La muerte como límite del mundo

(Dedicado a Juan David Chacón, a.k.a., OneChot)

I.
Las sociedades orientan y regulan la conducta humana a través de las instituciones. El “ser abierto al mundo” y “sin fijación” que es el hombre (Scheler, Nietzsche) se ve en la obligación de construir reglas, leyes y hábitos conductuales para funcionar en grupo. Se prohíbe el incesto (Levi-Strauss) y se establecen normas y rituales que se perpetúan en el tiempo para transformarse en manifestaciones culturales.

De esta manera, las instituciones no son más que constructos lingüísticos que detentan cierto poder para “fijar” conceptos sociales. Las instituciones psiquiátricas se erigen como límite de lo normal: un memento permanente de lo que es la locura (Foucault). Por más ideas extravagantes que se tenga, se sigue siendo normal, porque estamos de este lado de los confines del hospital psiquiátrico. Rimbaud tenía “iluminaciones”; Blake tenía “visiones”; San Juan, “premoniciones apocalípticas”. Ninguno estaba “loco”: eran “genios”.

Igualmente sucede con la muerte y el lugar que ocupa en el lenguaje de las sociedades. Fallecer puede desencadenar manifestaciones de jolgorio ligadas a la idea de la reencarnación (culturas hinduistas) o sollozos sintomáticos de la “pérdida”, en culturas basadas en el mito fundador del sufrimiento de la crucifixión.

 II.
La muerte no es una existencia situada al final de la vida. La muerte forma parte de mi vida, desde el principio” (Haruki Murakami, Tokio Blues/Norwegian Wood).

Permítaseme entonces hacer una breve disquisición en torno a la cercanía de la muerte en dos países completamente distintos: Venezuela y Francia. Sucede que ningún país escapa a la muerte (a menos de encarnar el ideal borgiano de la inmortalidad), pero el lugar que se le atribuye es completamente distinto, según la sociedad y el lenguaje. Así, me parece que una reflexión orientada en este sentido nos presenta una interesante radiografía de las reglas y límites que ha establecido cada sociedad. Puesto que esto es un simple texto virtual sin pretensión académica alguna, intentaré no extenderme, aunque la barrera de los 140 caracteres que significa la muerte de todo significado más allá de esa frontera haya sido violada.

 III. La ruleta criolla como modus vivendi
No es de extrañar que un país con galopantes tasas de homicidios, secuestros y accidentes automovilísticos viva la experiencia de la muerte como una espada de Damocles que cuelga perenemente sobre la cabeza de sus ciudadanos. En Venezuela, la muerte no se encuentra “al final de la vida”, como pretende Murakami, se encuentra sobre ella, la acorrala y la amenaza constantemente. La sombra de la muerte pende sobre el venezolano común. Se proyecta, no como un juicio final o un ser-para-la-muerte heideggeriano, sino como la abrupta amputación de la vida, un acto que se concibe de manera atroz y dolorosa, lejos del arquetipo “nieto que despide al abuelo”. En el lenguaje y la cultura del venezolano, éste muere abaleado por la inseguridad o aplastado por un automóvil con vocación de acordeón, que decidió reclamar su destino estrellándose e incendiándose en alguna autopista nacional. La Caracas de principios del siglo XXI puede ser entendida bajo dos propuestas semiológicas distintas: la lógica de Petare, barrio de Pakistán y la morbosidad bajo el signo de Tánatos de la novela Crash de J. G. Ballard.

 IV. Suicide blondes
Del otro lado del Atlántico, los jóvenes de Francia proceden a rebanarse las venas como proceso natural del fin de la adolescencia. Allá, el suicidio es la primera causa de mortalidad prematura entre jóvenes de 25 a 34 años y la segunda entre los adolescentes y jóvenes de 15 a 24 años. En el país galo, la espada de Damocles la tienen los jóvenes entre sus manos a la hora de comer. En el lenguaje y la cultura francesa, todo es motivo para tragar ingentes dosis de pastillas para dormir: una ruptura amorosa, el fracaso laboral, algún resultado negativo en un examen universitario. Según las estadísticas, los franceses realizan un intento de suicidio cada diez minutos, mientras las empresas farmacéuticas inundan la sociedad con antidepresivos y los doctores prescriben Xanax, Vicodin y Valium a un ritmo desenfrenado capaz de volver psicótico a William Burroughs.

 V.
Tenemos entonces dos sociedades distintas, con dos lecturas muy diferentes de la muerte. La cercanía de la muerte es radicalmente diferente en ambos casos: natural es, en Venezuela, morir asesinado (no suicidarse); en Francia, suicidarse (jamás ser abaleado o secuestrado). Por implicación, en la sociedad y el lenguaje francés son centrales las locuciones como, “estaba deprimido e intentó suicidarse”, “mi hermano se cortó las venas pero sobrevivió” o “mi novia me dejó, entonces ingerí la mitad del paquete de medicamentos”. De la misma forma, en Venezuela es “normal” escuchar que a alguien lo mataron, secuestraron o dispararon.

Esto lo podemos constatar fácilmente al invertir las proposiciones. La muerte, como fenómeno alejado, fortuito e incomprensible, se vive en Venezuela cuando alguien se suicida; afirmar que un amigo “se cortó las venas” despertará la incomprensión del interlocutor venezolano y su cara se transformará en una máscara de repulsión y dolor. Son raras las ocasiones en las cuales escuchamos que alguien se suicidó; que “lo intentó”, mucho menos. Fuera del círculo de adictos o pacientes psiquiátricos cuya gramática vital incluye la muerte en primer plano, el venezolano no se mata. Lo matan, lo cual es muy distinto.

La sociedad gala reacciona de la misma manera ante el asesinato. Si usted le dice a un francés que a su primo le dispararon en la cara, este lo recibirá con la misma incomprensión: después de corroborar que ha entendido la acción, es probable que esgrima hipótesis y le pregunte si su primo era delincuente, traficante o proxeneta. En la mente del francés, la gente no muere abaleada. La gente realiza “intentos de suicidio”, múltiples, numerosos, en diferentes momentos de su vida: esto es un reflejo de la normalidad, una especie de spleen baudelaireiano. En cambio, si usted afirma que un amigo murió desangrado en la camilla de un hospital porque no tenía dinero para ir a una clínica privada, el francés le dirá que esto es inaceptable, un verdadero reflejo del infierno en la tierra.

 VI.
Concluiré con un ejemplo, a manera de ilustración, ya que los ejemplos rara vez son prueba de nada. Sin embargo, la anarquía epistemológica de la red me permite echar mano de lo que mejor me plazca, así que allí voy.

Una amiga en París me cita y me dice, después de los “cómo estás” de rigueur, que su novio se arrojó por la ventana. Ante mi reacción estupefacta, intenta atenuar el impacto de su noticia explicándome sobre el impacto de su (ex)novio: “he bajado y lo he visto tirado, en un charco de sangre, muriéndose. Así que técnicamente, no murió por la caída”. Trato de ser “amigable y comprensivo”, dos cualidades que jamás he logrado transmitir de manera convincente, pero ella interrumpe mi sonrisa falsa de vendedor de electrodomésticos usados para decirme que lo veía venir, que no era el primer intento de suicidio y que era “inevitable”.

La conversación cambia de tema, recorremos algunos lugares comunes y luego ella me pregunta por algunos amigos en Venezuela. Le explico, con normalidad venezolana, que al primo de equis lo mataron, que al hermano de una amiga lo secuestraron tres días y que a otro lo aplastó una camioneta y lo dejó en el hospital.

-¡Es espantoso! –me increpa la persona que vio a su novio saltar al vacío y desangrarse “normalmente” hace dos días- ¿cómo pueden vivir así?

-Supongo vemos la muerte de manera diferente –concluí antes de perderme en el grisáceo invierno parisino.

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Las elecciones “for dummies”

Esta semana marcó un evento histórico: las primeras elecciones completamente libres se llevaron a cabo en Egipto. Este país, con más de ocho mil años de civilización, finalmente se volcó a las urnas, algo que no hacía desde la elección de Naser en los ’50.

Sin embargo, todos sabemos que una elección no basta para hacer una democracia o garantizar la libertad. La mayoría de los líderes reducen el acto del voto a una especie de reflejo conductista que les entrega un cheque en blanco para llevar a cabo sus deseos más disparatados. Usted puede, por ejemplo, no garantizar para nada el respeto de las minorías y sonreír con complacencia cuando el Estado llama “hijo de puta” a un ciudadano, qué importa, seguimos en democracia, mire aquí, mire: tengo la urna llena de papelitos.

Porque las elecciones en Egipto hacen surgir el tema peliagudo de quién debe tener derecho a votar, y en base a qué. El argumento facha versus la chabacanería populachera. La visión histórica, la democracia se inventó en Grecia y allí sólo votaban los ricos, por eso podían filosofar sobre las verdaderas necesidades del país, no dejarse comprar por un partido regalando neveras. Esto, opuesto a la visión Alí Primera, “el pueblo es sabio y valiente”, por qué no van a votar los pobres, ellos también tienen derechos y, al final, esa cuerda de tecnócratas sobre calificados no garantiza nada. Pol Pot estudió en la Sorbona y más facha imposible. Entonces que voten todos…

Sólo que en Egipto, “que voten todos” no es tan fácil, ya que más de la mitad de la población es completamente analfabeta.

¿Recuerdan cuando en Venezuela teníamos derecho a escoger entre el partido bigote, la escoba, la oreja y los lentes? Pues en Egipto nos superaron con creces: para garantizar la “representatividad”, el Comité Electoral ha asignado, al azar, una serie de íconos a cada uno de los 250 candidatos.

En lo que bien pudiera ser una escena escrita por los Monty Python, los electores acudieron a las urnas para saborear “la libertad” democrática al escoger entre tanque de guerra, semáforo, botella de agua, piano, cámara, pirámide egipcia y más. A ver: me gustaría tener una cámara o un teléfono celular pero joder, “botella de agua” me va a hacer falta, a fin de cuentas, Egipto es un desierto…

Y el chiste no acaba allí, ya que el Comité Electoral no parece haber pensado demasiado los símbolos. A una mujer le tocó el símbolo “cohete”, una palabra que usan ellos allá para designar a las mujeres que están buenas. Sería como si a María Corina le atribuyeran un queso ricota, por ejemplo.

Lo que sí quedó en evidencia es como las figuritas penetraron el inconsciente de los egipcios. ¿Puede haber más sinceridad electoral que este afiche, vota cambur?

Así que ya saben, amigos egipcios: disfrútenlo mientras dura. No escojan rápidamente entre “cepillo de dientes”, “Dakar normando” o “licuadora”, porque después van a tener que pasar 5 años sometidos por el baboso de turno. Pregúntenos a nosotros, donde gobierna “tanque de guerra – cambur – amor – cáncer” hace más de una década.

Bienvenidos al mundo libre.

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Europa precaria: los abortos de la globalización

Son casi las nueve de la mañana cuando mis zapatos pisan el hierro de las vías. Es el día más frío del año; la temperatura en la región parisina ha bajado drásticamente a niveles glaciales. Es un frío sádico, paciente y calculador, como el suplicio chino de la gota de agua. El viento helado rodea mis talones y empieza a escalar lentamente; luego, la piquiña en las batatas, como picadura de hormiga, se transforma en mordiscos sobre la piel. Poco a poco, las jeringas microscópicas se vuelven dientes incisivos, el ardor se vuelve quemadura y continua su progresión hacia los muslos, la espalda y el cuello hasta congelar toda mi alma.

 

Rick, nuestro contacto con la empresa francesa de transporte férreo, la SNCF, nos informa, la voz temblorosa de frío, que veremos los trabajos de reparación de una vía. A poco más de doscientos metros empiezan a dibujarse las sombras de los obreros a través de la neblina. Llevan casi dos horas allí, aflojando tuercas y cambiando piezas de una vía que se extiende hasta perderse de vista. A pesar de que el trabajo parece destinado a Sísifo, los obreros lo toman con increíble optimismo: se intercambian bromas y, camuflados en la nube de condensación que sale de sus bocas, podemos distinguir los dientes detrás de sus sonrisas.

-Hay cada vez menos puestos de trabajo –nos explica Rick-, porque el trabajo es bastante exigente.

-¿Pero ganan un buen sueldo, no? –le pregunto.

-Ni siquiera. Un obrero con estas calificaciones debe estar por los mil doscientos euros por mes –nuestras caras se retuercen con estupefacción-, pero a veces tienen bonos y eso.

-¿Bonos por trabajar en el frío, digamos? –(ya no siento los dedos de los pies)-.

-Nah. Hay bonos por trabajar en zonas alejadas de tu residencia, pero estos obreros vienen todos de acá, de Dreux. También hay bonos y compensaciones por el trabajo nocturno, entre la medianoche y las seis de la mañana, por ejemplo.

-¿Y en ese caso, el sueldo es de cuánto?

-Más o menos mil seiscientos…

Rick es un “Drouais” de pura cepa. Nació y creció en este pueblo, por lo cual vivió la transformación devastadora de una región que no encontró su puesto en la globalización programada desde Washington, París y Maastricht. Lo que alguna vez fuera un lugar preferido para la instalación de fábricas se ha convertido en una ciudad-dormitorio como resultado de la deslocalización de empresas. El desempleo galopante acompañó la partida de gigantes como Phillips, quienes se fueron “allá donde la mano de obra es más barata”. El pueblo, antes arteria de una economía floreciente, hoy en día sólo ofrece desespero y desolación. Presenta los estigmas de aquellas periferias crucificadas en busca de la felicidad “productiva” del capitalismo tardío: una estación de trenes, gris y deprimente, frente a un café llamado “Estación terminal”, cerca de una oficina pública de empleo que solamente sirve para emplear a quienes trabajan en su interior y, al lado, una venta de sándwiches kebab que expugna un olor a aceite quemado de baja calidad.

-Pero al menos está la compañía férrea, la SNCF –le digo a Rick con timidez.

-Seh. Pero hay cada vez menos contratos fijos. Para empezar, hay pocos candidatos que se presentan ya que el trabajo es bastante difícil y exige un esfuerzo físico mayor. Luego, los que se presentan no logran pasar las pruebas de admisión. Y el golpe de gracia es que cada vez sub-contratamos más porque es más barato. Entonces, muchos obreros se van a buscar trabajo en el sector privado.

-¿Y allí sí obtienen un mejor sueldo?

-Para nada. Se les paga menos y tienen menos seguridad contra accidentes en las obras.

Admito que me invade una sensación de alivio cuando veo la estación de trenes alejarse a través de la ventana en el camino de más de una hora de regreso a París. Habría que seguir la iniciativa de Texas o Tel Aviv y construir un muro (electrificado, por qué no), entre París y estos suburbios periféricos. Porque el día cuando Rick y sus vecinos dirán basta no está lejos. Mientras las juntas directivas cierran las fábricas y se van a explotar los obreros de ultramar, mientras las empresas sub-contratan al sector privado que ofrece salarios de miseria, mientras los obreros sienten el ardor del frío invernal en sus labios partidos, los pueblos como Dreux ven sus sueños triturados por la máquina apisonadora de la globalización, que escoge a los “productivos” y excreta a aquellos que no caben en el plan magnánimo de “desarrollo”, lanzándolos a los suburbios periféricos deprimentes y carentes de esperanza.

 

Porque el espejismo de “justicia y democracia” que mantiene este sistema en marcha con la ilusión de “escoger” entre François Hollande y Sarkozy empieza a hacer aguas. Y, cuando los abortos de la globalización se pongan en pie de guerra, los motines de la región parisina de 2005 parecerán una gresca de taberna comparados con la violencia que vamos a presenciar.

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Sexo, mentiras e Internet

Las relaciones humanas cambian a la par de las innovaciones tecnológicas. Nuestros antepasados tuvieron que adaptarse a la aparición del tren como medio de transporte, del automóvil, del telégrafo. La televisión y la radio terminaron de cimentar las bases de la aldea global, lo cual lanzó al hombre a la era de la publicidad y el consumo contemporáneo. Sin embargo, el desarrollo tecnológico se ha acelerado de manera exponencial: mientras nuestros padres debían esperar cincuenta años antes de vivir una revolución mayor en las formas de comunicarse y relacionarse, nosotros a duras penas podemos seguir el ritmo vertiginoso de nuestro mundo.

En aproximadamente veinte años hemos sido testigos de la aparición de los teléfonos móviles, la Internet, los teléfonos y las tabletas táctiles; incluso vemos la llegada de los “asistentes virtuales”.

Así, nuestras sociedades se adaptan. Los seres humanos evolucionamos y cambiamos nuestras relaciones sociales en gran parte como resultado de la tecnología de turno. No obstante, estos cambios pueden representar desafíos mayores para los ciudadanos. Por ejemplo, una excusa clásica utilizada hace pocos años para justificar una desaparición repentina, era la alusión a la poca fiabilidad de las baterías de los teléfonos móviles. “Perdón, cariño, pero mi  Star tac se quedó sin carga” era una excusa plausible en 1998, jamás en el 2011. De esta manera, aquellos acostumbrados a escudarse en la batería de su teléfono para evadir a la mamá o a la novia durante horas, tuvieron que buscar nuevas alternativas ante los teléfonos con 3 días seguidos de autonomía. Hoy en día, nadie creería que pasamos 3 horas en un túnel o en el nivel -5 del estacionamiento. El hombre contemporáneo debe estar allí, dentro de la red de cobertura y con la lucecita del teléfono iluminándole el rostro, todo el tiempo.

Ahora disponemos del asistente virtual Siri del iPhone 4S, una vocecita capaz de responder las preguntas más inauditas. ¿Una buena invención? Puede ser. Todo lo que sé es que la excusa, “querida, estaba conduciendo y no pude responder el teléfono” se ha ido a la porra al ritmo de las disquisiciones filosóficas de Siri.

No es sorprendente constatar entonces que una de las primeras causas de divorcio en los Estados Unidos es la red social Facebook. Basta con dirigirse al perfil de la persona para conocer todas sus interacciones. Un comentario subido de tono o una foto etiquetada sin su permiso y ya está; bienvenido a la discordia marital, acostúmbrese a dormir en el sofá de la sala.

No quiero decir con esto que yo tenga algo que esconder. Simplemente, me parece que la privacidad es una parte fundamental del ser humano y que, abrirse a todos, todo el tiempo, es la mejor receta para volverse neurótico. No vale la pena preocuparse cada vez que alguien saca un teléfono en público. Es imposible esconderse de la exposición virtual. Todos tenemos fotos etiquetadas en Facebook, todos aparecemos en algún video de YouTube. ¿Cómo hacer entonces para evitar que la violación de nuestra privacidad nos provoque un ataque cardíaco?

La respuesta la tiene un video de YouTube (por supuesto). Esta persona es un genio de la red. Ella entendió todo: ya que es imposible evitar la exposición virtual, hay que eliminar todo sentido de dicha exposición. La fórmula repetición-serie que permitió a Andy Warhol convertirse en un mito del pop art se transforma acá en acto de resistencia: repetir, ad nauseum, ad infinitum, aparecer para desaparecer, eliminar todo sentido de nuestro rostro.

La chica que verán a continuación domina este arte a la perfección. La receta: usar siempre la misma pose, sin importar el contexto o la situación. Jamás cambiar de expresión facial. Repetir. Producir fotos en serie, hasta que todo rastro de humanidad se haya evaporado de su existencia.

Es el único remedio que existe ante la exposición prolongada y sin protección al sol ardiente de Internet.

(Artículo publicado en PanfletoNegro).

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Drive y Ryan Gosling

lrgirlEl estado actual del cine es francamente patético, un conjunto de intentos más o menos directos, más o menos descarados, de hacerse con nuestro dinero. Cuando bodrios como Los pitufos decepcionan en la taquilla, siempre se puede citar el intercambio ilegal de archivos como explicación. No, no es el hecho de que el estudio haya invertido en una idea de mierda, propuesta en un guión de mierda, dirigida por el oportunista de turno con su ano, que excreta tomas aburridísimas sin el más mínimo riesgo… No. Hemos echado a la basura millones de dólares, pero esto se debe a que el público no vino a ver nuestra mierda, porque la han bajado de internet. ¿Ahora qué hacemos con los juguetes de mierda que íbamos a vender con las hamburguesas de mierda? Internet killed the radio star.

 

Ante la desértica propuesta filmográfica, es normal que todo el mundo se arroje sobre Drive de Nicolas Winding-Refn, como si fuera Apocalipsis Now. Porque la película es de una sobriedad remarcable, y en un mundo gobernado por el “dame tu dinero, coge tu billete y piérdete”, su apuesta se erige como el último de los mohicanos de un cine que guarda algunas esperanzas de ser etiquetado como “arte”.

Drive hará por esta generación lo que Réquiem para un sueño (Aronofsky) hizo por la anterior: se establecerá como un referente, como el metro dorado, con el cual se medirá el cine de los próximos años. Drive es la frontera, el punto de no retorno, la delgada línea roja que delimita el arte cinematográfico del cine de consumo masivo. La película logra sacudir el sistema audiovisual, al apropiarse del cine gore para volverlo un producto destinado al público de masas. Winding-Refn extiende la estética gore-cómica, sádico-risible y pop art de Tarantino para llevarla hasta un realismo serio y sobrio. No que esto sea una novedad en sí. La filmografía de Takashi Miike (The imprint) y Park Chan-Wook (Old boy) son apologías a la violencia y a los litros de sangre falsa. Pero sus ambiciones siempre fueron underground, de cine alternativo y de culto. En cambio, Winding-Refn intenta llevar estos valores al cine de masas, igual que Christopher Nolan intenta ampliar el espectro del cine blockbuster pop hasta las propuestas psicologizantes y cerebrales (la diferencia entre estos dos últimos es que Nolan se coloca de lleno en el cine de masas, mientras que Winding-Refn no parece molestarse con este concepto y filma lo que le viene en gana).

Así, es posible que esta generación descubra su ídolo cinematográfico en la obra anterior de Winding-Refn: la trilogía Pusher, la genial Bronson y sobre todo, la sublime Valhalla Rising, cuya maestría estética vale la pena estudiar cuadro por cuadro.

En cambio, ¿hará Drive lo mismo por Ryan Gosling? El canadiense es, discutiblemente, el mejor actor de su generación, capaz de convertirse en el nuevo Sean Penn, Downey Jr. o Ed Norton. Sin embargo, el sistema parece habérselo apropiado, lo cual lo condenaría a seguir el destino de un Brad Pitt.

Porque las mejores películas de Ryan Gosling son las que hizo cuando le coqueteaba al cine alternativo. El papel más logrado –para mí-, que ha hecho es Lars and the real girl (2007). Le siguen, Half Nelson (2006) y The believer (2001). En estas tres cintas, el actor se apropia de los personajes y lleva a cabo un trabajo increíble. Por supuesto que la prensa, siguiendo su fijación con Indiana Jones, Harry Potter o Transformers, no parece haberse enterado de la existencia de Lars… por ejemplo.

Es por ello que les doy este consejo: si no han visto esta película, traten de buscarla. No los decepcionará.

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Las venas abiertas de los Estados Unidos

nyc2011 38El papel de inmigración me pregunta sin ambages, de lo más voulez-vous coucher avec moi, si pretendo asesinar al presidente de los Estados Unidos. La casilla subsiguiente me insta a “jurar por mi honor” que no he participado en genocidio alguno entre 1939 y 1945, algo fácilmente comprobable con sólo echar un vistazo a mi fecha de nacimiento. La paranoia de los policías que gestionan la fila que conduce a la taquilla de inmigración con sus porras y sus ladridos de “next!” recuerda, extrañamente, a los militares que participaron en el genocidio antes mencionado. Avanzamos ordenadamente hacia la línea imaginaria que separa el Estado de Nueva York del resto del mundo y me percato de que la fecha, brillante y digital encima del aviso de US Customs, me parece extraña. Hay algo en todo este cuadro que se me escapa, un detalle que Sherlock Holmes ya hubiese detectado pero que yo, sumido en la excelente 1Q84 de Murakami desde hace varios días, no logro discernir. Segundos después estoy a punto de gritar la versión venezolana de eureka, léase: coñodelamadre, sólo a mí se me ocurre viajar para acá en la víspera del once de septiembre.

Manhattan está deslucida, como una amante vieja y agotada que pretende convencerte de que trepes en su cama. La ciudad respira con dificultad, sus extremidades ya no le responden. La crisis económica es palpable, tanto en los rostros de las personas como en los carteles de “out of business” que se erigen por doquier. Las finanzas, hinchadas con los esteroides de la especulación, han hecho estragos en los sectores medio y bajo de la sociedad neoyorkina. Igual que la ilusión del cuartobate atlético se derrumbó en medio de escándalos de dopaje, el sueño americano constató de manera grotesca que su ídolo tenía pies de barro, que sus bíceps eran más falsos que las tetas de una modelo venezolana.

El once nos recibe con la máquina propagandística en sobre marcha. Desde cualquier televisor, radio o página de Internet se intenta emular el sufrimiento vivido hace diez años. En esto, los medios norteamericanos decepcionan por lo previsibles que pueden ser. La nación que se vanagloria en su capacidad de inventiva e innovación se contenta con reciclar las herramientas de comunicación empleadas por todos los gobiernos para avanzar contenidos y explicaciones simplistas. Desde Los Ángeles hasta Pionyang, mentiras más, mentiras menos, los países se esfuerzan por avanzar lecturas históricas unidimensionales llenas de pathos, excluyendo cualquier intento de análisis más profundo con la etiqueta de “antipatriota” o “manipulador”.

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Porque en medio de la tragedia que vio miles de civiles perder la vida se construye la farsa de un relato épico que busca fundar las bases de la nación norteamericana contemporánea. Ya lo había hecho el poeta Virgilio al trazar la fundación de Roma sobre los residuos de la guerra de Troya al mimetizar el relato homérico en su Eneida. En la Nueva York del 2011 el discurso épico es netamente semiológico y se basa en las imágenes televisivas que constituyen el esqueleto sobre el cual discurren los “analistas”. Estos, más que “analizar” algo, se contentan con afianzar el relato con las claves de simulacro/repetición que estudiara Baudrillard hace unas décadas.

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Así, no hay mejor ejemplificación de las contradicciones del sistema norteamericano que el memorial de Ground Zero. Valiéndose de la “compulsión de la repetición de Tanatos” estudiada por Freud en 1928, los medios, y a través de ellos la sociedad entera, se empeñan en repetir el evento traumático para mimetizar el sufrimiento colectivo. Dicha compulsión evita cualquier lectura comprensiva; de hecho, diez años después del once de septiembre es poco lo que ha aprendido el mundo occidental, aparte de prohibir a los viajeros subirse al avión con agua y retirarse los zapatos en los controles de seguridad. La imagen del avión estrellándose contra la torre derrumba todo intento de entender las consecuencias de dos guerras –una de ellas completamente ilegal-, el asalto al estado de derecho que representó el Patriot Act y al derecho internacional que es Guantánamo. Nada de ello aparece en la imagen de Obama al lado de George Bush parados en Ground zero. Ninguno de ellos rinde cuentas, ni Bush por sus “armas de destrucción masiva”, ni Obama por su promesa de cerrar Guantánamo. Los gobernantes hincan la cabeza y se contentan con reciclar el sufrimiento de Tanatos, de la muerte, e invitan al país a participar en el ritual totémico sin derecho a preguntar nada.

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Diez años después de los atroces atentados, lo único que pueden mostrar los Estados Unidos son huecos. Frente a Obama y Bush yace el hueco de las Torres Gemelas y este vacío recuerda las promesas que ellos, como buenos políticos, no han cumplido ni cumplirán. Pero frente a la población devastada y excretada del sistema productivo por la avaricia de un puñado de especuladores financieros aparece el hueco fiscal más grande de la historia de su país, con sus correlatos de desempleo, pobreza y abandono. En Nueva York se han multiplicado los vagabundos. Se les ve por doquier, empujando coches de supermercado con sus escasas pertenencias mientras en Washington se preocupan más por una oscura agencia de notación que los degrada a AA+ que por la supervivencia de estos ciudadanos.

Es esa la sensación que da la Gran Manzana hoy en día. Por un lado, los bancos hacen ganancias récord y los inversores se comportan como jugadores de póquer que saben que la casa va a quebrar pronto, tratando de maximizar su apuesta antes de que el casino se derrumbe. Por el otro, la clase media y baja se inyecta el speedball de las contradicciones norteamericanas: Rick Perry y Michelle Bachman proponen reducir la enseñanza de los métodos anticonceptivos en los colegios a “la abstinencia” solamente, mientras en televisión un rapero sacude una cadena de oro y nos recuerda que él se acuesta con toda la discoteca y que tiene más sexo que el que nosotros tendríamos en quinientos años. El nivel de vida de la población se pauperiza, mientras se le invita a seguir las aventuras del trasero de Kim Kardashian, que bebe champán en una playa de Bali o de Goa, el todo filmado con un lente gran angular .50 que se acerca al derrière como si estuviera a punto de hacerle una endoscopia.

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Porque la contradicción más grande no es que a diez años de los atentados se haya apenas construido un memorial y una fuente mediocre en Ground zero. Lo más humillante no es que jueguen con el sufrimiento y con los muertos para tratar de construir una consideración intempestiva sobre el destino divino de los Estados Unidos, como hace Kim Jong-Il en Corea del Norte. Lo más triste es la compulsión pragmática norteamericana de querer siempre ver hacia delante, sin entender jamás cómo se llegó acá. En esa avidez de futuro y crecimiento, los Estados Unidos han olvidado a las personas, a los ciudadanos. Acá no manda la gente, manda la bolsa, manda la agencia de notación, manda el sistema financiero. Y lo peligroso, lo verdaderamente preocupante, no es que ese país decida irse a la porra, es que, para el resto del mundo, el derrumbe de los Estados Unidos nos deja con el fantasma totalitario chino y el régimen iraní como únicas opciones.

Sucede que ese futuro es tan escalofriante como el hueco de Ground zero.

(Todas las fotos de NYC, acá)

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Apocalipsis griego

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El avión parece relinchar antes de aterrizar en el aeropuerto de Atenas. “8 sobre 10”, pienso, en lo que será una de muchas analogías olímpicas en este país. Llevamos muchas expectativas, no sólo las ansias de conocer la cuna de la civilización occidental, sino la curiosidad de observar cómo se traducen los preocupantes índices macroeconómicos en los herederos de la nación de Aquiles.

athens2No damos ni veinte pasos antes de ver las primeras señales de la debacle financiera: una huelga de taxis sacude la capital. En términos prácticos, esto es un gran problema, ya que son la una de la mañana y no hay ningún medio de transporte público. Los amigos que nos invitaron están obligados a buscarnos, pero como no pueden venir, envían a sus padres. El señor, que está en plenos preparativos matrimoniales de su hija, nos lleva al hotel antes de devolverse y buscar a otros invitados que llegan a las tres de la mañana.










zeus4El día nos recibe con un calor de más de treinta y cinco grados. Visitamos la acrópolis: el mármol refleja el sol incandescente que derrite turistas entre los templos de Poseidón y Palas Atenea. Una italiana que cree que el costo de la entrada le da derecho a alquilar toda la acrópolis, hace aspavientos y le grita a los demás visitantes que nos quitemos, que ella quiere tomar una foto “sola”, “sin turistas”. Nadie le hace el más mínimo caso.

people2En un bar aledaño, un camarero nos dice lo que escucharemos de boca de los jóvenes durante el resto del viaje: “me quiero ir de aquí”. Cuando le pregunto a dónde piensa irse, me dice que le importa poco. Estados Unidos o China, me responde. Lo miro con incredulidad y me explica, “mi madre es camarera en los Estados Unidos y gana 4 veces mi sueldo. Y los chinos ahora tienen dinero. Voy a abrir una tienda como mecánico en Shangai”.

Al segundo día, empiezo a dar tropezones con el idioma griego. Con razón están quebrados: buenos días se dice, “Calimera”. ¿Quién puede querer ir a trabajar así? Sólo provoca contestar, “qué injusticia” y buscar alguna protección del sol, siempre inclemente, siempre ardiendo sobre tus hombros.

tinos2En la isla de Creta la huelga de taxistas toma otras dimensiones. Los conductores, en franca rebelión ante la liberalización de su profesión (el gobierno propone eliminar los controles para ser taxista), invaden el aeropuerto y perturban todos los vuelos. Esto hace poca mella a la emigración turística hacia las islas de las Cicladas. Por encima de la debacle económica, los mismos de siempre siguen bailando y bebiendo como si no pasara nada. Un amigo me dice que en la isla de Mykonos, la otra “Ibiza” de Europa, un parasol y dos sillas en la playa cuestan 40 euros. En las discotecas, la gente paga mil euros para subir a bailar en la zona VIP y beber champán.





tinoskidsEn tierra firme, conversamos con algunos amigos griegos quienes confirman la percepción generalizada: en octubre, cuando desaparezcan los turistas con su ingesta de cócteles sobre preciados y sus compras de baratijas de plástico en las tiendas de recuerdos, estallará un descontento social que hará que la guerra de Troya parezca un berrinche del Pitufo peleón. “Nos engañan y nos estafan –nos explica una amiga-, ¿puedes creer que acá los políticos prometen una cosa y luego hacen otra? Se roban el dinero. Son todos unos corruptos”. Lamentablemente, es un bolero nada original.







tinos1Pero el problema no es sólo político. Los griegos viven de manera muy precaria. El salario mínimo es de 600 euros, una cerveza vale dos. Una cena cuesta más o menos quince euros por persona. Nuestra amiga, que logró graduarse en la Universidad, apenas llega a mil euros. Dice que no podrá correr con los gastos de la casa que heredó de sus padres, aunque si la vende, tampoco podrá pagar un alquiler.

No hay trabajo en Atenas, la crisis económica del 2008 afectó sobre todo al sector terciario. Los griegos huyen de la capital, la solución está en trabajar en el sector primario o secundario, en volver a la producción. Ser campesinos o ganaderos, una opción nada atractiva para los citadinos estudiados.









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El país se ha quedado sin sueños. La gente se ha resignado a la supervivencia como forma de vida. Los proyectos económicos y laborales se desvanecen y, la poca gente que aún conserva su empleo, resiste las inmensas presiones de sus jefes por trabajar más tiempo por menos dinero. El paro obliga a los empleados a mendigar su sueldo.

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tinos3Vemos el atardecer en la isla de Tinos, el lugar más religioso de toda Grecia. Los feligreses se arrastran hasta la Iglesia de María para pedir favores a la virgen. El gobierno ha habilitado una calzada especial para los suplicantes: una alfombra de felpa recubre el asfalto en la empinada subida hacia la Iglesia. Mientras veo una señora avanzar de rodillas hacia el lugar santo, no puedo dejar de pensar en cuál dios habrá traicionado a los hijos de Aquiles. La sombra de Ares, el dios de la guerra, parece apoderarse de la ciudad cuando aparece la luna. Pronto llegará el otoño, pronto volverá a brotar la cólera por las calles de la otrora capital del mundo.

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Pioneros de la oposición, seremos como el Ché

peq-pionerosPongamos el dedo en la llaga: Ché Guevara (y un par de sílabas más y hasta me queda en haiku). Hablemos de la fijación edípica de cierto sector de la oposición con este personaje. Y antes de que se pongan a chillar, vuelvan a leer la parte que dice, “cierto sector”: esto no es un ataque personal.

Me refiero al discurso radicalmente anti-guevarista, cargado de adjetivos violentos, relecturas históricas diacrónicas e interpretaciones convenientes. A riesgo de repetirme, diré que el propósito de este artículo no es, ni debe ser entendido como, una defensa/toma de posición en torno al Ché. El que quiera dejar su comentario al final de este texto insultándome o hablando de la masacre de la Cabaña es libre de hacerlo; yo soy libre de no prestarle la más mínima atención.

No digo que no pueda existir una discusión sincera y seria alrededor del Ché. Simplemente digo que es imposible esperar que sea el sector patológicamente anti-guevarista el que promueva dicha reflexión. Además, creo que cualquier intento de oposición democrática en Venezuela debería pasar por la exclusión de estos disociados, por las razones que daré a continuación.

No utilizo las palabras “patológico”, “disociado” o “edípico” a la ligera. ¿Puede haber otra descripción de una persona que pregona algo y luego hace exactamente lo contrario?

Estimado lector: haga un tour de blogs radicales de oposición y constatará lo siguiente: Primero, un esfuerzo exacerbado para llenar páginas virtuales de pathos, una vaina digna de guionista de la película Titanic, sobre “las masacres del Ché”, los fusilamientos sumarios, los niños huérfanos y otros trucos sacados del manual de Delia Fiallo. Luego un llamado a “la democracia y la justicia” (o algo por el estilo), seguido de un juicio moral sumario (expresado en insultos) de algún intelectual lo suficientemente bolsa como para decir algo laudatorio del Ché. El todo, escrito en mayúsculas, por favor, con cierres de signos de exclamación que jamás se abrieron. Ejemplo: COMO PUEDEN ADORAR A ESTE ASESINO !!!!!!

Acto seguido (y acá es que entra el rollo de lo patológico disociado), este demócrata de manos blancas escribe un artículo amenazando a políticos del statu quo o fichas del chavismo, del tipo (y en mayúsculas por favor; si es en twitter, mejor): @evagolinger SABEMO DONDE BUSCARTE NO TE VAS A SALVAR; o crea categorías como, “Los responsables de la dictadura” donde drena toda su bilis hacia Diosdado, por ejemplo, y mezcla, de lo más postmoderno, frases salidas de la izquierda, “prohibido olvidar”. Hablando de ejercicios de memoria, ¿recuerdan el nefasto reconocelos.com?

He allí lo psicoanalítico del asunto: sus “análisis” del Ché no son más que un parricidio de la figura freudiana. Este “pequeño pionero de la oposición”, se regodea pensando en la paliza que le dará a algún chavista en el futuro, imagina tribunales populares donde “el pueblo” lincha a Diosdado y a los cubanos los sacan a patadas de Venezuela.

¿Y no es exactamente eso lo que hizo el Ché?

Si el Ché leyera los blogs que contienen este tipo de argumentos, concluiría rápidamente que en Venezuela lo que hace falta es derrocar al gobierno por las armas y fusilar a una pila de chavistas.

Y si el Ché hubiese escrito un blog en 1959, seguramente hubiese deseado que Batista se muriera de cáncer “dolorosamente” después de una “larga enfermedad”.

Porque, ¿no son estos “demócratas anti-guevaristas” los que salieron en tromba el 12 de abril a tratar de linchar diputados y ministros, como si Fidel acabara de entrar en la capital y propusiera tomar el Vedado?

¿No fueron estos “pioneros de la oposición” quienes saquearon la Embajada de Cuba como si fuera el cuartel Moncada? ¿No son muchos de estos anti-guevaristas quienes utilizaban la lista Maisanta a la inversa, para evitar de contratar chavistas? Purga de homosexuales en Cuba, purga de chavistas en Venezuela; ¿hay tanta diferencia?

A nadie le pueden quedar dudas sobre el talante “democrático” de esta gente. Si el Ché Guevara estuviera vivo y se montara en el Granma para liberar a Venezuela del “yugo chavista”, ellos aplaudirían y dirían que el Ché es el tipo más democrático del mundo. Si el Ché fusilara a los políticos que ellos tanto odian, ninguno de ellos se quejaría. Muchos dirían, como dijeron los cubanos en 1959, que se lo buscaron.

Este anti-guevarista patológico, pichón de dictador, representa una seria amenaza para cualquier proyecto democrático en Venezuela.

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Las inseguridades de Noam Chomsky

noam-chomsky La noticia fue una bomba sólo para aquellos que no pueden ni siquiera leer una brújula: El intelectual de M.I.T., Noam Chomsky, brillante lingüista y virulento “crítico” de la política exterior de los USA, se acaba de bajar del carrusel chavista de PSUVlandia.

El genio de la gramática generativa, inventor de la frase incoherente, “las ideas verdes incoloras duermen furiosamente“, sólo necesitó 12 años para penetrar el enigma autoritario de Chávez. “Penetrar” tal vez sea una palabra demasiado fuerte, sobre todo al hablar de alguien de la edad de Chomsky.

Porque Chomsky, coherente con dicha edad, supongo, dice “no estar seguro” de nada y permanecer “escéptico” con la neutralidad de la justicia en Venezuela. Ya que, a nuestros ojos es bastante obvio que la Corte Suprema fue manipulada (y esto en el 2004), que se han nombrado (e inventado) gobernaciones a dedo y que no hay discusión alguna en el seno del PSUV, nos pareció un tanto extraño que Chomsky afirmara que, “no está seguro de que en Venezuela haya una tendencia hacia el caudillismo”, pero que “esta concentración de poder autoritaria es mala” y “tal vez Venezuela vaya hacia allá”. Esto, aunado a su declaración de que sigue “escéptico” sobre la posibilidad de que la jueza Afiuni sea juzgada de manera neutra.

Entendemos que sólo han sido 12 años, lo cual es poco tiempo para estar “seguro” de nada y que lo mejor es quedarse “escéptico” con todo, no vaya a ser. Al final, estamos hablando de gente que tiene que pasar horas discutiendo para convencerse de que “no hay un hipopótamo en esta habitación“. Ni modo que actúen con más celeridad en otros aspectos de la vida.

Pues con esto en mente, nuestros reporteros de Krisis Co. ® decidieron entrevistar al profesor para obtener su punto de vista sobre otros temas, igual de peliagudos. Acá reproducimos el diálogo que logramos grabar, después de visitar al señor Chomsky y tocar a su puerta.

-Buenas. ¿Profesor Chomsky?

-¿Eh? Ah. No estoy seguro de ser el profesor Chomsky, pero todos los indicios apuntan hacia allá –respondió el intelectual parado en el umbral de la puerta.

-Esteee… Okey… Sin embargo, usted es el profesor Chomsky, de eso no cabe duda.

-¿Qué le lleva a afirmar eso? Usted está siendo manipulado por los medios de comunicación. Ellos tienen años tratando de manufacturar consenso alrededor de la idea de que yo soy Chomsky. ¿Pero con qué fin?

-Ajááá. Mire, ¿podemos pasar?

-¿Pasar hacia dónde? ¿Cómo sabes que te estás moviendo? ¡Todo es un sueño! No nos movemos, creemos que nos movemos…

Una vez en la sala, intentamos precisar al profesor:

-A muchos lectores de sus declaraciones les extraña su “inseguridad” y su “escepticismo” hacia Venezuela. ¿Puede explicarnos por qué “no está seguro” o qué haría falta para borrar toda duda?

-¡Por supuesto! El proceso de pensar es muy complejo. Lleva tiempo. No podemos apresurar las cosas o dejarnos manipular por los medios de comunicación. Todo hay que cuestionarlo, ¡todo!

-Pero bueno, profesor: se puede estar seguro de ciertas cosas, ¿no?

-Ah, claro, claro. Yo tengo años reflexionando y ahora puedo afirmar con seguridad muchas cosas.

-¿Por ejemplo?

-Sencillo: después de mucho pensar, estoy seguro de que la invención de la rueda fue una buena idea.

-¿La invención de…? ¡Pero eso fue hace siglos! ¿Qué puede decirnos del gobierno de Obama, por ejemplo?

-Hmm. Pues de eso no estoy seguro. Capaz que todo es una manipulación. Sigo escéptico con Obama: puede que sea un robot controlado por los intereses internacionales…

-Dios –nuestro reportero empieza a sentir frustración-, pues no sé, ¿qué opina de Gandhi?

-Complicado. Hay que tomar las cosas por orden. He pensado todo desde el principio y, hoy por hoy, llegué más o menos hasta el descubrimiento de América. Sí. Estoy casi seguro de que fue una buena idea. Sigo un poco escéptico; la verdad que perdí muchos años pensando sobre la Inquisición. Pero bueno, en esas estoy. Gandhi, no llego todavía.

-¡Pero el descubrimiento fue a finales del siglo XV! ¿Quiere decir que no está seguro de nada a partir de ese momento?

-Más o menos. O sea, sigo escéptico.

El entrevistador empezó a sudar copiosamente y se recostó del sofá mientras estudiaba a Chomsky. Este le preguntó si quería un café y luego discurrió media hora sobre cómo saber si de verdad se está seguro de querer café o si no es simplemente la manifestación de una fantasía homosexual con el Dios del Nespresso, George Clooney. Nuestro enviado retomó fuerzas y atacó otra vez:

-Profesor: ¿El hombre llegó a la luna?

-No lo sé. Hay una tendencia hacia la creencia de que sí llegamos a la luna, pero sigo sin estar seguro de que este sea el caso en lo que se refiere a la raza humana.

-¿? A ver: ¿Profesor: la tierra es plana?

-Me reconozco escéptico para con ese argumento. No estoy completamente seguro de que se pueda afirmar que la tierra es o no es plana.

Nuestro enviado se frotó los ojos e intentó calmarse.

-Profesor Chomsky, una última pregunta: ¿Usted existe?

-No estoy seguro. Sigo escéptico. ¿Qué es existir? ¿Qué es estar seguro? ¿Cómo sé que todo esto no es producto del sueño de un diablo malvado? ¡Ideas verdes! ¿Quién le corta el pelo al barbero? ¡Dormir furiosamente! “Siempre digo mentiras”. ¿Verdadero o falso? ¡Aaaargh!

La cabeza de Chomsky explotó y bañó la habitación de rojo carmesí. Nuestro reportero salió a hurtadillas, cerró la puerta y desapareció, lamentando que el profesor no hubiese tenido tiempo de llevar sus reflexiones por lo menos hasta Galileo, para convencerse de que la tierra giraba alrededor del sol.

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Libros electrónicos: lo real sigue ganándole a lo virtual

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(artículo original publicado en francés por la e-zine Webdepart)

La revolución literaria y bibliotecaria es inevitable: los libros electrónicos llegaron para quedarse. Esto es, el soporte que permite el acceso a los símbolos cuneiformes que se supone transmiten ideas (dicho esto, cuando vemos la cuestionable calidad de ciertos libros, hay que preguntarse cómo diablos hizo el escritor para no avanzar imagen alguna, idea alguna, durante páginas y páginas de texto). La realidad es que la muerte del libro electrónico y la vuelta a la versión “árbol muerto” de la literatura es prácticamente imposible.

Sin embargo, el libro electrónico aún no logra imponerse como una alternativa viable en muchos países, sobre todo aquellos de raigambre nostálgica y conservadora (estamos pensando en Europa). Las razones de esto y los problemas derivados de la dicotomía real/virtual son el tema de este artículo.

Intentaré separarme de los argumentos reaccionarios personalistas de tipo, “adoro el olor de las páginas de un libro” para tratar de realizar una evaluación sincera de las diferencias entre estos dos soportes, el físico y el virtual. Trataré de afirmar que si el libro electrónico pretende destronar al libro físico como objeto cultural, aún le faltan muchos problemas por resolver.

No es un problema de mercado, ya que las ventas de Amazon de libros electrónicos sobrepasan las ventas físicas hoy en día y el aparato “Kindle” es extremadamente popular en los Estados Unidos. Igualmente, quienes vaticinaba la muerte del “Kindle” con la aparición del “iPad” de Apple se han equivocado ya que el público parece distinguir claramente entre estos dos objetos. Un Kindle y un iPad no son para nada parecidos en lo que a la lectura se refiere. El aparato de Amazon, con su luminosidad atenuada, se hace muy agradable para la lectura mientras que los propietarios del iPad utilizan este último para la lectura sólo de manera accesoria. Muchas personas poseen ambos objetos y utilizan el Kindle para leer libros electrónicos y el iPad para consultar sus correos electrónicos, ver videos y jugar videojuegos.

Estamos hablando entonces de la calidad de la experiencia puesto que el objetivo de la tecnología siempre ha sido mejorar ésta, no empeorarla. Nadie extraña los teléfonos con cableado por encima de los inalámbricos, nadie argumentaría que el desarrollo de pantallas de ordenador capaces de reproducir películas en alta calidad, navegar en la red y ver los canales de televisión tradicionales todo en uno, sea una mala idea.

Entonces, cuando hablamos de la dicotomía real/virtual en torno a los libros, creo que aún hay muchas cosas que mejorar para que la experiencia virtual pueda sustituir la experiencia real y podamos finalmente entrar en la era digital de la literatura. He aquí algunas ideas.

El problema físico. Una de las ventajas más grandes del libro físico es su presencia. No hablo solamente del hecho de que el libro “exista”, hablo del hecho de que, al estar allí (¿Dasein?, Heidegger) nos obliga a leerlo. Igual que el acceso a los MP3 ha trivializado el acto fundacional de “descubrir” un disco (tocarlo, explorar la carátula, leer las notas de producción, poseerlo en cierta manera y luego disfrutarlo en la privacidad del hogar con el tocadiscos) y que hoy en día la diferencia entre descargar un disco de Miles Davis y toda la discografía es de escasos minutos (lo cual conlleva a que no escuchemos ni la mitad del material descargado), la capacidad de acumular libros en el Kindle y olvidar de leerlos es inmensa. Por sólo atisbar una solución: si existiese una aplicación que nos recordara que empezamos a leer “Crimen y castigo” y que vamos por la página 200 para así incitarnos a terminarlo, esta carencia de brújula y orientación en nuestra biblioteca de Babel virtual podría evitarse.

La falta de biblioteca. Extendiendo el punto anterior, la guerra entre los proveedores virtuales de libros es infantil y contraproducente. No hay manera de contar con una sola base de datos o biblioteca virtual, ya que cada empresa ofrece su aplicación y son incompatibles. El usuario debe abrir el programa de Kindle, Nook o Borders para buscar el texto; de no conseguirlo, debe cerrar la aplicación y abrir la siguiente. Para que los libros electrónicos se impongan, es necesario crear una sola aplicación que sirva de raíz a todos los libros que hemos comprado o descargado.

Imposibles de traspasar o prestar. Los libros electrónicos no son mucho más baratos que los libros físicos (dependiendo de la edición) y muchas veces el ahorro se cuenta en escasos dólares entre los dos soportes. Sin embargo, las diferencias en lo que respecta a la posesión y a la pertenencia son abismales: el libro electrónico no puede ser prestado a un amigo que desee leerlo, no puede ser donado a la biblioteca municipal o revendido. Si los usuarios dicen sentirse distantes del libro electrónico, esta sensación de falta de propiedad es sin duda una razón mayor.

Son demasiados privados. Mucha gente cultiva el fetiche del libro y utiliza éstos para definir su personalidad en la biblioteca de su casa. No es lo mismo entrar en casa de alguien que tiene la colección completa de En busca del tiempo perdido en la estantería de la sala, que en casa de alguien que posee los siete tomos de Crepúsculo/Twilight (¿son siete, no?). En este sentido, los libros electrónicos, con su carácter privado y oculto en algún disco duro, no ofrecen alternativa alguna al fetiche físico.

Para concluir podemos afirmar que, si el libro electrónico desea imponerse como un objeto cultural y un referente para nuestra época, aún debe evolucionar para suplir las necesidades que por los momentos sólo puede darnos el libro físico. De no hacerlo, será simplemente una moda más, un tamaguchi de principios del siglo XXI que alimentó las arcas de Amazon y Apple durante un tiempo. Pero esto es poco probable ya que las posibilidades que abre el libro electrónico son casi infinitas. Sin embargo, para desarrollarlas se requiere un poco más de tiempo de reflexión y desarrollo que lo que impone el mercado y sus lógica de inversión/ganancia. Podemos imaginar, no libros electrónicos sino paquetes culturales en los cuales el soporte permite el acceso a un abanico de estímulos: literarios, fotográficos, audiovisuales y demás. El usuario podría leer En busca del tiempo perdido y escuchar la sonata de Vinteuil al mismo tiempo. Podría recorrer París de la mano de Cortázar, con un plano interactivo al lado. Podría tener una tabla de conversión monetaria ajustada a la inflación y a la época para entender cuántos rublos gastó Dimitri Karamázov en champaña.

En fin, las posibilidades son inmensas. Pero aún hay mucho camino, digo gigas, que recorrer.

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