahora el que “no produce” no le aporta nada a la ciudad y debe abandonarla, los precios son impagables. Pero, ¿no es paradójico que por un lado la ciudad le venda al mundo una imagen de “bohemia artística” y que por otro lado le de la espalda a los pocos verdaderos artistas que le dan vida a la ciudad? Esta inquietud guía la segunda parte del libro.
Aquí les dejo la introducción. La semana que viene publicaré el primer capítulo para que puedan tener una mejor idea sobre el trabajo, y luego colocaré en línea uno de la segunda parte. Espero lo disfruten tanto como yo escribiéndolo.
Historias de un arrabal parisino (Introducción)
París es una ciudad estructurada en capas. Desde las más altas esferas de la burguesía de antaño hasta los trabajadores y obreros de hoy en día, la capital francesa se organiza siguiendo una lógica definida. Si usted pudiese observar París desde el cielo, la impresión sería equivalente a mirar un hormiguero. Entre carros, autobuses, contaminación y peatones, la gente se desliza para preservar la manutención de la colmena.
Esta es la historia de un arrabal específico, situado entre los Metros Château-Rouge y Barbès, en el barrio número 18 de la ciudad. Muchas cosas se han escrito sobre París, desde su bohemia del siglo veinte hasta sus filósofos e intelectuales. Pero poco se ha escarbado en lo que respecta a esta capa, la del arrabal parisino, donde se conjuga una forma de vida, de resistencia, de supervivencia, con los valores de la mayoría de los inmigrantes que lo constituimos.
Cuando usted entra al arrabal parisino, las normas francesas comienzan a doblarse: notará la presencia policial permanente (que, como siempre, no se ocupa de nada) pero también los movimientos de nuestra sub-cultura. Aquí no hay museos, ni estatuas, ni restoranes caros; en el arrabal nos arreglamos como podemos, ayudándonos a seguir adelante, a luchar contra la bestia francesa.
He decidido escribir esta historia para darle vida a todas aquellas personas que me enseñaron éste París, sus códigos, sus movimientos; lo cual constituyó para mí durante un tiempo el único París que conociese. Vine a esta ciudad por miles de razones y ninguna a la vez, embelesado por los aires culturales e intelectualoides y cansado de mi miserable existencia entre gente que sólo aspiraba a conseguir un puesto estable en un trabajo de ocho horas diarias. Si se me pregunta por qué vine a París, temo que no podría precisar las razones, ¿es necesario hacerlo? Cuando se es inmigrante en tierra desconocida, la pregunta inevitable surge con insistencia.
Muchas veces me he encontrado en esa incómoda situación, de tener que legitimar mi presencia en tierras galas ante el interlocutor francófono. La cosa sucede más o menos a nivel de la segunda cerveza en el bar: “¿Por qué escogiste venir a París?”, lo cual se responde con cortesía haciendo alusión al gran legado francés que siempre les gusta se les reconozca. Pero la pregunta da paso a otra, espinosa, formulada con la cejita levantada por encima de los lentes de pasta à la Sartre que llevan los parisinos: “¿Piensas quedarte, o vuelves a tu país?”, algo que nos lleva a explicaciones y disertaciones que la mayoría de las veces aumentan tu sudoración y ponen a prueba el desodorante.
Es por eso que he desarrollado dos respuestas ‘tipo’ que pueden servir para sacar al interrogado de apuros en más de una ocasión. La primera es simplemente decir, ‘bueno, la verdad es que me voy mañana, esta es mi última noche en París’, algo que calma a la francesa y que, dependiendo de cómo resulten las cosas de ahí en adelante, puede significar una ‘despedida’ entre sábanas de la mano de la agradecida y aliviada gala (aliviada porque te vas, claro está). Sin embargo, me he venido dando cuenta de que hay más de uno por ahí que aplica la misma técnica, por lo cual se vuelve un poco obsoleta.
La segunda solución es apelar a todos los temores reprimidos que pueda tener su interlocutor, respondiendo: ‘La verdad que nunca me pienso ir. Voy a aplicar para la residencia, luego me pongo en el paro forzoso, luego en las ayudas estadales por mes, luego pido un apartamento del estado y tengo cuatro hijos que serán franceses ya que con cuatro dejas de pagar impuestos’. Es una buena opción, aunque a diferencia de la primera, no garantiza empatía alguna de parte de la persona que se tiene enfrente.
En todo caso, este conjunto de historias busca plasmar las impresiones y vivencias, contradicciones e incongruencias de un joven venido del exterior para intentar hacer estudios de filosofía en la capital francesa. Al final, terminé siendo escritor, destino algo lógico para los que vivimos en París, supongo. Lo único malo es que somos demasiados tratando de hacer lo mismo. Si usted lanza una piedra en la mitad de París, lo más probable es que le pegue a un escritor o a un fotógrafo. Como decía Balzac, cuando a la gente se le da un pincel, el sujeto no se imagina pintando la Capilla Sixtina. Pero cualquier imberbe con diez dedos, levanta un lápiz y tiene la manía de convertirse en escritor. Digamos que yo soy uno de esos imberbes, con la diferencia de que tengo también una cámara fotográfica y nunca me he considerado fotógrafo o sacado la cámara en medio del bar para tratar de ligar mujeres.
Sin más preámbulos, aquí les dejo mi intento de plasmar lo que es la vida de una París paralela, una París ghetto, el arrabal que respira vida en la mitad de una ciudad museo momificada.
Esto está dedicado a todas las personas de ese arrabal.
(la novela se encuentra disponible en la página de Ediciones Idea).