Yo sé que un analista que se respete tendría que evitar utilizar etiquetas como “estúpido” cuando se habla de una cultura ajena, que se debería relativizar y llevar todo a las razones que justifican los hechos. En el caso de los norteamericanos, confieso que se me hace imposible.
Yo sé que un analista que se respete tendría que evitar utilizar etiquetas como “estúpido” cuando se habla de una cultura ajena, que se debería relativizar y llevar todo a las razones que justifican los hechos. En el caso de los norteamericanos, confieso que se me hace imposible. Yo puedo entender el papel que juegan las religiones en la elección, el sentido de seguridad casi materno que tiene que imprimir un Presidente. Los Estados Unidos de Norteamérica representan una etnia compleja cuya intelección exige tiempo y abertura de mente. Sin embargo, el que alguien quiera aún votar por George Walker Bush no es más que la aceptación de la ignorancia general, del desconocimiento de la política mundial y de la terquedad. Creo entonces que, cuando hablamos de la potencia más desarrollada del mundo, la etiqueta de “estupidez” se impone.
A fin de cuentas, no queda mucho que debatir. Los demócratas han chillado hasta cansarse todas las razones posibles: Bush y Cheney recibieron el informe de la CIA que alertaba sobre la posibilidad de un ataque terrorista, luego invadieron desastrosamente Afganistán sin capturar a Bin Laden y dejando al Mullah Omar escapar en Tora Bora, luego condujeron otra guerra por razones falsas, logrando pelearse con todo el resto del mundo y todavía no pueden admitir que su beligerancia y altanería ha multiplicado por mil la cantidad de reclutas que marchan a enrolarse como terroristas islámicos. Si todavía hay algo que debatir -ni hablemos de política interna estadounidense- es porque usted, querido amigo, es otro estúpido. No lo tome a mal, es una nueva categoría en la antropología estructural.
Y hoy, la ultima vez que revisé, había 51% de estúpidos en Estados Unidos.
Agárrense, que lo que viene es candela.
