El sistema se revolcó en su pozo séptico, moviendo su obeso cuerpo con dificultad y dejando salir un olor fétido. La bestia gruñó y lanzó un bostezo para desperezarse.
A su alrededor, hombres de todos los tamaños y colores se apuraban para enterrar sus palas en las carretillas llenas de dólares y dejarlos llover sobre el animal. Este estiró su cuello y, con la agilidad de su cuerpo despierto, zigzagueó en el aire para devorar los billetes y eructar antes de desplomarse en su pozo de mierda.
Los humanos se preocupaban de nutrir la bestia como lo habían hecho sus familiares y antepasados desde hacía un siglo. Existían leyendas en torno a la razón por la cual debían arrastrar sus pies por las cavernas oscuras y pegostosas para alimentar al monstruo. Pero hoy en día, ya nadie recordaba con certeza por qué el sistema existía, por qué debía seguir creciendo. Algunos pregonaban la justicia, la moral y la ética que vendría con la hipertrofia del animal. La historia se acabaría con una bestia-rey que se convertiría en un resplandeciente mandatario capaz de guiar a la humanidad. Sin embargo, su manto de vómito parecía extenderse por el cielo del mundo humano, ocultando el sol y depredando corazones.
El rugido se propagó por todo el sistema, creando ondas que afectaban los mercados bursátiles. Las choretas curvas de colores se desplomaron, encendiendo botones de alarma en las dendritas de los economistas que aparecían con camisas planchadas en la televisión.
-Perderemos todo esto –explicaron, señalando a su alrededor los cuerpos adiposos sentados en clubes privados discutiendo la farándula de moda.
La bestia se concentró en medio de su pozo y empezó a engordar. El silencio se apoderó de las cavernas, dejando escuchar el chac chac de los pies despegándose del betún que cubría el suelo para buscar refugio.
El sistema estalló, lanzando rayos negros en todas direcciones y petrificando hombres para chuparles el alma. Los cuerpos temblaron mientras fueron izados por los largos dedos de la bestia hacia el mundo.
-¡Compre los útiles de la vuelta a clases! –explicó el publicista en la televisión mientras sus colegas parásitos se asomaban desde la comodidad de sus pancartas en todas las esquinas. La radio empezó a aclararse, dejando aparecer una voz entre la estática que recomendaba almacenes mierda, la mejor tienda para adquirir los cuadernos Kung Fu Panda y los lapiceros Pokemón.
Una transeúnte caminaba por el Boulevard con cara de preocupación. Abrió su cartera para corroborar que su escuálido presupuesto ya no alcanzaba. Repentinamente, sintió que un par de ojos la escrutaban. Volteó para confrontar la mirada babosa y avariciosa del cartel publicitario que le informó que el chocolate mierdex contenía suficiente leche como para que su hijo obtuviera un esqueleto de acero que ni Wolverine. La muchacha estudió la pancarta, algo le llamaba la atención. Se concentró en los hipnóticos y brillantes ojos que la crucificaban encima de una sonrisa impecable y blanca gracias al photoshop.
Apenas pudo soltar un grito antes de ser atravesada por la lanza negra que la levantó luego de desgarrarle el estómago. Su cara palideció y se arrugó mientras temblaba con la acción del parásito. Su esqueleto vibró al caer encima de la protuberancia que la empalaba antes de convertirse en ceniza.
La bestia ronroneó de placer al degustar las nuevas víctimas. Los hombres a su alrededor suspiraron. Finalmente, podría seguir creciendo, el sistema podría seguir andando. Como siempre lo había hecho, como siempre lo haría, aunque nadie recordara por qué.