El nihilismo de Joyce Carol Oates

Mudwoman“, la última novela de Joyce Carol Oates, es un paseo fascinante a través de las marcas que nos deja el pasado. La novela privilegia una narrativa en dos tiempos, entre “Mudchild” y “Mudwoman”, la niña abandonada y la mujer reencontrada. El principio de la novela, el relato seminal de “Mudchild”, es prácticamente perfecto, una descripción espeluznante en la que Carol Oates demuestra que es un portento de escritor en claves de terror.

Sin embargo, la fuerza de la novela es su profundidad filosófica, en la cual la autora se enfrenta a ciertas concepciones sacadas de manera más o menos evidente, de Friederich Nietzsche. Encontramos su concepción de eterno retorno en este personaje para quien parece que todo está dicho; pero se impone sobre todo la noción del peso histórico desarrollado en la Segunda consideración intempestiva, y la idea de “justicia” como un constructo que aprisiona a los seres más fuertes y los coharta, es decir, todo aquello de Más allá del bien y del mal:

“Hay una pregunta fundamental, acerca de si un principio abstracto vale una vida humana, o miles de ellas; pero también existe la pregunta acerca de si hay algo en la vida tan significativo como lo abstracto. Dicho de otra manera, ¿son los individuos tan consecuentes como los principios? ¿Usted quisiera morirse para “preservar la Unión”? ¿Aceptaría para ello la muerte, las heridas y las mutilaciones de los demás?”

“Mudwoman” es una novela sumamente poderosa, de una fuerza y una energía pura y salvaje. A veces se pierde en la narrativa de literatura de Universidad, tan de moda, de profesores, alumnos y decanos que se enfrentan a problemas de facultad. Pero más allá de eso, “Mudwoman” confirma que Joyce Carol Oates sigue su ascenso hacia el panteón de las escritoras norteamericanas contemporáneas, gracias a su producción non-stop y su increíble originalidad.

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“Cero cero cero” de Roberto Saviano

El mejor ensayo que he podido leer este año es sin duda “Cero cero cero” de Saviano. Aquí, el autor de “Gomorra” sigue su incursión en el mundo paralelo de las mafias organizadas, ahora buscando la pista de la cocaína. Es un libro que cambiará totalmente tu forma de ver el mundo, porque los vínculos que establece entre el narcotráfico, la banca y los gobiernos es un electroshock a quienes creen en la democracia contemporánea. Después de colocarnos cara a cara con los cárteles mexicanos y su excesiva violencia, Saviano nos relata el Plan Colombia desde el punto de vista de los paramilitares. No contento con eso, expande su investigación hasta incluir a la mafia italiana y la “mafiya” rusa, probablemente la peor de todas. Son expertos del tánatos, analistas de la destrucción: su único talento se basa en identificar países con instituciones débiles que pueden doblegar y quebrar para someterlos a la lógica del narcotráfico. Desde México hasta Guinea-Bissau, estos parásitos instalan sus redes en estos Estados, y se enriquecen mil veces más de lo que lo hace la empresa Google.

 

Así, si escogen un libro de ensayo del 2014, que sea “Cero cero cero”.

 

“¿Qué has aprendido a asociar a palabras como spread y rating, crisis de liquidez y déficit? ¿Qué palabras conoces entre hedge fund, subprime, credit crunch, swap, blind trust, y de cuáles sabrías explicar el significado? ¿Estás convencido también tú, que sabes que perteneces al noventa y nueve por ciento que en conjunto posee la misma riqueza que el uno por ciento restante, de que tus fatigas cada vez mayores para buscarte la vida son culpa principalmente del capitalismo financiero? ¿Crees también tú que los bancos, capaces de conseguir que les regale miles de millones el Estado, o sea en última instancia tú mismo, y que en cambio a ti no te renuevan el crédito, son una colosal apisonadora dominada por una camarilla invisible e intocable de especuladores y altos ejecutivos mejor remunerados que las máximas estrellas del cine y del fútbol? En parte te equivocas. No existe ningún poder oculto que te aplasta, ninguna SPECTRA graduada en las mejores universidades, de costumbres de una riqueza nunca demasiado exhibida, de maneras sobrias y sosegadas”.

(…)

 

“Los bancos y el poder de los bancos están hechos de hombres, como todo lo demás. Si ese poder se ha revelado tan destructivo, la culpa no es sólo del broker colocado y ávido o del funcionario corruptible concreto, sino de todos: del operador bursátil con licencia para hacer operaciones de alto riesgo y del equipo de especialistas que adquieren en el mercado global los títulos que irán a confluir en los fondos ofrecidos por la propia entidad, pasando por el funcionario que te propone alguno de ellos para poner en lugar seguro tus ahorros, hasta llegar al empleado de la ventanilla. Son ellos, todos juntos, quienes ejecutan las directrices de los bancos, y casi siempre son personas honestas”.

(…)

 

“Trescientos cincuenta y dos mil millones de dólares: las ganancias del narcotráfico son superiores a una tercera parte de las pérdidas del sistema bancario reveladas por el Fondo Monetario Internacional en 2009, y no son sino la punta que emerge o que cabe intuir del iceberg hacia el que nos dirigimos”.

(…)

 

“Llamas al camarero y le dices el nombre de un vino. Que no está en la lista. Que nunca ha estado en la lista. Pero el camarero asiente y se retira en silencio. No es un error, ni tampoco una alucinación. Es un código. Un vino que no existe en la lista es un gramo de cocaína. Tienes que alimentarte si trabajas en el mundo de las finanzas, tienes que ser rápido y eficaz, saber tomar las decisiones adecuadas en un instante. Así, día tras día, de lunes a viernes, de la una a las dos, en el lugar donde el trapicheo y el consumo de cocaína se han hecho endémicos. La City”.

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La “cool girl” de Gillian Flynn

“Gone girl”, la novela que inspiró la película de Fincher, es uno de los libros más decepcionantes que he leído este año. La película está perfectamente adaptada, así que los que vieron la cinta tendrán la misma impresión: un excelente comienzo, un manejo increíble del suspenso, un ritmo taimado y bien logrado… Hasta que pasas de la mitad del libro (o de la peli), donde la autora intenta “explicar” todo y cae en grados más o menos elevados de inverosimilitud que llegan hasta el ridículo y lo increíble.

La verdad que es una lástima, porque la primera mitad de la novela está muy bien.

Es allí donde encontramos el retrato de la joven pareja americana, vapuleada por la economía en recesión y obligada a abandonar sus sueños.

También aparece el análisis de “cool girl”, el arquetipo de la chica norteamericana y de sus valores capitalistas contemporáneos. Es, a mi parecer, la mejor parte del libro (que se menciona apenas en la peli), una autopsia de las relaciones entre los hombres y las mujeres en un mundo de telerealidad, de redes sociales caracterizadas por el egoísmo egocéntrico y de una sexualidad gobernada por la pornografía y las tristes imágenes de pseudo divas frotándose en una canción de stripper-pop y diciendo que son “artistas”. La “cool girl” de Flynn es la síntesis de esta sociedad, sus traumas y sus complejos:

Men always say that as the defining compliment, don’t they? She’s a cool girl. Being the Cool Girl means I am a hot, brilliant, funny woman who adores football, poker, dirty jokes, and burping, who plays video games, drinks cheap beer, loves threesomes and anal sex, and jams hot dogs and hamburgers into her mouth like she’s hosting the world’s biggest culinary gang bang while somehow maintaining a size 2, because Cool Girls are above all hot. Hot and understanding. Cool Girls never get angry; they only smile in a chagrined, loving manner and let their men do whatever they want. Go ahead, shit on me, I don’t mind, I’m the Cool Girl. Men actually think this girl exists. Maybe they’re fooled because so many women are willing to pretend to be this girl.

For a long time Cool Girl offended me. I used to see men – friends, coworkers, strangers – giddy over these awful pretender women, and I’d want to sit these men down and calmly say: You are not dating a woman, you are dating a woman who has watched too many movies written by socially awkward men who’d like to believe that this kind of woman exists and might kiss them. I’d want to grab the poor guy by his lapels or messenger bag and say: The bitch doesn’t really love chili dogs that much – no one loves chili dogs that much! And the Cool Girls are even more pathetic: They’re not even pretending to be the woman they want to be, they’re pretending to be the woman a man wants them to be. Oh, and if you’re not a Cool Girl, I beg you not to believe that your man doesn’t want the Cool Girl. It may be a slightly different version – maybe he’s a vegetarian, so Cool Girl loves seitan and is great with dogs; or maybe he’s a hipster artist, so Cool Girl is a tattooed, bespectacled nerd who loves comics. There are variations to the window dressing, but believe me, he wants Cool Girl, who is basically the girl who likes every fucking thing he likes and doesn’t ever complain. (How do you know you’re not Cool Girl? Because he says things like: ‘I like strong women.’ If he says that to you, he will at some point fuck someone else. Because ‘I like strong women’ is code for ‘I hate strong women.’) I waited patiently – years – for the pendulum to swing the other way, for men to start reading Jane Austen, learn how to knit, pretend to love cosmos, organize scrapbook parties, and make out with each other while we leer. And then we’d say, Yeah, he’s a Cool Guy. But it never happened.
Instead, women across the nation colluded in our degradation! Pretty soon Cool Girl became the standard girl. Men believed she existed – she wasn’t just a dreamgirl one in a million. Every girl was supposed to be this girl, and if you weren’t, then there was something wrong with you. But it’s tempting to be Cool Girl. For someone like me, who likes to win, it’s tempting to want to be the girl every guy wants. When I met Nick, I
knew immediately that was what he wanted, and for him, I guess I was willing to try. I will accept my portion of blame. The thing is, I was crazy about him at first. I found
him perversely exotic, a good ole Missouri boy. He was so damn nice to be around. He teased things out in me that I didn’t know existed: a lightness, a humor, an ease. It was as if he hollowed me out and filled me with feathers. He helped me be Cool Girl – I couldn’t have been Cool Girl with anyone else. I wouldn’t have wanted to. I can’t say I didn’t enjoy some of it: I ate a MoonPie, I walked barefoot, I stopped worrying. I watched dumb movies and ate chemically laced foods. I didn’t think past the first step of anything, that was the key. I drank a Coke and didn’t worry about how to recycle the can or about the acid puddling in my belly, acid so powerful it could strip clean a penny. We went to a
dumb movie and I didn’t worry about the offensive sexism or the lack of minorities in meaningful roles. I didn’t even worry whether the movie made sense. I didn’t worry
about anything that came next. Nothing had consequence, I was living in the moment, and I could feel myself getting shallower and dumber. But also happy”.

Como dicen los gringos: Ignorance is bliss.

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Qué es literatura pornográfica (continuación)

Hace unos días comentábamos que en Francia el jurado del Goncourt había excluído sorpresivamente la obra de Emmanuel Carrère en su primera ronda de selección. A pesar de no dar razones específicas, las entradas en las bitácoras de dos de sus jurados, Pierre Assouline y el Presidente del jurado, Bernard Pivot, hacían entender sus motivos. Por un lado, el estilo seco, “carente de estilo” de Carrère, molestó a ambos eruditos, así como su uso egocéntrico de la primera persona (el “yo, yo, yo”, según Pivot).


Pero más allá de las consideraciones, siempre subjetivas, del “estilo” que debe o no tener un libro, Pivot denuncia varias páginas “pornográficas” que no tienen “razón de ser” en el libro de Carrère, mientras Assouline subraya el “mal gusto”.

Es por ello que en la entrada anterior traduje (algo torpemente, no soy traductor) algunos párrafos de la polémica escena de masturbación femenina, para que ustedes juzgaran que tan “pornográfico” o de “mal gusto” puede ser el libro de Carrère.


Dado por finalizado el asunto, me lancé de lleno en la lectura de “El amor y los bosques” de Eric Reinhardt, la novela que todos suponemos ganará el Goncourt (porque el Goncourt es un premio sin suspenso, como los Oscars).


Pues cuál fue mi sorpresa cuando, hacia la página 28% de mi Kindle, me consigo con esta escena de sexo tórrido:


“Se sorprendió cuando tocó su lengua. El glande carnoso se reveló divinamente excitante, ella sentía que le llenaba la boca como un pedazo de comida demasiado grande. (…) Él le enterró un dedo en el ano, y ella tembló. (…) Sintió que el semen de Cristian iba a estallarle en las encías, entonces se sentó sobre él, acoplando su sexo al suyo, en cadencia, aplicados, besándolo en los labios mientras él le pellizcaba los senos con una crueldad que aumentaba su placer”.


Y por allí se va.


Personalmente, ambos libros me parecen excelentes, y me costaría muchísimo tener que escoger “el mejor”. Estamos hablando de un libro referencia (Carrère), que borra las fronteras entre la historia, el ensayo, la biografía, la novela, etc., y presenta, con suma erudición, cómo la Biblia fue escrita en los años que siguieron la muerte de Cristo. Todo ello utilizando su estilo plano, seco y “carente de estilo”. Por otro lado, tenemos a Reinhardt, quien produce un relato preciso y controlado, con un estilo propio, que retrata a una mujer herida sentimentalmente.


¿Qué prefieren entonces, un ensayo sobre Cristo, o una novela romántica sobre una señora treintona que redescubre su sexualidad? ¿Qué es mejor, el jazz o la música clásica? ¿A quién le dan el premio, al quintento de Miles Davis, o a Plácido Domingo?


De lo que sí estoy seguro es de que *ninguno de los dos* constituye “literatura pornográfica”, o en todo caso, ninguno de esos dos párrafos debería ser un argumento para “eliminar” desde la primera ronda, al libro de Carrère.


Porque releyendo la entrada de Pivot no puedo sino preguntarme, ¿qué entiende él por “páginas pornográficas sin razón de ser”? ¿Es ese el problema, que no son pertinentes? Es decir, si el Marqués de Sade relata escenas de coprofagia en Justine, eso es “literatura pornográfica pertinente”, pero si Carrère dice que saber si un cuadro utilizó modelo o no, es como saber si un video porno en la red es amateur o no, ¿eso es “literatura pornográfica no pertinente”? ¿Está bien escribir “pornografía”, siempre y cuando haya un fin literario en ello?

 

Una escena de “pornografía justificada” en Justine

En fin, no sé. Al final, el libro de Reinhardt es excelente y lo estoy disfrutando muchísimo, poco importa el Goncourt. No olvidemos que es el premio que recibió Houellebecq en el 2010 después de su blitzkrieg mediático y la composición de “El mapa y el territorio” en claves explícitas para seducir al jurado del Goncourt, sin el patetismo depresivo que lo caracteriza, y con intentos -tristes- de ser cómico y popular.

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¿Qué es literatura pornográfica?


En Francia, el premio literario más prestigioso es sin duda el Goncourt. Cada año, hacia principios de noviembre, el prestigioso jurado se reúne en un restorán parisino y, entre copas y quesos olorosos, corona al gran ganador. Antes de llegar a una noche tan linda como esa, hay dos cortes, o dos “short lists” que empiezan a eliminar candidatos y ayudan a los que son retenidos a aumentar sus ventas.


Ahora bien, el Goncourt es un premio de la crítica y como tal se supone paralelo a los gustos del público y de los libreros. Sin embargo, los miembros del jurado se cuidan bastante de no alienar al público. Intentan, en la medida de lo posible, premiar novelas que puedan tener eco en el lector promedio, en vez de oscuros intentos de narrativa experimental.


Esto nos lleva a la polémica de este año. En el 2014, el gran libro de la temporada ha sido “El reino” (Le royaume) de Emmanuel Carrère. Plebiscitado de manera casi unánime por la crítica, alabado por los libreros y recibido con entusiasmo por los lectores, la novela de Carrère se ha alzado con casi todos los premios a los que se ha presentado y ha vendido más de cien mil libros físicos desde que apareció en agosto.


Es por esto que su exclusión de la primera lista de nominados al Goncourt es nada menos que un escándalo.


Ahora bien, es obvio que el jurado es libre de establecer sus criterios y escoger a quien mejor le venga en gana; lo que extraña es la eliminación, desde la primera ronda, del libro de Carrère.


Acabo de terminar la obra, que en mi opinión es un libro sumamente importante por muchas razones. Carrère borra deliberadamente las fronteras entre los estilos literarios: “El reino” mezcla narrativa histórica, autobiografía, ficción y ensayo, en un intento por entender por qué el autor se volvió ateo y cómo fue escrita la Biblia para imponerse como religión dominante.


Evidentemente, las consideraciones históricas per se son harto conocidas y pueden ser consultadas en otros libros (supongo que no serían novedad para el cultísimo jurado Goncourt). Pero la libertad que se da Carrère de ficcionalizar a Lucas y a Pablo (“Pablo era una mezcla de Philip K. Dick y de Stalin”, dice) produce una obra completamente original.


No así los párrafos considerados “pornográficos”, si le creemos al jurado.


Bernard Pivot es el presidente. Muchos lo conocemos por ser quien popularizó el “cuestionario Proust” que le hacen a los entrevistados al final del Actor’s Studio (“¿Qué quieres que te diga Dios al llegar al cielo?”, etc.). Pero el erudito, apenas una semana después de ser publicado “El reino”, ya lo destrozaba en una crónica intitulada “el western evangélico de Carrère”.


En su columna, Pivot explica que es un libro “de mal gusto” que contiene cinco o seis páginas “pornográficas”, “sin justificación alguna”. Termina diciendo, “parece que Carrère quería ganar una apuesta: insertar algo porno [du hard] en medio de cosas sobre Dios”.


Es así como llegamos al punto central de este artículo, donde ustedes podrán juzgar si (1) esto es un texto erótico y (2) si cinco páginas, en un libro de 630, deberían condenarlo al “mal gusto”.


“Me parece que la pregunta sobre si un cuadro ha sido pintado con o sin modelo, corresponde en la pornografía aquella de saber si estamos viendo un video amateur o comercial. Dicho de otra manera, si la chica se filmó o se hizo filmar por placer o si es una actriz porno más o menos profesional. Los sitios en línea, evidentemente, prefieren decirnos que son estudiantes cachondas que hacen eso por diversión, pero la mayoría de las veces dudamos. Existe un indicador claro: ¿la chica muestra su cara? Aquella que se esconde me lleva a pensar que no es profesional, que es alguien que se excita al masturbarse frente a todo el mundo pero que quiere evitar a los colegas de la oficina, a sus amigos, a su familia que pudiese reconocerla. (…) Otro índice es el coño [o concha, para los ibéricos, ndlr]. Todas las profesionales lo tienen afeitado, muchas amateur también, pero un coño peludo es un buen signo de autenticidad (…). El video que me excita es un plano fijo. La cámara no se mueve, lo que indica que la chica está sola. Está acostada en la cama, en bluyín y sostén. No es una mujer bella, ni fea, pero no tiene nada de actriz porno, ni el físico ni la expresión. (…) Después de un minuto, comienza a acariciarse los senos: son pequeños, agradables, naturales. Con la punta de los dedos, que ha lamido, excita su pezón. Se levanta a medias para quitarse el sostén, luego duda, luego se desabrocha el bluyín, desliza una mano en su pantaleta. Podría acariciarse así, pero bueno, ya que estamos, mejor quitarse el bluyín. Su coño es castaño, más o menos peludo, muy atractivo para mí. Lo roza, luego mete los dedos y empieza a pajearse, con las piernas bien abiertas…” (Le Royaume, Emmanuel Carrère).


Y por allí sigue, hasta que la chica “acaba violentamente”.


Es, por decir lo menos, paradójico, que el país del Marqués de Sade considere esto “de mal gusto” y que sea un argumento para desconocer el trabajo de Carrère.


Publicado en PanfletoNegro.

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Troleando el apocalipsis zombi

¿Estaba Max Brooks pensando en Hugo Chávez cuando escribió “World War Z: an oral history of the zombie war“?

Eso pareciera: cuando el mundo se reune en las Naciones Unidas para tratar de desarrollar una estrategia común ante lo que ya es una epidemia global, un jetón altisonante del tercer mundo toma la palabra para llenar la sala de incoherencias esquizoides. Según nos lo cuenta un chileno (ya que el libro se compone de entrevistas):

“Uno de los delegados de uno de los países “en desarrollo” de la preguerra sugirió, de manera acalorada, que [la epidemia] era un castigo por violar y pillar a las “naciones víctimas del sur”. Tal vez, dijo, si se mantiene a la “hegemonía blanca” distraída con sus propios problemas, la invasión de los muertos vivientes permitiría al resto del mundo desarrollarse “sin intervención imperialista”. Tal vez los muertos vivientes habían traído más que devastación al mundo. Tal vez haya traído justicia para el futuro. Ahora bien, mi pueblo tiene poco amor por los gringos del norte, y mi familia sufrió suficiente bajo Pinochet como para que yo tenga razones de convertir esto en algo personal. Pero llega un punto en el cual las emociones privadas deben dar paso a los hechos objetivos. ¿Cómo puede haber una “hegemonía blanca” cuando las economías más dinámicas de la preguerra eran China e India, y la economía más grande durante la guerra era sin duda Cuba? ¿Cómo puede referirse al frío como un problema de los países del norte cuando había gente apenas sobreviviendo en el Himalaya o en los Andes de mi propio Chile? No, este hombre y todos los que están de acuerdo con él no estaban hablando de justicia para el futuro. Sólo querían venganza por el pasado”.

Ese ha sido siempre mi problema con el discurso de Chávez en la ONU: al reducir la política internacional a una payasada y a una llamadera de nombres (“¡diablo!”), se satisfacen sólo los impulsos más bajos y violentos. No se aporta nada a la discusión, peor; después del happening de Hugo Chucky, aquellos quienes teníamos argumentos de peso, razonados y justificados para no invadir Irak, éramos automáticamente metidos en el saco de los locos sin argumentos y bravucones como Chávez. La “diablada” satisfizo solamente a los más revanchistas y recalcitrantes, quienes creen que es legítimo ir por allí llamando “diablo” a los líderes de otros países, pero quienes se ofenden cuando les gritan “cállate” a sus propios gobernantes.

Bigup: Afinidades electivas, por el E-book.

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Proust pictórico (12)


La parábola del rico bobo“, Rembrandt, 1628 (Gemäldegalerie, Berlin).

“En un baratillo, una vela medio consumida, al proyectar su rojo fulgor sobre un grabado, lo transformaba en una sanguina, mientras que, al luchar contra la sombra, la claridad de la lámpara grande atezaba un trozo de cuero, nielaba un puñado de lentejuelas chispeantes, depositaba sobre unos cuadros que no pasaban de ser malas copias, un dorado precioso como la pátina del pasado o el barniz del maestro, y hacía, en fin, de aquel chiribitil en que no había más que cosas falsas y mamarrachos, un inestimable Rembrandt”.

(El mundo de Guermantes, pág. 55)

Entrada de la serie Las referencias a la pintura en En busca del tiempo perdido.

 

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Los derechos laborales y Upton Sinclair

En su novela, “La jungla”, publicada en 1906, el escritor norteamericano Upton Sinclair nos recuerda que la utopía de algunos teóricos contemporáneos en materia económica, como la eliminación del salario mínimo y de la seguridad social, existió hacia principios del siglo XX. Quien quiera saber cómo será un mundo sin Estados, sindicatos, convenciones sociales y derechos laborales, puede simplemente adentrarse en las páginas del trabajo de Sinclair. Porque la novela, publicada primero como una serie de artículos en el periódico socialista Appeal to reason, se basa en la acuciosa investigación del escritor en las fábricas empaquetadoras de carne.

“All day long the blazing midsummer sun beat down upon that square mile of abominations: upon tens of thousands of cattle crowded into pens whose wooden floors stank and steamed contagion; upon bare, blistering, cinder-strewn railroad tracks, and huge blocks of dingy meat factories, whose labyrinthine passages defied a breath of fresh air to penetrate them; and there were not merely rivers of hot blood, and carloads of moist flesh, and rendering vats and soap caldrons, glue factories and fertilizer tanks, that smelt like the craters of hell—there were also tons of garbage festering in the sun, and the greasy laundry of the workers hung out to dry, and dining rooms littered with food and black with flies, and toilet rooms that were open sewers”.

Sinclair se inscribe en la línea de realismo social para denunciar, a través de sus personajes, las calamitosas condiciones de trabajo de los obreros en una fábrica de Chicago. Los protagonistas, una familia de emigrantes de Lituania, llegan a los Estados Unidos en busca de un mejor futuro. El personaje principal, Jurgis Rudkus, es un trabajador infatigable que, ante cada contratiempo, responde lacónicamente “trabajaré más duro”. Sin embargo, la familia constata con amargura cómo el sistema está completamente en contra de los obreros. Desde el capataz hasta el patrón, pasando por la policía, los jueces, los abogados y los vendedores de bienes raíces, la idea detrás de Packingtown es una máquina diseñada para triturar seres humanos.

Lo más desolador de “La jungla” no es el pathos que le puede imprimir la talentosa pluma de Sinclair, es saber que todos los hechos están bien documentados y se alejan apenas unos pocos centímetros de la realidad. Porque por cada Jurgis barriendo los suelos llenos de sangre de los mataderos, hay miles de personas de carne y hueso, que vivieron en las mismas condiciones.

Las condiciones de Packingtown son muy parecidas a aquellas que nos pretenden imponer ciertos teóricos por la “libertad”: una economía desregulada, en la cual Jurgis puede ir de fábrica en fábrica negociando su salario, compitiendo con decenas de condenados en la misma situación, obligado a aceptar condiciones paupérrimas.

Jurgis no tiene vacaciones, ni caja de ahorro, ni compensación por desempleo. No tiene seguro social, ni cobertura médica; y cualquier accidente que ocurra en la fábrica será cubierto rápidamente por el médico de la planta, quien declarará cero responsabilidad del empleador. De hecho, en una de las escenas más desoladoras del relato, Jurgis descubre que un capataz ha estado abusando de su mujer y amenazándola con despedirla. Cuando el lituano se entera, decide confrontar al sujeto y partirle la madre a golpes. Esto le gana al protagonista un paso por el sistema judicial corrupto y vendido al mejor postor, que termina encarcelándolo.

En el plano psicológico, la novela acierta al mostrarnos el cambio en la familia lituana. Fascinados al principio por la mecanización del trabajo y de cómo cada obrero hacía una tarea específica, poco a poco se van dando cuenta de que, mientras ellos empujan reses y cerdos hacia el matadero, la fábrica los empuja a ellos hacia la muerte o el desempleo. La tarea del capataz es esa, explícitamente esa, “romper” a los obreros. Exigirles y forzarlos hasta que los accidentes, o sus organismos propios, los descartan y los echan. Luego aparecen otros pobres diablos quienes tomarán su lugar.

Es fácil entender que las condiciones descritas por Sinclair siguen existiendo hoy en día. Si bien nuestras Packingtown no están en Chicago sino en Asia, el abuso sigue siendo el mismo. Incluso en las sociedades “desarrolladas”, la lucha es constante entre los empleadores y los empleados por destruir los derechos de estos últimos. Esto no es exageración ni ficción: yo mismo he presenciado, de primera mano en mis trabajos proles, cosas como empleados trabajando más de veinte días seguidos sin descanso, bonos borrados de un plumazo, horas de trabajo que no te pagan, trabajo nocturno o los fines de semana sin indemnización (“tómelo o déjelo, acá es así”), accidentes por fatiga excesiva, “almuerzos” que consistían en un bollo de pan y una porción de queso fundido, vacaciones negadas, multiplicación de puestos, y muchos etcéteras más.

Sí, estoy hablando de Francia, el país de los Derechos Humanos y de los sindicatos, de las 35 horas de trabajo y de la vida bella para algunos. Es en este país donde trabajé con un ucraniano, por ejemplo, que dormía en el sótano escondido dentro de un clóset, comía las sobras y no salía jamás del hotel. Era un esclavo moderno, ni más ni menos.

Volviendo a “La jungla”, es triste que el realismo social de Sinclair haya sido tan prolífico y tan gráfico, que su novela, destinada a llamar la atención sobre las condiciones de trabajo de los inmigrantes, terminó creando un escándalo… Sobre la forma en la que se empaqueta la carne.

“Traté de llegarle al cerebro de los lectores, pero llegué fue a sus barrigas”, dijo Upton Sinclair. Su trabajo fue la piedra angular de una serie de reformas en la inspección de los productos destinados a la alimentación, que se convirtieron en el Food and Drug Administration en 1930.

“La jungla”, es una lectura indispensable, que ayuda a contextualizar los debates con un marco histórico. Retrata una época en la que el Estado no se inmiscuía en las andanzas de las empresas, lo cual se reflejaba en una no muy sorprendente baja de la calidad, y aumento de la producción:

The meat would be shoveled into carts, and the man who did the shoveling would not trouble to lift out a rat even when he saw one—there were things that went into the sausage in comparison with which a poisoned rat was a tidbit. There was no place for the men to wash their hands before they ate their dinner, and so they made a practice of washing them in the water that was to be ladled into the sausage. There were the butt-ends of smoked meat, and the scraps of corned beef, and all the odds and ends of the waste of the plants, that would be dumped into old barrels in the cellar and left there. Under the system of rigid economy which the packers enforced, there were some jobs that it only paid to do once in a long time, and among these was the cleaning out of the waste barrels. Every spring they did it; and in the barrels would be dirt and rust and old nails and stale water—and cartload after cartload of it would be taken up and dumped into the hoppers with fresh meat, and sent out to the public’s breakfast”.

Tampoco hay que ser un vidente para darse cuenta de que la eliminación del salario mínimo y demás derechos laborales, nos devolverían directo a principios del siglo XX.

“Here is a population, low-class and mostly foreign, hanging always on the verge of starvation and dependent for its opportunities of life upon the whim of men every bit as brutal and unscrupulous as the old-time slave drivers; under such circumstances, immorality is exactly as inevitable, and as prevalent, as it is under the system of chattel slavery”.  

Así que recuerda, cuando escuches el discurso sobre cómo el Estado le pone trabas a la empresa privada, que a veces, en ciertos casos, es el Estado el que está evitando que la empresa privada te venda salchichas de rata molida. Porque puede ser que reducir o eliminar al Estado signifique menos papeleo, pero también significa menos control.

Hay puntos medios.

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Sobre el humor

En estos días estuve conversando con la gente de los podcasts Rueda Libre, sobre el humor. El tema fue la puerta de entrada a una serie de consideraciones sobre qué nos hace reír, cuál es el papel del humor en las autocracias y en los regímenes totalitarios, la existencia y función del humor universal y local, y algunos autores y escritores que nos parecen referentes importantes en el tema.

Acá pueden escuchar el programa completo, de una hora veinte. Dénle play y déjenlo rodar, se cuela bien en el fondo ya que es una conversación amena.

Gracias a Adriana Pérez Bonilla y Gina Monc por la invitación.

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Semiología palestina*

La bufanda kufiyya de Arafat es el nuevo CheLa bufanda kufiyya de Arafat es el nuevo Che

El conflicto israelí-palestino representa la vanguardia de la revolución mundial. Dentro del discurso progresista bien pensante, la situación de opresión que viven los árabes en la Franja de Gaza sintetiza todas las contradicciones del mundo contemporáneo. La solidaridad automática con el pueblo palestino, más allá de las consideraciones políticas reales, recicla las imágenes binarias, de colonizador-colonizado, amo-esclavo, imperialista-oprimido, que fungen como gran movilizador de la masa que se quiere crítica, rebelde y contracultural.

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Por supuesto que existen análisis políticos pertinentes y consideraciones serias en torno a este conflicto y la posibilidad de una salida pacífica. Pero acá no estamos hablando de política real, estamos hablando del lugar que ocupa Palestina dentro del discurso ideologizante. Es aquel discurso que se quiere emancipador, que se presenta como defensor de los más desvalidos pero que, al final, termina siendo el motor de una opresión aún mayor. Es un discurso conservador, timorato y escéptico ante la globalización, que pretende vendernos el rechazo al progreso como una forma de defensa de las excepciones culturales. Es el destino final de toda revolución contemporánea, quiérase cubana, regionalista bolivariana o pan-arabista en su versión Gadaffi: subdesarrollo, corrupción y destrucción del concepto “occidental” del Estado, lo cual termina en un sistema judicial disfuncional que significa cárcel y represión.

 

En este sentido, no se trata de manifestar contra los bombardeos de Gaza, una postura política coherente y legítima. Porque si hablamos de manifestar contra la opresión en el mundo árabe, bien podríamos citar casos peores y más legítimos para suscitar nuestra indignación: la masacre de civiles en Siria, por ejemplo. O la creación del nefasto estado islámico en Irak y Siria (ISIS), gran destructor de la libertad de los árabes. Porque ¿dónde estaba el manifestante progresista bien pensante cuando mataban musulmanes en Bosnia, o Chechenia, o incluso en La India?

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Estamos lejos de hablar de una defensa del pueblo musulmán oprimido. En este discurso dizque emancipador, se anula el sufrimiento de ciertos árabes (los que no convienen) llegando incluso hasta aberraciones como apoyar a opresores como Bachir Al-Assad en Siria.

 

Una foto de niños árabes muertos en Palestina funciona como detonante de la rabia mundial, mientras que una foto de niños muertos en Siria se recibe con escepticismo, con relatos de manipulación mediática, con hipótesis enrevesadas de complots internacionales imperialistas. Con disparates, pues.

 

Esto se debe a la extraña fijación que se tiene con Palestina. Los palestinos representan la vanguardia de la revolución, son el nuevo proletariado global.

 

Basta con leer el manifiesto de los jóvenes de Gaza para entender el control totalitario que ejerce Hamas sobre su propia población. Es suficiente para separarse de este “nuevo mundo” propuesto por la progresía bien pensante y cuestionar los valores que se pretende defender.

 

Dentro de este nuevo discurso emancipador global, Palestina representa lo que Charles Sanders Pierce llamaba un token: es una pieza que condensa, por sí sola, todos los males de la globalización. Como el humo precede al fuego, Palestina es la prueba viviente del fracaso del Fin de la Historia. El movimiento de globalización económica produce violencia y opresión, de la misma manera en la cual el Estado de Israel segrega y somete a los árabes de la región.

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Por eso es que aparecen expresiones de antisemitismo primitivo en las manifestaciones pro-palestinas, porque lo que se manifiesta no es la indignación ante las muertes, es el rechazo irrestricto al sionismo, que se percibe como punta de lanza del imperialismo globalizador en el mundo árabe.

 

Palestina como metáfora de la opresión globalizadora, el rechazo a Israel como rechazo a los valores occidentales y el supuesto respeto a la diferencia cultural: es por eso que el progresismo bien pensante, reaccionario y conservador como suele ser, se activa ante el token palestino.

 

Es el “¡fuego!” que grita alguien en un teatro cuando percibe humo. Es la necesidad de movilizarse, sin hacer muchas preguntas, hacia la salida. De esta misma forma, “¡Palestina!” activa las dendritas progresistas, de algo-va-mal-pero-no-sé-bien-qué, y se erige en una pseudo reflexión que enmascara el no-pensar.

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De esta manera, el progresismo bien pensante convierte a Palestina en un peón dentro de su juego de ajedrez ideológico mundial. Se apropia de los muertos árabes y los exhibe en su afán de movilizar gente contra “la globalización occidental”, un modelo político-económico que se define como malvado a priori, de manera acrítica.

 

Mientras tanto, árabes oprimidos siguen muriendo en Siria, algunos hasta son crucificados en el nuevo califato musulmán, sin que ello despierte más que un murmullo atropellado sobre la diferencia cultural y la incomprensión de las manifestaciones regionales. Qué lástima que esta gente no muere en Gaza; tal vez si los reventara el Tsahal a bombazos en vez de Al-Assad, al progresismo mundial sí les importarían.


*Entrada publicada en Panfletonegro: http://www.panfletonegro.com/v/2014/07/27/semiologia-palestina/

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