Este es uno de mis capítulos favoritos, pero también es uno de los más largos. Así que lo edité y lo coloqué en línea (mocho) para ver qué sabor de boca les deja.
Capítulo IX : Back to Barbès
Salí de mi apartamento en el barrio quince de París, algo desconcertado por un volante que siempre encontraba en mi buzón de correo. Era algún tipo de publicidad en la cual aparecía una mano apuntando hacia el lector, y arriba la leyenda que leía “¡compra!”, así, con todo y signo de exclamación. Esto me ponía bastante nervioso, ya que no entendía lo que el pequeño volante quería decir, o lo que se supone estaban vendiendo. Pero todas las mañanas estaba ahí, sentado de lo más acusador en mi buzón, recordándome que yo era lo que el gobierno llamaba un “improductivo” ya que no había cambiado de teléfono móvil en cuatro años y todavía tenía uno de los viejos modelos. Mi aparato no hacía videos, ni tomaba fotos ni mandaba e-mails ni rayaba queso; era, a los ojos de los demás, un teléfono móvil inservible, porque sólo hacía y recibía llamadas.
(…) Fui a Barbès ya que Harry sub-alquilaba un apartamento en el 9 Boulevard de Rochechouart, del otro lado (el lado “bueno”) de mi antiguo barrio de Barbès. Él se la pasaba más bien hacia el lado de Montmartre, donde está el Molino Rojo y la Iglesia del Sagrado Corazón, yendo a los bares en busca de turistas que hablaran inglés. Entiendo que no fuese al lado arrabalero de Barbès ya que, lleno como estaba de árabes y africanos, un norteamericano caminando por la calle gritando, “yeah, dude!”, no iba a recibir una recepción calurosa.
(…) Hoy, teníamos una “reunión de trabajo” con Cindy y luego había una fiesta en casa de Harry. Teníamos un poco de tiempo antes de la fiesta para discutir cómo diablos íbamos a pagar nuestros alquileres si no teníamos ni un centavo en la cuenta bancaria “de la empresa”. Nuestra “compañía” era un desastre total. Las “reuniones” eran más bien momentos de risa y relax, Harry nos contaba cómo iban sus conquistas en los bares de Montmartre, Cindy nos explicaba los precios de las bebidas en los bares más “high” de la ciudad y yo, siempre un poco más tímido y retraído, hablaba de las historias que estaba escribiendo y lo difícil que era conseguir una casa editorial en París, España o México sin estar recomendado por alguien. En lo que respecta al dinero (el “objetivo” principal de nuestra empresa, bueh), las cosas siempre pasaban más o menos de la misma manera. A principios de mes, la situación estaba tranquila y relajada ya que Cindy y Harry decían que sólo era principio de mes y que seguramente conseguiríamos un contrato, que teníamos todo el mes, ¿cómo no íbamos a conseguir contrato nosotros, tan capaces y preparados que éramos? Luego, si estábamos casa de Cindy, Harry y yo nos poníamos a jugar juegos de video en el aparato Playstation de Cindy (“Dragon Ball Z” y demás juegos de pelea eran nuestros favoritos), mientras Cindy preparaba cocteles. Harry era un gran bebedor, y francamente yo también, así que casi siempre nos quedábamos en su casa hasta que hubiésemos acabado con todo el bar. Por lo tanto, era tradición que luego de las reuniones “de negocios”, estuviésemos los tres fuera de servicio durante por lo menos quince horas, el tiempo de dormir un poco, resolver el dolor de cabeza y tomar una sopa.
Sin embargo, ahora estábamos en fin de mes y cada uno de nosotros había logrado hacer la haitiana cifra de trescientos euros, gracias a unas traducciones. Cindy no tenía problema alguno ya que tomaba prestado de la tarjeta de crédito de su madre, pero Harry y yo nos la veíamos negra. Ya que yo no podía pedir dinero a mi familia, mi estrategia era pedirle prestado a mi novia o dejar que ella pagara el mercado, haciéndome el loco, saliendo del supermercado justo cuando había que pagar, recibiendo “una llamada importante de la empresa” en el momento que la cajera decía el monto a cancelar. Ella por supuesto que estaba al tanto de todo esto, pero también se hacía la loca y jugaba el juego. Eso es amor. Sin embargo, las cosas iban un poco mal, ya que ella confiaba en mí y en la posibilidad de sacar adelante “el negocio”, pero el hecho de que llegase completamente borracho y arrebatado tres veces por semana a la casa luego de una “reunión de trabajo” para explicarle que ya estábamos en el nivel 7 de “Dragon Ball-Z” mellaba un poco la confianza que ella me tenía. Yo le explicaba, con el aliento hediondo a alcohol y los ojos rojos y desorbitados, que pronto “íbamos a hacer dinero” y “saldríamos de vacaciones”, que “no se preocupara”. Harry, por su lado, pocas veces pagaba el alquiler a tiempo. Él le pedía dinero prestado a sus amigos, a veces hacía pequeños trabajos para redondear los finales de mes, en todo caso, estoy seguro de que se las veía más negras que yo.
(…) Harry apareció como de costumbre: Mal afeitado, dando la impresión de estar borracho o haberlo estado hace poco y visiblemente sin haberse bañado desde hace dos días (confieso que no entiendo qué veían las mujeres en él). Usaba unos blue jeans rotos, solo que a diferencia de los burgueses que compran jeans en las tiendas GAP, los suyos estaban rotos por el uso, no por el diseñador de modas. Tenía una franela con el logotipo de un bar de Nueva York y sus zapatos tenían huecos.
-¿Todo bien? -Le pregunté-, No pareces estar en forma, Harry.
-Sí, yo sé… Fui a una rumba ayer… Conocí al fotógrafo Yann Arthus Bertrand, sabes, el que hizo las fotos de “el mundo visto desde el cielo”?
-Ah, sí, ese libro es una pasada. ¿Qué tal, es un tipo cool?
-Sí, bastante modesto, el tipo… Me contó que se compró un helicóptero para poder hacer sus propias fotos y no depender de nadie …Estábamos ya en el ascensor para ir al sexto piso, el piso de Harry.
-Uff. Un helicóptero. El socialismo francés lo está matando, ¿eh?
-Sí, bróder, qué genial, un helicóptero… Imagínatelo… Eso es lo que yo quiero hacer, sabes… Te lo juro, bróder, si alguien me diese un helicóptero, yo haría unas fotos increíbles… Pero te digo: In-cre-í-bles… Tengo tantas ideas… Si sólo alguien me diese una oportunidad, …toma Harry, aquí tienes cincuenta mil euros, haz tu obra artística…, coño, te lo juro, haría una película que se caen todos de culo… Con fotos, claro está… Soy fotógrafo, ante todo… (Y aquí Harry partió en el discurso de siempre: Nadie le daba una oportunidad, tenían miedo de su talento, pero él iba a mostrarles lo que podía hacer; en fin, el casete que siempre repetía cada vez que nos veíamos).
Al interior del apartamento, Cindy estaba sentada en una poltrona derruida, vistiendo un conjunto de cuero de cientos de euros. Estaba maquillada, con el pelo planchado, y su costumbre de vestirse siempre bien hacía un contraste fatal con el estilo de Harry. Le pregunté por qué diablos estaba vestida así.
-Hoy es martes -Me explicó-, y el bar Doobies da tragos gratis a todas las mujeres solas hasta la medianoche.
De hecho, Cindy iba prácticamente todos los días a discotecas, pagando con la tarjeta de su madre o con dinero que le daba un tío que ella decía era millonario. En todo caso, cada vez que la veía tenía un nuevo acreedor, o alguien en su familia, o un amante o a veces viejos gerentes de empresa que le daban miles de euros que se ganaba con una simple sonrisa. Al menos eso era lo que ella creía, en varias ocasiones Harry y yo tuvimos que escuchar sus cuentos de cómo algún empresario intentó acostarse con ella solamente porque “le había dado tres mil euros” para pagar su alquiler y sus tarjetas sobregiradas o porque la había invitado a pasar un fin de semana en Florencia. Harry siempre le explicaba, “Cindy, digamos que el mundo funciona así: si alguien te invita, todo pago, a Florencia y te compra carteras Prada, es lógico que intente acostarse contigo. No lo puedes culpar”. “¿Por qué?”, Replicaba ella siempre, “no veo qué tiene que ver…”.
(…)-¿Cuál es nuestra situación? -Pregunté de entrada, para sacar la pregunta que molestaba del panorama.
-Estamos… En la bancarrota -Dijo Harry, con todo y suspenso entre las dos palabras. Qué teatral.
-Bancarrota -Corroboró Cindy, asintiendo con la cabeza mientras encendía un cigarrillo.
-¿Y entonces?
-Y entonces nada. Tengo que volver a pedir dinero prestado, no me quedan sino 200 Euros y mi alquiler es de 450 -Sentenció Harry.
-¿Y qué coño hiciste con los trescientos euros que dividimos hace una semana por las traducciones de fútbol africano?
-Bueh… Fui al bar, ¿qué crees? Hay que vivir, también…
-¡Pero si te dijimos que lo guardaras! ¿No ves que no tenemos ningún contrato?
-Yo sé, yo sé, Vinz; pero aunque lo hubiese guardado igual no llegaría al monto de la renta… El problema no soy yo, es el hecho de que no tenemos contrato alguno.
En ese momento apareció Lisa para interrumpir la discusión. Ella estaba acostada en el cuarto de al lado, seguramente durmiendo. Era cantante, y se la pasaba cambiando el nombre de su grupo, antes llamado “Conscience”, ahora se llamaba “Libido”. Había venido de Nueva York para hacer su carrera musical aquí, pero por ahora no salía de los pequeños bares. Claro que ella estaba “en conversación” con una disquera, igual que yo estaba “en conversación” con una casa editorial y Harry estaba “a punto de dirigir” el mejor documental en la historia del cine. Cindy era la única que no decía que estaba “a punto” de hacer algo, pero cuando la conversación giraba hacia los proyectos artísticos de cada uno, ella no dudaba en gritar, “¡quiero ser actriz!”, a pesar de que nunca iba al cine y ni siquiera sabía el nombre de las actrices más importantes de la pantalla grande.
Cuando Lisa vino a instalarse con nosotros, todo giró a la catástrofe. Harry enroló un porro, mientras Lisa empezó a hablar sin parar de cómo hacer para “conseguir un contrato” con las empresas. La verdad es que a Harry y a mí nos importaba un bledo el hecho de tener o no un trabajo con una empresa. A nosotros francamente nos parecía una mierda todo el mundo empresarial, y si bien es cierto que era necesario meternos ahí de alguna forma para poder comer, el hecho de que no tuviésemos contratos nos aliviaba de alguna manera, aunque significase ser pobres. Pero Cindy tomaba todo en serio, amaba el dinero más de lo que amaba su alma y nos reprochaba -no sin razón- el no hacer suficiente esfuerzo y no ser “profesionales” a la hora de ir a las entrevistas de trabajo con gerentes. Esta situación se había agravado después de una reunión horrorosa en el medio de París donde todo había salido mal. Habíamos asistido a la entrevista confiados de que conseguiríamos el contrato, lo cual representaría treinta mil euros al año y resolvería nuestros problemas para siempre. Convencimos a Harry de bañarse y le compramos un traje pret-à-porter de cincuenta euros mal cortado con el cual parecía un pedigüeño; tampoco era como que teníamos opciones, nuestro presupuesto estaba en negativo. También compramos un marcador indeleble negro con el cual pensábamos pintar los zapatos mocasines de Harry para que parecieran lustrados y él incluso hizo un esfuerzo y consiguió un sitio donde podías cortarte el pelo gratis. El truco (toda cosa gratis implica un “truco”) era que te atendían estudiantes sin experiencia y decidían por ti qué corte iban a practicar ése día, sin que el “cliente” tuviese derecho a chistar. Así que Harry apareció para la entrevista con un peinado tipo puercoespín, y llevaba el traje mal cortado que le habíamos comprado; era una combinación fatal que lo hacía parecer un chulo del Bronx, no un businessman que iba a negociar miles de euros.
Yo, por mi parte, me puse un traje que había traído de casa (de hecho, era el traje de graduación de hace cuatro años), así que el mío era bastante decente, aunque claro, en un ambiente empresarial, donde la gente sabe cosas importantes como marcas de ropa o lee catálogos Armani mientras va al baño, bueno, estos tipos podían ver rápidamente que mi traje no era exactamente lo que usaría Donald Trump. Me alisé el pelo con una gomina espantosa y, para coronarlo todo, me puse un reloj Tag Heuer imitación que había comprado en Canal Street la última vez que fui a Nueva York. Eso fue en 1996, así que ahora el reloj de cinco dólares no funcionaba, pero de lejos y con poca luz, seguramente me haría parecer un “empresario” serio y adinerado. Cuando Harry me vio salir del Metro con mi traje, pelo engominado y reloj, empezó a reírse de mí sin contemplación.
-Viejo, pareces un vendedor de carros usados -me dijo-. A que tu reloj ni siquiera funciona.
-Y tú -repliqué, algo herido-, pareces alguien que botaron de su casa por borracho hace dos días y lo que ha hecho es vagar por ahí con su traje, tratando de no quedar como un mendigo.
Así que resolvimos poner a Cindy adelante, como carnada, para no atraer demasiado la atención sobre nosotros. Ella apareció impecable como siempre: cartera Gucci, tacones altos y un conjunto espectacular que la hacía ver sexy pero no zorra. Yo me encogí detrás de ella cuando escuché al jefe acercarse a nosotros para la entrevista y traté de pasar desapercibido. Eso duró poco, así que puse una sonrisa estúpida y saqué la mano “seriamente” para conocer al patrón.
El problema fue que Harry, para soportar la presión, estaba drogado hasta más no poder. Seguro se había tomado unas anfetaminas porque, a pesar de que le dijimos que se ocultara, que dejara a Cindy hablar y llevar la entrevista, él no dejaba de interrumpir para hablar de temas idiotas que nada tenían que ver con el contrato de los treinta mil al año. Hasta se le olvidó que estaba prácticamente disfrazado y empezó a frotarse los zapatos mientras se sentaba cómodamente en la oficina, todo esto a pesar de las miradas que le lanzábamos para intentar que dejara de tocarse los mocasines baratos pintados con marcador negro. Diez minutos más tarde, su índice y su pulgar estaban teñidos de negro gracias al marcador, algo de lo cual no se daba cuenta mientras gesticulaba en el aire para explicarle algo al “jefe”.
-Es por eso que en Namibia, las tribus tienen una concepción diferente del tiempo y el dinero -aclaró Harry mientras se frotaba la nariz, con lo cual se pasó la mancha a la cara. Ahora parecía un minero boliviano. Cindy empezó a luchar para retomar la dirección de la conversación mientras yo me quedé sentado, imaginando que era invisible.
-¡Mierda! ¡Se puede ver la iglesia del Sagrado Corazón desde este edificio! Nunca había estado en un edificio tan alto en París -Gritó Harry, para levantarse y salir sin pedir permiso al balcón.
Recuerdo que no duramos mucho en esa entrevista. Harry desapareció ante la mirada incrédula del gerente, y yo, por mi parte, había tomado una posición estoica de no hablar luego de las primeras conversaciones con el futuro “jefe”. Era un tipo bien vestido, mayor y visiblemente lleno de dinero. Habíamos decidido empezar “rompiendo el hielo” con él, y yo pensé que podríamos entrarle por el lado artístico ya que en la oficina había una pintura bastante interesante que me recordaba al arte del austriaco Egon Schiele. El gerente -como la mayoría de los gerentes que he conocido- se confesó ignorante absoluto en la materia, me explicó que las pinturas las compraban en serie y que había una igual en cada una de las oficinas y que nunca había oído hablar de Schiele. Traté por otro lado, pero el tipo tampoco sabía quienes eran Klimt o Kokoschka y al final me dijo que le importaba un comino, cuestión que me ofendió sobremanera. Así que me quedé sentado, mirando al vacío, ya que este señor podía tener todo el dinero del mundo, pero para mí había desperdiciado toda su vida si jamás había experimentado el éxtasis violento y pornográfico del arte de Schiele. Cuando Cindy me pidió mi opinión, me excusé amablemente diciendo que era inútil que yo hablara ya que no sería entendido por gente de un nivel cultural tan bajo. El tipo se sonrojó y nos echó siguiendo el protocolo, “no nos llamen nosotros les llamamos”, y miró a Harry extrañamente cuando éste empezó a explicar el efecto de la luz y cómo ajustar la abertura de la cámara para tomar fotos desde ese propio balcón. Gracias, gracias, hasta pronto, que estén bien; terminamos en la calle otra vez. Aclaré que para ese bastardo no pensaba trabajar y que era mejor así, mientras todo lo que Harry hacía era hablar del revelado de las fotos que acababa de tomar. Cindy gritó un poco en medio de este diálogo de sordos. No la culpo.
Por lo tanto, luego de varios fracasos corporativos, las cosas andaban un poco mal en la “empresa”. Pero hoy no era la excepción. Ya a estas alturas nos habíamos acostumbrado a vivir con poco dinero, y personalmente había aprendido que preocuparse por dinero es ridículo, ya que no importa cuando se tenga o se deje de tener, el dinero siempre puede ser fuente de frustración y estrés. Lo mejor es adaptarse, reducir gastos, hacer listas de amigos que pueden invitarte a almorzar; mantenerse vivo no es tan complicado cuando se le estudia fríamente…
Suficiente por ahora, eso les da una idea sobre la novela, espero. Si quieren seguir leyendo, pueden conseguir el libro en la página web de ediciones idea. El libro viene acompañado de algunas imágenes de la exposición itinerante de Tarek Ode.