Notas egipcias (parte 1 de 9)

París

Bye bye, Tour Eiffel, baby…

22/02-París

7.00 pm.

Salgo hacia el aeropuerto, dispuesto a descansar de la triple vida que me desangra desde hace un par de años. La trinidad estudios-trabajo-escritura es suficiente como para quitarle las ganas de resurrección a cualquiera. Para mí los viajes son tiempos de reflexión que bailan al borde de un precipicio paradójico: una vida diferente, la contemplación de seres humanos como nosotros que se organizan de otra manera, disfrutan otra existencia. La capacidad potencial de suceder en otro plano, en otra parte del mundo se eleva exponencialmente cuando cruzo a otras personas; el aleph de lo que pudo haber sido, de lo que pude haber sido.

El aleteo de la mariposa retumba en mi cabeza cuando veo cuán arbitraria es mi propia vida, la cual pende de una cadena -sospechosa- de escogencias. Este movimiento reflexivo me angustia y me alivia a la vez: veo todo lo que he logrado, todo lo que he hecho pero, ¿hasta qué punto lograré cumplir lo que quiero? ¿No es esto una simple quimera de poeta mediocre trasnochado?

No me da tiempo de pensar, el mal humor vitriólico parisino me quita toda gana de quedarme aquí. Pregunto si es aquí la cola para Aswán. Nadie responde. Haga la cola, monsieur, escucho entre la muchedumbre. Meto mi perolero, busco una cerveza en vano y me doy cuenta de que quiero algo pero no sé qué. La cola avanza.

8.55 pm.

-¿Venezolano? ¿Tiene visa?

-Bueh… No… O sea, el tipo de la agencia de viajes y el de la Embajada nos dijo que no hacía falta, que la comprábamos allá…

-Hmm. Okey. Échese a un lado, (agarrando el teléfono) ¿Jacques? Mira, tengo a dos venezolanos sin visa… Dicen que la piden allá… ¿Qué? No, venezolanos. Ajá. Entendido. (Arruga. Preocupación. Me dice:) Vayan a la cola de allá otra vez… Sí, sí, la que ya hicieron… Parece que hay un problema…

9.30 pm.

Estoy corriendo por el aeropuerto. Como suele suceder, la puerta G-3 queda el otro lado del terminal y, tanto las escaleras mecánicas como el sinfín están malos. Embarque previsto a las nueve de la noche. Veo el reloj. Afuera hace cero grados pero yo estoy sudando.

Aprieto la maleta y corro más rápido.

10.14 pm.

París se aleja debajo de nosotros. Las luces titilantes de la ciudad me hacen pensar como en Caracas nadie tiene que volar para ver tal panorama. Los cordones de miseria que bordean el valle guiñen con picardía para recordar a los más afortunados cuanto ha fracasado nuestra democracia. Es un legado que no disminuye con el paso del tiempo y los gobiernos sino que permanece palpitando como un memento apocalíptico. La velocidad de la luz es una sola, según Einstein, pero en este caso el judío estaría de acuerdo en que no son para nada las mismas luces.

3.30 am.

Llegamos a Aswán. El mismo escenario de la visa se repite, ahora con interlocutores egipcios. Pasaremos hora y media antes de atravesar los diez metros que distinguen la tierra de nadie de la inmigración del legalismo del Norte de África. Desayunamos y tomamos una corta siesta y ducha antes de movernos a Kom Ombo para visitar el templo.

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