Experiencias claustrofóbicas en un Metro

Más del encierro y desesperación del transporte público.

A las ocho de la mañana, el andén del Metro La Motte Piquet vomita gente. Los presidiarios que parecemos ser los usuarios del servicio (a 50 Euros el ticket mensual, valga decir), no osamos siquiera movernos, cualquier brusquedad -un hombro que se voltea, una persona que se agacha- corre el peligro de hacer que alguien salga proyectado hacia los rieles y una muerte segura. En esta parada no cabe más nadie, pero seguimos, como cochinos de granja, aplastándonos los unos contra los otros, las carteras contra los bolsos; y no es de extrañar que un niño termine con un codo estampado en plena frente en medio de tamaña multitud.


Los pasajeros-to-be que somos buscamos cualquier forma de alienación posible que nos haga escapar de la tortura psicológica: Hay quienes escuchan discos de Rammstein a todo volumen para relajarse y más allá veo a alguien calmándose al observar las fotos de las torturas de Abu Grahib. Suspira con envidia, ya que en esta plasta informe de seres humanos que venimos siendo, hasta parece nice el estar preso en Guantánamo, con sol y sobre todo espacio, entre la gente.


Llega el “tubo” mientras Matt Bellamy de Muse empieza a chillar en mi oído: “Come into my caaaaave”… y la coincidencia espeluznante entre la canción que sale de mis audífonos y la situación que se nos viene encima me da escalofríos. Pienso en la cosa esa jungiana; no hay coincidencias, sólo sincronocidad. “Gracias, Gustaf”, agradezco, mientras recibo una patada en la canilla de alguien desesperado por montarse en el vagón.


Un “beeep” estruendoso ahoga por momentos la descarga de bajo de Chris Wollenstock y anuncia lo fatídico: la puerta va a cerrarse. Cómo hará la puerta para pasar entre la marea humana, nadie sabe, y pocos segundos después, con la puerta trabada intentando escindir el omoplato del resto de la espalda de un tipo que va guindando medio afuera, nos damos todos cuenta de que la puerta no puede cerrarse sola y que estamos atascados aquí.


Empieza a aparecer aquello que los psicólogos llaman los “líderes natos”: Un idiota que cree que es su responsabilidad decidir arbitrariamente quién se baja y quién se queda en el vagón. La gente se queja, algunos empujan más, se escucha, “bueno, por qué entonces no te bajas tú”, y por supuesto “yo llegué primero y no cabemos todos”, y demás etcéteras de este tipo. Yo, con el cachete inerte de tanto estar aplastado contra el vidrio de la puerta, entro en lo que el filósofo Heidegger llamaba “conciencia de sí mismo”; y me doy cuenta que estoy encerrado en una lata de acero de diez metros con cuarenta personas. Aparece sudor en todos mis poros, y tengo que hacer un esfuerzo intelectual mayor -que ni Heidegger- para no echarme a gritar de lo más anti-filosóficamente, “¡coño, sáquenme de aquí!”.



El Metro de Japón: “¿cómo que no caben? Yo te ayudo: ¡puja!”


Al final, alguien neutro convence al omoplato de que se baje y deje al resto del cuerpo en el Metro. Vuelve a sonar el “beeep” de la puerta, que me doy cuenta es simplemente una señal que significa, “agarren aire”. Se cierra la proto-cámara de gas y arrancamos en camino…


En la estación siguiente, todos pensábamos -lógicamente- que todos los demás se iban a bajar, dejando espacio y comodidad. Claro que nadie se baja, y no sólo eso, también hay gente que quiere montarse en esta carcacha ambulante. Vuelven los empujones, vuelven las excusas y las amenazas. Cuando nos terminamos de reorganizar y se logran cerrar las puertas (luego de tres intentos), entiendo finalmente la letra aquella de Los Ramones que decía:
“I don’t want to be buried in a Pet Cemetery / I don’t want to live this life again”.

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3 Responses to Experiencias claustrofóbicas en un Metro

  1. tess says:

    bueno… no me haces coco, el metro de Caracas no tiene nada que envidiarle al de París, aquí también hay insultos, empujones, "líderes -apestosos- natos", en realidad lo llamaría síndrome Chávez, y es que siempre encuentro un resquisio de la personalidad del presidente en la gente que se pone en ese plan, o a filosofar en voz alta cuando uno sólo quiere evadir el vallenato en la caminetica asomando la cara por la ventana.
    En fin, no mencionemos a los firmes creyentes de aquel postulado "donde cabe uno caben dos", esos seguro aprendieron a contar con la canción del elefente que se balancea, su intelecto hizo una amalgama con aquello y el resultado es el mismo: trenes que vomitan gente en Caracas y en París.
    Otra explicación puede estar en el hecho que el metro de Caracas es de fabricación y tecnología francesas… dime tu Vic!

  2. Caribe says:

    Jajaaaaaaa eres un ignatius reilly nato.

  3. Bienvenido al transporte colectivo. Tu escoges (si puedes):
    o soportas estar encerrado dentro de un carro horas y horas, obligandote a partir 2 horas antes para poder llegar a tiempo (mientras contaminas)
    o escoges estar encerrado en una caja publica (metro o bus) oliendo los olores comunes, viendo al resto de la gente y sintiendo que el ahogo (o el hastio) es colectivo…. No lo veo facil, lo mejor es trabajar en la casa de al lado…. no?

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