
Una de las primeras ideas que me viene a la cabeza leyendo el artículo de Xavier B. Fernández, “De la dictadura del proletariado a la dictadura de la actualidad”, es justamente la noción que él maneja de “actualidad”: un aluvión de información, desorganizada, gritona y egocéntrica que se abalanza sobre nosotros como niño pedigüeño engatusando turistas en Marrakech.
Creo que Fernández subraya algo que, a estas alturas, parece una verdad de perogrullo: avance tecnológico, disminución de las distancias, pero sobre todo multiplicación de contenidos en el tiempo. Eso suponíamos que iba a ser la internet, un acceso ilimitado, con el chascar de los dedos, a un almacén de contenidos e información digna de la biblioteca de Alejandría.
Ya señalaba Jeremy Rifkin en “La era del acceso” cómo esta revolución tecnológica ha cambiado los parámetros del capitalismo y cómo el tiempo empieza a medirse en cantidad de segundos que pasamos desconectados de la red. De allí que casos de jóvenes que mueren por exposición prolongada a video-juegos, por ejemplo, sean cada vez más comunes.
Sin embargo, este barbarismo pragmático inmediatista que comparten ideólogos como Bush, Sarkozy y Chávez en su visión cortoplacista de la educación, la investigación y la cultura (“de qué sirve investigar si hay vida en Venus“, quedará en los anales de la ignorancia anti-científica de este humilde servidor) supone, siguiendo la máxima neo-liberal, que las elecciones de los ciudadanos se basarán en criterios subjetivos de calidad y uso, y no en reacciones indefensas ante el acoso de una publicidad salvaje.
Las consecuencias de tal aceleración del tiempo y sus ejemplos las encontramos en el libro de
James Gleick, “Faster: the acceleration of everything“, donde esa máxima de “el tiempo es dinero” se entiende con su ejemplo de un restorán japonés que cobra a los comensales por tiempo transcurrido comiendo; esto produce largas filas de personas en la calle que esperan horas para poder entrar al restorán y engullir la mayor cantidad de “comida” en el menor tiempo posible.
Eso mismo parecen ser Facebook, Twitter, Youtube y demás sistemas tecnológicos que han sido secuestrados por la estupidez y el egocentrismo de los usuarios. Los blogs han quedado atrás -dicen algunos. Hoy en día, a Joyce le costaría un mundo escribir su stream-of-consciousness en una serie de tweets, pero de no hacerlo, se excluiría del nuevo basurero/esfera pública donde se supone realizamos debates civilizados.
Youtube killed the video star: “¡yo lo vi, yo estuve allí!, y grabé este video de audio saturado y pixelado para ustedes”.
Youtube ha muerto. Good ridance to bad rubbish. Los productores de contenido visual están mudando sus videos a soportes más robustos, como Vimeo, donde el límite de subidas al servidor se mide en cientos de megas por semana y los videos no son cortados al llegar a los 10 minutos. La realidad es que la calidad de Youtube es cuestionable y su invasión por el ciudadano común, ávido de reconocimiento, ha convertido el sitio en un verdadero basurero virtual. Usted busca videos de su banda favorita y se encuentra con miles de clips grabados desde teléfonos portátiles, donde no escucha nada; o gente imitando a sus cantantes favoritos disfrazados de Muppets o las video-respuestas donde miles de personas se dan a la tarea de repetir, ad nauseum, los argumentos trillados y nada originales vehiculados por la esfera pública. Que en paz descanse este experimento y que sirva de ejemplo a lo que sucede cuando las transnacionales adquieren los derechos de un sistema e imponen restricciones.
Twitter y Facebook como colecciones de información sin interés: “Despertándome. Voy al baño. Me tomo un café”.
La realidad es que en nuestro mundo, la tecnología es nuestra droga y las corporaciones son el dealer. Nos hemos hecho adictos a sistemas inútiles de explotación -teléfonos con brújula o balanceador de estantes-, cuyo único objetivo es alimentar el mono tecnológico que llevamos encima. Los lobbies quieren que twiteemos todo el tiempo, que pasemos el día en Facebook, incluso cuando estamos manejando. La cruda realidad: es más seguro manejar borracho que hablando por teléfono móvil.
De esta manera, llegamos a una sobrexposición de información inútil, a veces de gente que ni conocemos en persona, ¿para qué? Sentir que pertenecemos. Existir es twittear. Twittear lo que sea. Gritar en el ciber-espacio. Lo más aterrador de todo este andamiaje son las discusiones de las cuales no puedes escapar: si a usted lo incluyen en un “thread” de Facebook, es como si Pacino le hubiese dado el beso de la muerte en La Habana. Cualquier jetón desconocido que aporte su grano de basura a una discusión que usted no pidió producirá un nuevo e-mail en su cuenta y un nuevo “thread” en su inbox de Facebook. No hay manera de escapar. Cállense, por favor, ruego inútil en un mundo donde gritar es existir.
Sólo para terminar, quisiera aclarar que no propongo instaurar restricciones al contenido de ninguno de estos sitios. Aplaudo la iniciativa de poder poner al alcance de todos estas herramientas. Pero los usuarios, avanzando a tropezones, hemos contribuido indudablemente a la destrucción de la funcionalidad de la mayoría de estos sitios que, hoy en día, más que comunicar, frustran, hacen perder el tiempo y nos sumergen en un diálogo de sordos donde todos posteamos y nadie nos lee, o donde debemos pasar el doble del tiempo buscando tweets, threads y videos que nos interesan. Es decir, en aras de hacer la información más accesible y rápido, hemos construido muros de escombros y desechos a través de los cuales deberá navegar el ciber-ciudadano incauto a la búsqueda de los datos que le llaman la atención. Otra paradoja del sistema, supongo: pasar horas discriminando blogs, tweets e hilos de discusión para luego poder, en cuestión de segundos, participar.
—
*artículos relacionados:
- Cómo aprender a amar y odiar a Facebook (Sr. Cobranza)
- Facebook: la vida de los otros (Sr. Cobranza)
- Kiko Amat y lo que no hablamos en revolución blogger (D. Pratt)







