La noticia publicada con bombos y platillos en los medios impresos de Venezuela en el día de ayer según la cual el canal de contraflujo propuesto por el gobernador Radonski habría sido “todo un éxito”, nos proporciona un buen ejemplo para continuar la conversación sobre el rol de “los proyectos” (o la ausencia de) en el discurso político del país.
Afirmaba hace unos días que creía que la combinación del desespero colectivo por la producción de resultados y la euforia miópica venezolana enmascaraban nuestra incapacidad para elaborar programas políticos y sociales de envergadura y aplicarlos a mediano y largo plazo.
También apuntaba que no creía que fuera un error exclusivo y vintage del gobierno actual, sino que más bien me parece algo inscrito en nuestra cultura y nuestra sociedad, como empezábamos a atisbar en otros artículos. Ahora tenemos bajo nuestros ojos un caso fresco para analizar: El problema del tráfico en Venezuela (específicamente la Gran Caracas) y su posible solución.
Retomemos el argumento: La falta de un proyecto o visión macro de la forma en la cual deben evolucionar las cosas nos impide (1) hacer avanzar las intervenciones, más allá de la multiplicación de pequeñas propuestas puntuales y (2) afecta la discusión y la crítica produciendo dos “defensas a ultranza” de parte del locutor que ya explicamos (una crítica moral de la idea general o una crítica empírica de los resultados logrados) y que en nada avanzan la discusión.
Entonces, con el plan “Pico y Placa” -o como sea que se llame hoy en día-, en mente, hagamos algunos apuntes:
- El caos caraqueño actual nace de la misma falta de proyecto y de la aplicación desordenada de intervenciones puntuales. A partir de la idea romántica/justiciera de poner un vehículo al alcance de todos los ciudadanos, nace la intervención puntual “Venezuela móvil” orientada a aligerar el financiamiento de los particulares. Sin embargo, al no existir un proyecto de ciudad en el cual inscribir Venmóvil, se lanza a lo paracaidista miles de unidades que pasan a circular por las mismas vías. Claro que, si antes no había proyecto urbanístico, tampoco es Venmóvil quien lo va a proponer…
- Mientras más miopía mejor. El elector sólo percibe resultados palpables y puntuales, por lo que rebanarse los sesos con planes a largo plazo puede ser contraproducente. Es mejor, “más necesario” y tiene mayor ganancia política el resolver pequeñas crisis con oleadas interventoras desorganizadas -abrir hospitales, dar créditos, construir Universidades-, que con reflexiones sobre qué ciudad queremos y cómo organizarla mejor.
- Un canal de contraflujo inexistente. Entonces, ante la completa debacle automotriz venezolana, un gobernador aplica una solución puntual que alivia, aligera, oxigena (y todos los adjetivos que a usted se le ocurran), pero que escurre la arruga y no encara para nada el problema del tráfico, mucho menos dibuja un proyecto de tránsito a largo plazo. Lo único que podemos esperar de tan “exitosa” propuesta es que en el futuro se “contrafluya” a toda la ciudad: En la mañana, todos los canales van hacia el Centro de Caracas, en la tarde, todos hacia fuera. Es la conclusión lógica de una intervención puntual sin idea rectora y sin dirección.
Claro que no podríamos esperar otra reacción de parte de nuestros compatriotas que el júbilo total ante el “éxito” del Canal de contraflujo. Tampoco le quito su mérito al señor Radonski, pero se me hace sintomático que un país sea tan ineficiente, corrupto y botarata que algo tan simple como un canal de Contraflujo sea toda una proeza. Cualquiera pensaría que Radonski acaba de cavar el Canal de Suez, de lo contento que se le ve.
Así, creo que se ve claramente la lógica “falta de programa” que subrayamos en el artículo anterior. Es una situación bastante desesperante y dramática en un país como Venezuela, que cuenta con arquitectos, urbanistas y sociólogos de renombre continental. No es por falta de ideas ni de gente capacitada que esta situación aparece: es por el rol que tiene el proyecto en el discurso político venezolano. Cuando al electorado se le moviliza en torno a grandes ideas (“justicia para todos”, etc.) y logros microscópicos (“abrimos 4 hospitales en Barquisimento”), el “proyecto” pierde todo valor lingüístico. No moviliza. No aclara, sólo confunde. Y en nuestra sociedad rentista petrolera sumida en ilusiones y delirios de grandeza económicos que nada tienen que ver con la realidad, es difícil, por no decir imposible, salir del discurso y la forma de vida cortoplacistas.