Literatura de un país dividido y enfrentado: Chimamanda Ngozi Adiche

Una nación dividida por la política. Familias quebradas por la emigración: un caudal de jóvenes diplomados buscándose la vida en países de cuatro estaciones. La angustia de perder la identidad de origen. Ver, desde lejos, a un país comerse a sus hijos como Saturno. Volver: enfrentarse a la acusación de haber traicionado su cultura. El limbo de no sentirse ni de allá, ni de acá…

 

Estos son los temas que desarrolla la nueva superestrella de la literatura norteamericana, Chimamanda Ngozi Adiche. Nacida en Nigeria, se impuso en las listas de novelas más vendidas con dos libros, “Medio sol amarillo” y “Americanah”. Consolidó su fama en una charla en las prestigiosas TEDx Talks, con una de las conferencias más vistas de todo el portal. “Todos deberíamos ser feministas”, el título de su intervención, terminó siendo un grito de guerra por la defensa de los derechos de las mujeres. Fue un evento social que impactó la cultura popular norteamericana: la diseñadora Maria Grazia Chiuri la imprimió en su primer trabajo para Dior. La marca la puso en venta por la bicoca de 710$ la unidad, prometiendo revertir una cantidad de las ganancias a la fundación humanitaria de la cantante Rihanna. Así, Chimamanda se ha transformado en un ícono, la nueva moneda de cambio que todos quieren poseer.

 

Sin embargo, en una sociedad gobernada por frases mal escritas de 140 caracteres, la autora ha rechazado esta apropiación. En una entrevista con el periódico alemán de Volkskrat, Adiche manifiesta su frustración: “¿A ustedes no les interesan mis libros?”, dice, cuando le preguntan por enésima vez sobre el video de la cantante Beyoncé donde utilizan su charla. “Mi feminismo no es el de ella”, aclara ante la imagen de una Beyoncé jadeante meneándose con frenesí.

 

Así, para alguien que leyó su obra con fascinación e interés, creo que reducir el trabajo de la nigeriana a su conferencia o a un video de Beyoncé es privarse de una pluma fundamental. Muchos han escrito sobre identidad y emigración, un tema tan antiguo como Ulises perdiéndose en barco tratando de regresar a casa. Lo que Chimamanda agrega es una increíble frescura y un ritmo magistral. La autora es capaz de abrir “Medio sol amarillo” con una divertida escena sobre los contrastes sociales en Nigeria. Ugwu, uno de los personajes principales, llega a su primer día de trabajo como ayudante de la mucama a una casa de clase media. Cuando se le dice que puede comer todo lo que quiera de la nevera, el chico de orígenes humildes debe adivinar qué es “una nevera”:

 

“Ugwu entró a la cocina con cautela, colocando un pie delante del otro. Cuando vio la cosa blanca, casi tan grande como él, supo que era el refrigerador. Su tía le había hablado al respecto. Es un granero frío, le dijo, que evita que la comida se dañe”.

 

Es Aureliano Buendía recordando el hielo, en claves africanas. Así, cuando Ugwu se arma de coraje y logra abrir el inmenso electrodoméstico blanco queda congelado, como frente a un pelotón de fusilamento. No puede creer la gran cantidad de víveres que tiene ante sus ojos, y decide embolsillarse un pollo entero antes de que la comida desaparezca. Cuando los dueños lo descubren por culpa del tufo a pollo que emana de su grasiento saco, el lector enfrenta, a través del humor de la autora, los grandes problemas de distribución de la riqueza que puede tener un país como Nigeria.

 

De esta manera somos atraídos poco a poco al relato, que resultará desgarrador. Nigeria es un país rico ya que posee petróleo. Sin embargo, la sociedad se encuentra fracturada. Hay quienes estiman que han perdido los “verdaderos valores” del país y que este debe refundarse. El gobierno los llama traidores. Deciden desconocer al gobierno central y fundan un gobierno paralelo. Bautizan al proyecto “Biafra”. Lo que sigue, todos lo conocemos: una guerra civil de proporciones espantosas y una de las hambrunas más serias de la segunda mitad del siglo XX.

 

Esta es la razón por la cual “Medio sol amarillo” destaca dentro de la literatura contemporánea. Es una brillante radiografía de una sociedad descompuesta, avanzando a ritmo vertiginoso hacia su propia catástrofe. Son países que se suicidan, países que votan por gobernantes que los empobrecerán, que destruirán el tejido colectivo y los llevarán a la guerra civil. Es el gran fracaso de la monoproducción: un Estado que administra los recursos, recompensando favores y castigando a sus enemigos. Esto crea una clase media nuevorrica, desinteresada por el arte o los estudios. Se aplaude la falta de cultura y la ignorancia más abyecta, con tal de que ello acerque a las personas al poder. Es esto lo que nos enseña “Medio sol amarillo”: el derrumbe sociopolítico de un país señala la mediocridad de sus clases altas y medias.

 

“La nueva clase alta nigeriana es una colección de analfabetos que no lee nada y come comida que no le gusta en restaurantes libaneses sobrepreciados, mientras conversa alrededor de un solo tema: ¿Cómo te va con el carro nuevo?”.

 

Sin embargo, el dueño de la casa donde trabaja Ugwu, un profesor universitario de ideas nacionalistas, jamás verá venir la guerra, ni siquiera luego del golpe de Estado:

 

“El amo estaba parado cerca de la radio. (…) Ha habido un golpe, dijo mi amo, señalando la radio. (…) La Constitución ha sido suspendida, así como los gobiernos regionales y las asambleas. Queridos compatriotas, nuestro objetivo es establecer una nación libre de la corrupción y de las luchas internas. Nuestros enemigos son los enchufados [“political profiteers”, traducción mía], los estafadores, la gente en cargos altos y bajos que piden comisiones del diez por ciento, los que quieren dividir al país para gobernar por siempre, las tribus, los nepotistas (…) aquellos que han corrompido nuestra sociedad”.

 

El final del libro, una vez oficializada la división de Nigeria en dos y la guerra civil, destaca por su sobriedad. Alejándose del excesivo amarillismo que caracteriza los relatos históricos, Ngozi Adiche nos invita a seguir a los personajes hacia el final que todos intuimos.

 

“Le preocupaban otras cosas: cómo sus reglas eran cada vez menos frecuentes y ya no rojizas, sino de un marrón arcilla, cómo el pelo se le estaba cayendo al bebé, cómo el hambre le estaba robando el recuerdo de sus hijos”.

 

Las grandes novelas apelan a los relatos épicos fundadores de la cultura. La historia de Nigeria es Caín matando a Abel, la envidia y el odio apoderándose de los hermanos. Los países también caemos en el fratricidio. Las naciones se dejan dividir por la ideología, por la política, por la deshumanización del adversario. Sigue la guerra, un evento en el que jamás hay ganadores.

 

Ninguna nación está exenta del horror. Es trabajo de las instituciones y de los ciudadanos mediar los conflictos. Chimamanda Ngozi Adiche nos muestra lo que sucede cuando esto falla, cuando la sociedad se deja arrastrar hacia la barbarie.

 

Es por esto que, en estos momentos, no hay país que necesite leer “Medio sol amarillo” más que Venezuela.

Publicado en El Nacional:

 http://www.el-nacional.com/noticias/entretenimiento/literatura-pais-dividido-enfrentado-chimamanda-ngozi-adiche_211790 

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Novelas para mundiales de futbol: Phillip Kerr

El 23 de marzo de 2018, falleció el escritor británico Philip Kerr. Autor de la célebre y premiada trilogía Berlín negro, Kerr se convirtió rápidamente en una referencia para el género de novela negra. Sin embargo, hace unos años sorprendió a todo el mundo con una nueva trilogía inspirada en el fútbol.

 

La serie Scott Manson comprende tres novelitas deliciosas alrededor del balón pie. Sin alejarse demasiado del género policial, el autor nos introduce al mundo ficticio del equipo London City. Es el contexto ideal para que Kerr explore los problemas del fútbol moderno, con sus excesos monetarios y sus financistas internacionales, alrededor de los cuales se teje un complicado asesinato.

 

La trama sigue al entrenador suplente Scott Manson, quien se convierte en director técnico del equipo tras la extraña muerte del entrenador principal. En la trilogía, Kerr juega con los límites de la ficción y la realidad. El entrenador asesinado, Zarco, es un “portugués de cabello cenizo”, que no ríe ni se inmuta en los partidos. Imposible entonces no pensar en José Mourinho. Igualmente, el británico invierte muchas páginas en la descripción de partidos que nunca ocurrieron, donde su equipo inventado juega contra equipos reales. Lo que queda claro es que Kerr se está divirtiendo: a principios del primer libro, el propio autor aparece en el estadio y es descrito como un “maldito perdedor” que nunca falta a un partido.

 

Sin embargo, lo más interesante de la trilogía es su visión del fútbol contemporáneo. El asesinato de Zarco sucede en medio de rumores de una compra del equipo por parte de inversores de Qatar. Los fanáticos del París Saint-Germain pueden identificarse con esto por completo: a pesar de firmar a Neymar y antes a Zlatan, el equipo carece de alma y pierde en la Champions. El fútbol es más complicado que la contaduría.

 

De hecho, Kerr nos pasea por las apuestas económicas que, para algunos, ha “desvirtuado el deporte”. Todo es cuestión de matemáticas. ¿Recuerdan cuando Mourinho, entrenando al Manchester United, dijo que no le interesaba ganar la Copa UEFA? Nos explica Scott Manson, sobre la Copa de Inglaterra:

 

“A pesar de lo que creen los fanáticos ávidos de títulos, el dinero habla. Quedarse en la Premier League significa hacer entre cuarenta y sesenta millones de libras por año. Llegar a la Champions aporta veinticinco millones, así no ganes ni un partido. La Copa de la Liga no vale una mierda. Con esa copa, a veces es mejor ser eliminado rápidamente del torneo. La Copa de la Liga era tóxica”.

 

En el estado actual del deporte, las finanzas son rey. La trilogía de Kerr nos pasea por los enfrentamientos entre oligarcas rusos dueños de equipos (como el Chelsea de Abramovitch), multimillonarios corruptos (el Milan AC de Berlusconi) y consorcios de inversión (el grupo qatarí). La arena física, del fútbol como deporte, queda desplazada a favor de aquél con los bolsillos más profundos.

 

Como bien dice el personaje de Kerr:

“Había ciento cincuenta puestos ejecutivos en London City. Por 85.000 libras -el precio más bajo-, obtienes una habitación cómoda, con cocina y baño. Hay puesto para quince sillas, y cada espacio ejecutivo dispone de promotoras y camareras, televisores y hasta centros de apuesta. El precio aumenta, igual que la talla del espacio, mientras más te acercas al mediocampo”.

 

Philip Kerr tomó a todo el mundo por sorpresa con esta trilogía. Lejos de los códigos de las novelas policiales que lo hicieron famoso, el autor se estaba divirtiendo. Su pluma es precisa y fresca, lo cual hace que la trilogía Scott Manson sea una excelente opción para fanáticos de toda índole.

 

Después de terminar los libros, me dio la impresión de que el viejo Kerr estaba apuntando a la transformación del fútbol en un money ball de apuestas económicas alejadas de lo deportivo. Su corazón de fanático se rebela, a lo largo del libro, contra el fútbol-marketing carente de autenticidad. “Nuestros fanáticos no viene acá para divertirse”, dice en el segundo tomo, La mano de Dios:

“Pagaron setenta, a veces hasta cien libras para ver un partido. Pero el fútbol vale mucho más que eso para ellos. Para muchos de estos hombres y mujeres, el equipo es toda su puta vida. El resultado del partido significa el mundo entero para ellos”.

El crimen más grande que sucede en la trilogía Scott Manson no son los asesinatos de los personajes. Es, si le creemos a Kerr, la mercantilización de una expresión cultural para reducirla a su valor de compra-venta. Lamentablemente, el autor no estará aquí para ver la Copa del Mundo en Rusia, con sus truculencias Putinescas. Peor hubiera sido someter al pobre Kerr a la desgracia de la Copa del Mundo en Qatar, donde atletas multimillonarios patearán un balón en un estadio construido por esclavos. El autor inglés no hubiese soportado eso. Es probable que comparta la opinión de su personaje:

“Pienso que la única razón para ver el Mundial es porque los Estados Unidos son tan malos jugando al fútbol. Es la única ocasión en la cual verás a Ghana o Portugal ganarle a los Estados Unidos en algo. Aparte de eso, debo decir que odio el Mundial de Fútbol. (…) Lo odio porque el fútbol jugado es una mierda, porque los árbitros son una basura y porque las canciones oficiales son hasta peores; lo odio por las mascotas, por los jugadores que se lanzan a la piscina, lo odio por Brasil (sí, por Brasil), lo odio por todo el optimismo inglés de que “ahora sí podemos”, lo odio por todos esos desgraciados que no saben nada de fútbol pero que quieren igualmente dar su opinión, y lo odio especialmente por todos los políticos que se suben al autobús del equipo con una bufanda de Inglaterra mientras siguen dando sus discursos de mierda”.

 

Dicho esto, el fútbol es el fútbol. Detrás del dinero sucio, de la explotación de los fanáticos y la comercialización de absolutamente todo, sigue habiendo deporte. Así que lo siento, Philip. Disfruté mucho tus novelas, pero veré este Mundial con la esperanza de ver a alguien como Suárez marcarle dos goles a Inglaterra y poner a todo tu país, Reina incluida, a llorar. Así es el fútbol.

(Publicado en El Nacional).

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Alberto Barrera Tyszka: “Se ha acabado la representación política”

El autor de “Patria o muerte” (Premio Tusquets 2015), ahora publicada en francés por la casa editora Gallimard bajo el título “Los últimos días del Comandante”, conversa con Vicente Ulive-Schnell y Andreína Mujica

Publicado en: http://www.el-nacional.com/noticias/papel-literario/alberto-barrera-tyszka-acabado-representacion-politica_239625

De paso por París para la presentación de su novela, el escritor venezolano se reunió con nosotros para conversar sobre literatura y política.

A inicios de este siglo, Venezuela comenzaría un giro en su historia: un militar tomaría las riendas del país por vía democrática. Al pasar una década, el país entero estaba recubierto de un inmenso sudario que bañaba los grandes edificios de la capital con el rostro del Comandante. En algún momento aprendimos que este “Comandante” era “eterno”: el padre inmarcesible de la Patria. El militar caminaba entre los mendigos y los vendedores ambulantes, comía empanadas en televisión, cantaba y bailaba. Era discusión diaria en hogares atomizados entre los clanes pro y contra. Hubo Montescos y Capuletos venezolanos. El Comandante era omnisciente, se le endilgaban todas las gracias y las desdichas personales. Así, la noticia de la enfermedad de Hugo Chávez en el 2011, mantuvo al país en vilo hasta su deceso en el 2013. Estos últimos días del Comandante, inicialmente bautizados como Patria o muerte (XI Premio Tusquets Editores, 2015) por su autor, Alberto Barrera Tyszka, ahora se presentan en francés por la prestigiosa editorial Gallimard.

El día se despierta soleado. Una temperatura entre 8 y 12 grados hace que los parisinos se intercambien su mejor sonrisa primaveral. El escritor venezolano hace su entrada a una de las salas de encuentro para la prensa en la editorial parisina. Lo primero que pide es no ser tratado de usted. Tenemos poco tiempo y mucho que conversar; la pluma aguda y el análisis sin tapujos de Alberto nos da algunas luces sobre el acertijo en que se ha convertido el país.

―Hay dos estilos bien subrayados en su libro. Está el periodístico, donde se narra la situación de Venezuela en el 2012, y el literario, donde los personajes ficticios hacen avanzar el relato. ¿Cómo sucede ese proceso de escritura?

ABT: La verdad, no escribo de manera planificada. Quizás se lea así, pero yo no tengo un método para diferenciar estilos. Lo que sí hice fue investigar de la manera más seria posible todo lo que tuviese que ver con la muerte de Chávez. Quería ser muy respetuoso con la enfermedad, incluso con el propio Chávez. Es por esto que apelé a la rigurosidad periodística: allí todo, absolutamente todo lo que él dice, es sacado de sus discursos. Hay manera de ir a la fuente original y comprobarlo. Esto se mezcla, como bien señalan, con la narrativa de ficción. Está la parte de la enfermedad, toda la opacidad en torno a su figura; el país por un lado y los personajes ficticios por otro. Entonces, esta mezcla se hizo sin plan o esquema deliberado. A medida que iba avanzando, alternaba estilos, de manera libre y sin tramas preestablecidas.

―Hay un gran debate en la literatura contemporánea que plantea que no podemos escribir sobre las ideas de personajes históricos. En su novela, usted jamás narra a Chávez en primera persona, excepto en un momento cuando el periodista, Freddy, hace un ejercicio o intento narrativo. ¿Cree usted que los escritores deben evitar este tipo de narrativa?

ABT: Yo creo que el escritor puede hacer lo que le da la gana. En ese terreno es como dios: el escritor puede probar e intentar lo que sea. Yo hice un experimento para esa parte de la novela. Traté de narrar a Chávez en primera persona, pero me pareció difícil y algo insostenible. Por eso lo puse en boca de un personaje. Eso hay que hacerlo: traspasarle al personaje las dudas del escritor. Llegué a tener muchos capítulos narrados desde la voz de Chávez, pero me pareció muy agotador, no tanto para el escritor sino para el lector. Era insostenible, sentía que no iba a salir bien. Son esas cosas que vas escribiendo y luego te dices, no, esto no… Terminé entonces reduciéndolo a esos párrafos que están allí, donde el periodista Freddy dice que no pudo continuar. Sentí que lanzarse diez páginas así iba a ser demoledor para el lector. No tiene que ver con opiniones que tenga sobre el estilo y la forma, yo creo que el escritor tiene que probar con todo: los tiempos, el tipo de narrador, y ver cuál es el que más funciona.

―El escritor argelino Yasmina Khadra publicó recientemente una novela en primera persona donde el protagonista es Khaddafi (Los últimos días del líder). Pues a los medios franceses les pareció espantoso. No soportaron que Khaddafi fuera narrado por Khadra de esa manera.

ABT: Claro, pero Norberto Fuentes tiene una biografía así, con Fidel narrado en primera persona, desde el yo; y hubo gente, como Teodoro Petkoff, que me dijo que era impresionante ya que hablaba igual que Fidel Castro. Más bien le parecía que había un trabajo con el tono y el ritmo que estaba muy bien. Yo no tengo prejuicio con respecto a eso, la verdad.

―Usted afirma en el libro que Chávez usó el humor para socavar el discurso político. El humor como forma discursiva, ¿es incompatible con el intercambio político entre dos partes que se quieren poner de acuerdo? Esa especie de cinismo que usó Chávez socavó las bases del arreglo político venezolano. Pareciera ser que mientras más dicharacheros y echadores de broma son los pueblos, más dejan que los gobernantes hagan los que les da la gana.

ABT: El humor me interesa muchísimo porque habla de la venezolanidad, algo que Chávez entendió perfectamente. Cabrujas en un momento hablaba del difunto presidente Luis Herrera Campins como un gordito de Acarigua, al que le gustaban los torontos y que salía a la calle con unos redoblantes, con unos tipos vestidos de cosacos, y miraba a cámara como diciendo: “Yo no soy así, esto todo es una especie de representación que no somos nosotros”. Chávez asumió que sí somos nosotros. Así, la solemnidad del poder la bombardeó totalmente. Se perdieron las formas. Cuando él fue y le dio una palmada al emperador japonés Akihito, la clase media se molestó y el mundo habló de sus malos modales, pero el pueblo estaba fascinado. Él decía, “yo soy así y no tengo por qué cambiar, que cambien los otros”. Eso acabó con todo, somos una sociedad que perdió las formas. Chávez concentró todo en él, concentró las formas en todos los sentidos. “Yo soy el gran patriarca que da la plata”, “destruyamos todos los protocolos”, “yo hablo nueve horas por televisión y todos se la calan”, y “las cosas tienen que ser así, porque tú te diriges a mí dándome un papelito, sin formas”, así acabó con todo.

―¿No le parece que Chávez representa, de manera más global, el agotamiento del modelo democrático occidental? El discurso modernista parece estar caduco y su tracción en la sociedad es casi nula. Chávez ejemplificó el escepticismo hacia la ciencia, hablando de tecnócratas y cifras trucadas. Es la destrucción del meta-relato científico que englobaba a la modernidad. Las opiniones están en el mismo nivel de legitimidad que las afirmaciones científicas o filosóficas.

ABT: Siento que todo eso forma parte de una enorme crisis de la representación. Estamos en un momento histórico donde la representación más clara, que era la política, se acabó. No existe. Esto es terrible porque va a acabar con una forma de hacer política, aquella que conocimos nosotros.

―El problema es que hemos destruido los esquemas de interpretación con el “post-modernismo”. Ahora se cree que hay una infinidad de interpretaciones posibles de un hecho. Esto es cierto, pero el que haya infinitas interpretaciones no significa que todas sean válidas. Pero como botamos el modernismo por la ventana, nos quedamos sin esquemas morales y éticos para escoger entre todas estas interpretaciones. Es el caos del “todo vale”. Es preocupante porque cuando las cosas se reforman, no sabemos hacia dónde van.

ABT: En ese sentido me parece interesante el triunfo de Trump en los Estados Unidos. Es el perfecto ejemplo de esta crisis de representación, ya que ni siquiera tiene los votos. Resulta entonces que el mundo está en manos de un tipo bastante cuestionable, y es él quien tiene el poder. No sabemos a quién representa, ni cuáles son sus intenciones reales, ni cuáles decisiones tomará. ¿Esto es lo que llamamos democracia? ¿Cómo funciona? En esta configuración, gente como Chávez tiene la ventaja, por su uso de los medios. Trump era una estrella de tele-realidad. En España, el partido Podemos viene de la televisión. Eran académicos, pero ganaron seguidores con los programas televisivos. Son muy parecidos. Chávez era una persona que tenía una especie de hiper consciencia de lo mediático. Fue así cómo logró que un golpe, que fue una chapuza espantosa, se convirtiera en un éxito electoral. Entendió que era mejor con los medios que con las armas.

―¿Cómo ve la ideología en todo esto? Si la realidad ya no funciona para decidir qué acciones tomar, la gente se repliega en su ideología, de izquierda, de derecha, ecologista, feminista, etc.; y utiliza eso para ordenar el caos que usted menciona.

ABT: Creo que las ideologías tampoco funcionan hoy en día. El discurso actual apela más bien a sensibilidades. La gente cree que la izquierda, por ejemplo, está más sensibilizada hacia ciertas injusticias históricas, entonces prefieren que el Estado dirija la economía y maneje las inversiones en vez del libre mercado. En cambio, la derecha cree que la desigualdad es creada por el Estado y que este no debe interferir en el mercado.

―El diálogo también parece abocado al fracaso. El filósofo norteamericano Donald Davidson habla del “Principio de caridad”: en un diálogo, debemos asumir que el otro cree en lo que dice. Si ambas partes asumen que el otro lado miente para proteger intereses oscuros, ¿qué clase de diálogo se puede dar?

ABT: La política se funda en la palabra: para ello, deben ambos interlocutores creer en lo que dicen. Por ejemplo, Jorge Rodríguez estuvo en Europa recientemente y vi una entrevista donde el periodista le habla de la separación de poderes. Rodríguez responde: “En Venezuela hay separación de poderes, lo garantiza la Constitución”, y listo. Es cinismo puro. En una reunión de diálogo en Panamá el chavismo reaccionaba sorprendido: “¿Cómo que están reteniendo pasaportes en el aeropuerto? No, eso no puede ser, deja que anoto eso ya”. A partir de ahí es imposible avanzar. ¿Cómo haces política? Hace unos días Diosdado Cabello decía sobre un ataque que tuvo Henri Falcón en plena campaña, “Bueno, ¿pero acaso el pueblo no se puede molestar?”, como si el pueblo no se hubiese molestado el año pasado. Esa misma gente reprimió las manifestaciones y violó Derechos Humanos, pero ahora habla de un “pueblo molesto”. Mataron a 164 personas, como si nada. Esto genera una gran impotencia y pérdida de fe en el diálogo.

―Hay un gran problema en nosotros: los venezolanos sufrimos de arrogancia y carecemos de autocrítica. Ese discurso ridículo de que somos “el mejor país del mundo”, que tenemos “las mujeres más bellas” y “las mejores playas” es extremadamente pernicioso para una posible reconstrucción. Es no querer ver lo que somos y nuestras fallas. Por ejemplo, en Suiza no le dicen a la gente al nacer que tiene derecho a un tarro de Nutella y una barra de queso, pero en Venezuela todos creemos que somos dueños del petróleo y su riqueza, que esta nos pertenece al nacer y que somos “ricos”.

ABT: Uno de los grandes aprendizajes que podemos obtener de este proceso es la experiencia como emigrantes, algo que los venezolanos no teníamos. Entre otras cosas porque estamos acostumbrados a esa mentalidad petrolera; lo que dice Maduro de las pocetas es perfecto, porque expresa nítidamente la sociedad rentista y petrolera. Es decir, aquí vienen a limpiar pocetas los portugueses pobres, los españoles, ecuatorianos, colombianos, peruanos; no los venezolanos, que somos “ricos”. Este difícil aprendizaje pone en crisis el cuestionamiento sobre qué somos nosotros. Prolonga la línea de reflexión en torno a la riqueza, según la cual no hace falta producir, sino repartir. Nuestra relación con conceptos como Estado, riqueza o trabajo, es totalmente distinta al resto de América Latina.

Original: http://www.el-nacional.com/noticias/papel-literario/alberto-barrera-tyszka-acabado-representacion-politica_239625

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El arte venezolano de la guerra

 

Venezuela presa

“En nuestro continente cambiamos de gobierno y dejamos intactas las estructuras de la violencia. Bajo el tejido dizque ‘democrático’ se esconde la cruda verdad de los abusos por parte de los órganos del poder. La tortura en Venezuela es como el Ku Klux Klan: se esconde, pero no desaparece”

Marvinia Jiménez, 2014

 Marvinia Jiménez, 2014

Por VICENTE ULIVE-SCHNELL
Publicado en el Papel Literario de El Nacional:
La marca le causaba escozor. Era una piquiña constante, abrasiva. El suegro de mi tía subía el ruedo del pantalón sin darse cuenta: sus dedos hurgaban la piel, tratando de contener la picazón. Eran los vestigios del famoso “grillo”: una bola de acero encadenada a los pies del prisionero.

Crecí en el seno de una familia combativa, martirizada por las ansias de poder de nuestros políticos. No somos una excepción en Venezuela, mucho menos en Latinoamérica. Nuestra historia es la historia de la tortura del hombre por el hombre. También de la lucha: una lucha incansable por la libertad que hace estragos sobre nuestra piel, nuestros dientes, nuestros testículos electrizados.

En nuestro continente cambiamos de gobierno y dejamos intactas las estructuras de la violencia. Bajo el tejido dizque “democrático” se esconde la cruda verdad de los abusos por parte de los órganos del poder. La tortura en Venezuela es como el Ku Klux Klan: se esconde, pero no desaparece.

¿Sucede esto en todas las sociedades? Sin lugar a dudas. El poder reside en las *instituciones*, no en los edificios o las personas. Los gobiernos detentan el monopolio de la violencia: a través de la policía y de los militares, pueden atacar a los ciudadanos amparándose en la legalidad. Los ciudadanos solo nos enfrentamos a las consecuencias. Cuando un monstruo de la Guardia Nacional decide lanzarte al piso como a Marvinia Jiménez en el 2014, tu única opción es rezar para mitigar los cascazos que te propinarán en la cara.

Sin embargo, las magnitudes de la represión estadal no son las mismas entre los países desarrollados y los nuestros. La saña, el desprecio por los ciudadanos y los asaltos físicos son incomparables. Mientras la policía norteamericana disolvía protestas pacíficas en los Estados Unidos rociando salvajemente la cara de manifestantes con pimienta, a nuestros estudiantes les disparaban con canicas (o metras, como les decimos los venezolanos). Entonces, no nos confundamos: lo primero es escandaloso, un exceso de fuerzas inadmisible. Lo segundo es una violación al derecho internacional. Mientras en Francia los CRS disparan balas de plástico aceptadas por la ley, a nosotros nos disparan tornillos, clavos, guijarros.

En este sentido, vale la pena leer al ganador del premio Goncourt en 2011. Alexis Jenni, en “El arte francés de la guerra”, logra establecer un puente entre los métodos de tortura implementados por el Estado francés en la guerra de Argelia y la represión de las manifestaciones contra Sarkozy. Embistiendo a los estudiantes y pulverizándolos con matracas, se sublima la avidez de sangre de las fuerzas del orden. Se mantiene a la sociedad acostumbrada a la violencia y lista para la guerra. Es un simulacro, como diría Baudrillard, una reproducción de la masacre de Sétif.

En Venezuela no hacen falta simulacros o modelos que serán copiados. Nuestro arte venezolano de la guerra es más expedito. Mientras en Europa la sociedad se entrena para el horror empujando niños con escudos anti-motín, en Venezuela vivimos el horror de primera mano al ver a una persona con síndrome de Asperger recibir el afilado escudo como si fuera María Antonieta guillotinada en la Plaza de La Concordia (Gyanny Scovino, 2017).

Nosotros crecimos en esa sociedad, una sociedad gobernada por el abuso y el sufrimiento inscritos en este arte venezolano de la guerra. No somos franceses, nuestro “arte” es muy distinto. Los únicos grillos que conocen los franceses son los que llevan los hermanos Dalton en la caricatura Lucky Luke. Son un pueblo privilegiado. A menos de ir a hacer la guerra o ser invadidos por otro país, el Estado no actúa en contra de sus ciudadanos como lo hacen los nuestros.

Podría, por ejemplo, hablarles de Guasina, un campo de concentración utilizado en la primera mitad del siglo XX para enviar a presos políticos. Inmortalizada por el escritor José Vicente Abreu en Se llamaba SN, esta isla en el Delta del Orinoco es uno de los lugares más inhóspitos de la tierra. La temperatura oscila entre 38 y 40 grados a la sombra, el agua sube constantemente y todo el lugar es un inmenso pantano. Cundido de larvas, también hay culebras de agua, caimanes y hasta pirañas. Era acá adonde se enviaba a quienes se oponían al General Pérez Jiménez a quien, dicho sea de paso, Chávez admiraba. Los artistas de la guerra se entienden entre ellos.

También podría hablarles del famoso “rin” de la Seguridad Nacional, descrito in extenso en la novela La muerte de Onorio de Miguel Otero Silva. Se afilaba la llanta de un caucho y se obligaba a la persona a pararse encima hasta que confesara. Los pies se le iban rebanando y, cuando se le hacía insoportable y la víctima se bajaba, se le castigaba con golpes y se le volvía a subir. El esbirro de Pérez Jiménez, Pedro Estrada, era otro gran artista de la guerra. Especie de Da Vinci de la tortura, inventó también otro sistema, utilizando hielo seco. Se acostaba al preso, desnudo, para que se le quemara la piel. Cuando se bajaba, las consecuencias eran iguales: porrazos y patadas hasta que se le volvía a subir.

Por supuesto que al caer la dictadura este nefasto personajillo, Pedro Estrada –un torturador de un sadismo inconmensurable–, se exiló en el primer mundo. ¿Saben a dónde fue a parar? Decidió terminar sus días en una de las capitales más bellas del planeta: París. No, no París, Texas; París, FRANCIA. No solo recibió asilo político, sino que se convirtió en asesor de la Sûreté Nationale, la policía de la época. El arte venezolano de la guerra tiene valor de exportación.

Mientras tanto, en Venezuela pensábamos haber superado la represión con la llegada de la democracia. En mi familia –yo aún no había nacido–, la salida del dictador se celebró con entusiasmo. Era el año 1957 y mi madre, aún muy pequeña, me contó cómo veía con algo de celo a sus hermanos luchando contra Pérez Jiménez. En el plebiscito que organizó ese año, los estudiantes daban el ejemplo a una población aterrada y abusada por las fuerzas del orden. Nadie quería votar “no”, es decir, en contra del dictador, por temor a ser reprimido. Así, los jóvenes de la época introducían el “no” en la urna y, al salir del centro de votación, lanzaban el “sí” al suelo para que todos lo vieran.

Después de la dictadura, la paz del consenso político escondió la violencia estadal. El arte venezolano de la guerra se difuminó en las instituciones. Venezuela con su barniz democrático parecía ser una excepción en Latinoamérica, ya que en los años 70 llegaron los militares al Cono Sur. Fue entonces cuando mi madre hubo de tomar el relevo combativo de sus hermanos. Mi padre, de origen uruguayo, decidió visitar a la abuela y terminó preso. Mi padre no era comunista o Tupamaro; pero se lo llevaron porque había grabado videos que criticaban la junta militar. Desapareció entre los ñoquis que había cocinado la abuela y el postre. Tumbaron la puerta y se lo llevaron.

Lo encerraron en un estadio y lo torturaron. Gracias a las gestiones diplomáticas del grupo teatral donde trabajaba, el gobierno venezolano hizo presión y lo liberaron. Traumatizado, dejó el Uruguay para siempre.

Se equivocan si creen que con los años ochenta llegó la paz a Venezuela. Mis padres trabajaban en la Universidad Central de Venezuela, gran piedra en el zapato de todos los gobernantes. Era un teatro perfecto para mantener vivo el arte venezolano de la guerra. Sucede que la UCV es una de las pocas universidades del mundo que posee autonomía. Esto quiere decir que la policía y los militares no pueden pisar sus espacios. Así, se creó un equilibrio precario del gato y el ratón, en el cual la policía “allanaba” constantemente la UCV y los estudiantes trataban de esconderse.

Recuerdo esperar a mi madre para la cena y ver la cara preocupada de mi padre porque ella no llegaba. “Hay una marcha hoy, Vicente –explicaba–, y bueno, obviamente esa vaina se puso fea”. Les recuerdo que en esa época no había teléfonos celulares, por lo cual algunos de sus compañeros salieron a la marcha y no volvieron. Fue la primera vez que escuché que la policía les disparaba con tornillos y metras. Fue la primera vez que escuché que a alguien lo había matado la policía: un empleado de la Escuela de mi madre fue “a ver el enfrentamiento con las fuerzas del orden” y recibió un balazo en plena frente. Fue un rudo despertar: el arte venezolano de la guerra me petrificó con sus ojos ígneos y vertió azufre sobre mis ideales de un país pacífico.

De esta manera, la violencia que latía bajo la piel de la democracia volvió a aflorar poco a poco. Escondido unos años, el arte venezolano de la guerra volvió a asomar su diabólica cabeza. Reciclamos los demonios del pasado, adaptamos la represión a la modernidad. No se cambian modelos que funcionan, que aterrorizan a la población. La figura de los “Chácharos”, por ejemplo. Eran los antihéroes de la época del dictador Gómez, una policía montada que repartía planazos desde sus caballos. Disolvían manifestaciones salvajemente, reventando tibias y marcando espaldas, erguidos encima de sus cabalgaduras. Este método represivo no desapareció después de Gómez. Simplemente cayó en hibernación, ya que se preferían métodos más expeditos: las balas de la Seguridad Nacional. Así, cuando recuperamos la democracia, los gobiernos volvieron a apelar a estos cuerpos paramilitares, especialmente en las últimas décadas del siglo XX. Sin embargo, en los ochenta, los caballos estaban de más. Grupos armados con cabillas de construcción se aparecían en las manifestaciones repartiendo golpes. Fue así como el arte venezolano de la guerra pasó de los “chácharos” a los cabilleros, y de estos a los paramilitares motorizados de Chávez, llamados “colectivos”.

Sucede que el arte venezolano de la guerra seguía fluyendo por nuestras venas, como petróleo bajo la tierra. Pedro Estrada dio paso a Henry López Cisco, mejor conocido como “el carnicero de la democracia”. Autor de las masacres de Cantaura, Yumare y El Amparo, este jefe de la policía secreta –en ese entonces llamada DISIP–, es responsable de al menos 46 ajusticiamientos. También estuvo presente en la represión del Caracazo, en 1989 y existen testimonios según los cuales López Cisco mataba gente por diversión. Se dice que le gustaba incursionar de vez en cuando en los asentamientos marginales para asesinar supuestos criminales al azar. Sin acusación, sin juicio, sin abogados: Henry López Cisco encarnó el arte venezolano de la guerra durante los años de elecciones democráticas. Apretar el gatillo con frialdad y regocijarse al ver los cuerpos caer sin vida: tal era la norma que todos conocimos como “dispara primero, averigua después”.

Durante la década de los noventa llegó mi turno de hacer relevo. Empecé mis estudios en la Universidad Central de Venezuela, con el arte venezolano de la guerra dispuesto a pulverizar a todos los ucevistas. El país se resquebrajaba: no una, sino dos corridas bancarias habían dejado las reservas de la nación exangües. Una inflación galopante hizo añicos el poder de ahorro del venezolano. No había presupuesto para las universidades, y las condiciones empezaron a deteriorarse con rapidez. Los estudiantes organizamos marchas que fueron ignoradas por una sociedad que se derrumbaba a un ritmo fulminante. Ávidos de atención, los ucevistas nos desnudamos y nos pintamos de azul y recorrimos las calles. Enfrentados a la represión inscrita en el arte venezolano de la guerra, una manifestación se dirigió a las laderas del infecto río Guaire, el depósito de todas las aguas negras de Caracas. Los líderes estudiantiles amenazaron al gobierno con zambullirse de cabeza en la vorágine de heces flotando. La apuesta funcionó: fue así como lograron renegociar el presupuesto. Veinte años más tarde, en el 2017, el arte venezolano de la guerra no sería tan indulgente. El cinismo se había apoderado de las fuerzas del orden, quienes empujaron a los manifestantes a lanzarse a esas mismas aguas del Guaire. Una manifestación pacífica fue gaseada con un sadismo inaudito. Los marchistas, asfixiados en una nube de lacrimógenas, no tuvieron otra opción que atravesar el río contaminado.

Este ejemplo es ilustrativo de la degradación de la sociedad venezolana. Lo que otrora fuese una amenaza que logró hacer plegar al gobierno, “o renegociamos el presupuesto, o los estudiantes nos arrojamos al Guaire”, fue recibido con burlas y descalificaciones en el 2017. Un miembro nefasto de la nomenklatura chavista, Jacqueline Farías, tuiteó con sorna, “¡se (bañaron) sabroso!” ante la imagen de sus conciudadanos huyendo por el río. Pedro Estrada estaría orgulloso de ella. El arte venezolano de la guerra hinchó su pecho y lanzó una carcajada macabra.

Así, llegamos al 2017, con mi familia, al igual que millones de venezolanos, haciéndole frente a un cerco policial. El arte venezolano de la guerra ha madurado: ya no es el niño al que le gustaba jugar al sadismo. Se ha alzado hasta al Panteón de la ignominia, donde entró gracias a sus despliegues de violencia e irrespeto a la ley internacional. Ciudadanos civiles son enjuiciados por tribunales militares. Se encierra a nuestros jóvenes en bóvedas de banco devenidas prisión, treinta metros bajo tierra. Sufren torturas blancas: las ONG que vigilan los Derechos Humanos alrededor del mundo han escrito denuncias y manifestado su preocupación. Pero el arte venezolano de la guerra permanece imperturbable. Abre su hocico, muestra sus afilados dientes: engulle a la jueza Afiuni entera. Vomita “gas del bueno”. Electrocuta decenas de ciudadanos misteriosamente en la cerca de una barriada. Balacea marchas. Se ríe mientras el petróleo sale a borbotones por su boca, sus ojos. Afinca la bota, estrujando el cuello de un inocente. Rompe violines. Se mofa de un manifestante desnudo con una Biblia en la mano. Apila cadáveres. Y Venezuela continúa su carrera desenfrenada hacia la destrucción.

¿Cómo se puede contrarrestar al arte venezolano de la guerra? ¿Cómo forzar la apertura del puño para retirar la cachiporra, la pistola, la bomba lacrimógena? ¿Cómo desinflar este sadismo alimentado por nosotros mismos como el It de Stephen King?

Venezuela no es el primer país partido en dos, dividido en dos frentes irreconciliables. No somos los únicos en deshumanizar al adversario para justificar su destrucción. Pero la reconstrucción nacional pasa por una evaluación del horror que hemos creado. No, los Guardias Nacionales no son cubanos desalmados. Los colectivos somos nosotros: así como lo fueron los cabilleros, la Seguridad Nacional, los chácharos. Esta es la Venezuela que tenemos. Hemos normalizado la violencia. Sin embargo, somos muchos los que repudiamos las atrocidades.

Mi familia siempre luchó, lucha y luchará. No somos los únicos. El espíritu de libertad sigue vivo. Bajo las espesas capas de brutalidad, bajo el abuso y la tortura, algunos seguimos siendo humanos. No podemos darnos por vencidos. Claudicar es entregarle el país a la barbarie. Seguiremos marchando, opinando, escribiendo, haciendo arte e investigaciones científicas. Porque nosotros nos negamos a que nos reduzcan a una horda de animales de instintos primitivos. No nos doblegarán. Así, cuando en el futuro el mundo voltee y analice este período, podrán ver que en Venezuela hubo y hay dignidad. Que hicimos lo posible por enderezar la historia. Sin balas, sin palos, sin amenazas. El tiempo dirá hasta qué punto fuimos exitosos.

(Conferencia leída en el evento “Derechos Humanos y crímenes de lesa humanidad en Venezuela”, en París, el 25 de julio de 2017, publicada en: http://www.el-nacional.com/noticias/entretenimiento/arte-venezolano-guerra_196645).

 

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Islam, democracia y occidente, según Boualem Sansal

El intelectual argelino Boualem Sansal dio esta entrevista a propósito de su libro “2084: el fin del mundo“. En su novela, siguiendo los pasos de Orwell, el autor plantea un mundo desolador gobernado por una religión totalitaria. El gran Dios, “Abi” se venera en “Abistán”, donde se habla una “Abilengua” que impide la herejía. Personalmente, la novela me pareció bastante limitada, pero Sansal es extremadamente agudo en las entrevistas. Sus opiniones, como escritor perseguido y detestado en su país, son centrales para el debate contemporáneo. Acá les dejo un pedazo de la entrevista.

-…El mundo de 2084 parece ineluctable. Sin embargo, la pregunta es, ¿puede coexistir ese mundo con el nuestro o necesita destruirnos para poder existir?

-[Boualem Sansal]: La verdad no lo sé. Cuando veo lo que sucede con DAECH (El Estado Islámico) me digo que, efectivamente, esa gente no puede existir sin destruir al otro. Son como el oxígeno: ocupan todo el espacio que se les ofrece. Tal vez sea pesimista, pero es lo que veo en todos los países donde ellos han avanzado. Cuando los islamistas llegaron a Argelia, estábamos dispuestos a aceptarlos. Pensábamos que era nuestro deber dejarlos ser libres, practicar su fe y existir como ciudadanos, igual que los demás. Pero ellos no lo veían así. Decían: “hablamos en nombre de Dios, y Dios no comparte”. A través de la historia, si seguimos el desarrollo del Islam, siempre procedía de la misma manera en los territorios conquistados. Ofrecía varias alternativas a la gente: la conversión, la muerte o la sumisión. El califato otomano poseía más de cinco mil artículos dedicados a los dhimmis; esos ciudadanos, más que todo cristianos o judíos que obtenían una libertad de culto restringida a cambio del pago de varios impuestos. Esta concepción del “otro” no parece posible hoy en día. Lo que pasó en Argelia, lo que sucede ahora con DAECH, demuestra que la idea que prevalece es la disparición del otro. Ya sea convirtiéndolos o matándolos. Houellebecq imagina otra manera: la toma del poder usando las armas del otro, con su filosofía, su ciencia política, su marketing. Es exactamente lo que hace el AKP en Turquía, utilizar un sistema democrático antes de destruirlo desde adentro.

-¿Son los partidos islámicos incompatibles con la democracia?

-B.S.: En el mundo musulman son incompatibles. Nadie quiere eso. O tal vez una democracia musulmana, que dejaría de lado a los inmigrantes y a los dhimmis. En cambio, en occidente, los movimientos islamistas no tienen otra opción que jugar el juego democrático, ya que no pueden enfrentar la fortaleza de occidente de otra manera, por las armas, por ejemplo. Los comunistas, con todos sus medios, lo intentaron por la fuerza y ni siquiera lograron propinarle un arañazo. Entonces, hay que pasar por las elecciones. Creo que Houellebecq se divirtió escribiendo ese guión, pero que no cree que sea factible. Los islamistas jamás ganarán las elecciones en Francia.

-Entonces, ¿la alternativa en Francia es crear bolsillos de “Abistán”?

-B.S.: Es exactamente eso. Y los islamistas lo han entendido muy bien. Vieron la trampa que representa para ellos la democracia: es un ácido que los disuelve, donde perderán todo combate. Entonces, se aislan y crean pequeños Abistán. En Francia, tienen veinte años haciendo eso, con Abistanes más o menos grandes, de diferentes creencias religiosas. Algunos están en la conquista física, otros en la conquista espiritual, como Tariq Ramadan. Estemos claros: Tariq Ramadan no le haría daño a una mosca, pero pretende convertir a todo el planeta. Así, lo hace de manera muy inteligente, utilizando la democracia, pero sin creer en ella. Ha constatado que no se puede enfrentar a occidente en su terreno, a menos que sea para ridiculizarlo. Que es mejor trabajar para reforzar la posición de los pequeños Abistán. 

-¿Tiene miedo de que DAECH siga creciendo hasta imponer el imperio que usted describe en su novela?

-B.S.: No, DAECH no me preocupa ya que es un movimiento delincuente. Tenemos toda la legitimidad y los medios para combatirlo. El islamismo djihadista es una rama muerta de la evolución del Islam, que siempre ha existido pero que jamás logró instalarse ya que carece de ideas. No se puede gobernar a los hombres como en un cuartel militar. ¿Por qué no podemos luchar contra ellos entonces? Pues, por los daños colaterales. Durante la guerra de Argelia, después de la erradicación de la guerrilla rural, el FLN se lanzó al terrorismo urbano. ¿Cómo combatirlos? Los poderes políticos no lo saben y siempre cometen el mismo error: le dan al ejército poderes policiales. ¿Y qué hacen los militares? Arrestan a todo el mundo, torturan y matan hasta darle una victoria moral a quienes combaten. Los militares sólo saben hacer la guerra clásica, no saben pelear guerras asimétricas. Es por eso que me opongo a los bombardeos y las invasiones militares. Sí, se puede bombardear a un campamento de djihadistas, pero eso coloca a toda la región en un estado de crisis y de terror tal que luego aparecen los flujos migratorios y los desplazados. Hay otra manera de confrontarlos: con la inteligencia, y las armas no son inteligentes. La primera cosa inteligente hubiese sido de poner a Arabia Saudí, Quatar y todos aquellos que financian el djihadismo frente a sus responsabilidades. Ya que si no podemos vencer a DAECH con las armas, a esos estados sí que podemos confrontarlos. Hay que hacer presión con la diplomacia, peleando contra el arma petrolera. Hay que empujarlos a denunciar la retórica djihadista, para que el Islam y sus ideas puedan renovarse. Para terminar, occidente también debe pensar el Islam sin todo el folklore. Si lo hubiesen estudiado mejor, hubiesen entendido el lado irreductible de toda religión.

Boualem Sansal en “Lire” Nº 441, Dic. 2015.

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“Occidente” contra “Oriente” y otras falacias analíticas

Explosión en la Mezquita del Profeta durante el Ramadán

Es imprescindible luchar contra esa tentación perversa de leer el mundo en claves de “nosotros” contra “ellos”. Términos arbitrarios, cargados de violencia semántica, como “Occidente” versus “Oriente” que dividen a los seres humanos. Es un estructuralismo primitivo, que supone un “Occidente” racional, científico y progresista, contra un “Oriente” fundamentalista, anticientífico y barbárico.
Dos comentarios vienen al caso. El primero es que esa división arbitraria que condena al atraso todo lo que está “allá” jamás ha sido uniforme. Un breve repaso de la historia muestra cómo esta frontera se ha ido moviendo a través del tiempo. De hecho, en el siglo XIX, la “puerta hacia Oriente” se encontraba… En Viena. Así, si Usted cree o pretende manejar la tesis de “Oriente” versus “Occidente”, deberá darse a la tarea de uniformar y sintetizar todo ese “Oriente” en uno solo. En literatura, por ejemplo, creer que el “Salambo” de Flaubert, que sucede en Cártago, y el “Ozymandias” de Shelly, donde “Oriente” está en la India, describen la misma otredad, es un trabajo semántico que les dejo. Ni hablemos de los orientalismos de Goethe y Victor Hugo.
El segundo comentario es la obviedad de que los atajos explicativos siempre se quedan cortos. Si esto es una “confrontación entre Oriente y Occidente”, ¿contra cuál “Occidente” se actuaba exactamente en el atentado de Estambul? Si el “Oriente” odia al “Occidente” y “rechaza sus valores”, ¿cuáles valores se estaban rechazando al poner una bomba cerca de la Mezquita del profeta en pleno Ramadán?
No tengo todas las respuestas. Con esto, sólo pretendo distanciarme del vértigo analítico que busca responder inmediatamente, de manera tajante y sin dejar lugar a medias tintas o interpretaciones alternativas, a cada atentado y ataque.
P.S.: Entiendo lo álgido del tema y la necesidad, en redes sociales, de manifestar solidaridad automática a una causa, denigrando o burlándose de los que están en el otro bando. Por ello, no pretendo responder comentarios en este hilo que estén pasados de tono o sean agresivos. Sientanse libres de dejarlos, la libertad de expresión implica que tienen derecho a manifestar su ignorancia e islamofobia. También implica que yo no tengo que leerlos ni responderles.
Buen día.
V. U.

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Noticias del futuro: PRESIDENTE HUGOGOGOGO ANUNCIA INAUGURACIÓN DE CENTRAL NUCLEAR EN VENEZUELA

PRESIDENTE HUGOGOGOGO ANUNCIA INAUGURACIÓN DE CENTRAL NUCLEAR EN VENEZUELA

El Presidente de la República Bolivariana Socialista Pranera ¡Upa Cachete! Mujeres Bellas de Venezuela* (RBSP¡UC!MB de Ve.), Hugogogogo Rararf**, dio unas declaraciones incendiarias en el cenáculo de la Sociedad Why Can’t We Be Friends? de Naciones, ayer. Después de denunciar que el Magallanes era el equipo que merecía ganar la Serie del Caribe y Asia contra Corea Unificada, su verbo locuaz se concentró en la decisión de su país de abrir una central nucelar.

 

Refutó las insinuaciones de Los Estados Armados de Cheeseburger, según la cual el proyecto infringía los acuerdos de la Cop 21 a la 48, pero también los de la COP-Es-En-Serio, la COP-Reloaded y la Re-COP-Ahora-Sí, de años recientes.

 

“Acabaremos con el oscurantismo, ¡viva la luz!”, exclamó, prometiendo la creación de energía necesaria para el país caribeño. Aseguró que el Ministerio ¡bbbbzzzt! de Energía y Minas Chinas trabajaba sin descanso en la construcción de la nueva planta nucelar.

 

“¿Cómo pretenden llevar a cabo el proyecto con éxito, si han fusilado a todos los ingenieros?”, preguntó el clon de Vladimir Putin. Hugogogogo Rararf respondió con vehemencia que los ingenieros no saben nada, porque son encarnaciones de la educación burguesa de explotación. “Nuestros obreros, bajamente calificados, están apretando botones aquí y allá para echar en marcha la central. Es el método de error-error-error-y ensayo, inventado por la ensambladora venezolana de barcos Pluf”, agregó.

 

Esta nueva confrontación entre la República BSP¡UC!MB de Venezuela y la Comunidad Internacional pone en riesgo los frágiles acuerdos obtenidos recientemente y amenaza con desestabilizar el Medio Oriente***, y la guerra de los cientólogos contra la Iglesia de los Santos de los Últimos Días en torno a la reliquia del gargajo divino.

 

Seguiremos informando.

*Entre los años 2025-2032, Los diferentes gobiernos del país, ante la crisis económica y su incapacidad de llevar a cabo proyectos de envergadura, decidieron dejar como único legado, un adjetivo para el nombre de Venezuela, que sería agregado al adjetivo anterior.

**Nuestro actual Presidente, Hugogogogo Rararf, ha sido una inspiración para la población. Hijo de una familia con discapacidades, supo sobreponerse a la tartamudez de su padre hasta hacerse con la presidencia del país. Su padre ha declarado, por escrito, que quería homenajear al Comandante Hugo Rafael Cabello (2018-2055) pero la impaciencia del registro notario cercenó el nombre.

***Esta fórmula periodística estuvo en boga en los portales web de la época. Era un non-sequitur periodístico, ya que todo, siempre, ha amenazado con desestabilizar el Medio Oriente.

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Memorias de la frontera: La historia de Mayi

En esta época del año recuerdo a mi mejor amigo, Mayi, caído en la lucha por preservar nuestra democracia y nuestra libertad. Habíamos sido afectados a un cuartel en la frontera durante nuestro servicio militar obligatorio. Entablamos amistad entre cigarrillos, aguardiente cocuy y prostitutas aindiadas. Su espíritu emprendedor y su verbo dicharachero lo hicieron muy popular entre los demás soldados; su pérdida nos impactó a todos.

Fue durante un ataque de las FARC a nuestro puesto que él perdió la vida. O del ELN. O tal vez fue alguien detonando cohetones para celebrar la victoria del Magallanes; lo cierto es que el Comandante sonó la alarma.

Así, procedimos a ejecutar la maniobra de repliegue, que consistía en correr desordenadamente en todas direcciones imitando sonidos de animales. Era una estrategia que buscaba desorientar al enemigo y llenarlo de terror ante una posible estampida. Para llevarla a cabo con éxito, los soldados habíamos sido divididos en grupos según nuestra capacidad de imitar los cantos, gritos y cacareos de la fauna venezolana. En mi caso, mi condición de citadino empedernido me había alejado de la naturaleza: carecía de todo talento para ulular, rugir o incluso graznar. Lo más cerca que llegaba al reino animal era que podía hablar con la voz del Pato Donald. Por eso terminé en una borgiana categoría-para-los-que-no-entran-en-ninguna-categoría, junto a un sifrino de Santa Fé que cantaba canciones del Topo Gigio y un maracucho que se desgañitaba gritando “Cristo fue” y pretendía pasar por un ave.

Entonces, cuando el Comandante activó la táctica de repliegue, el cuartel se llenó de aullidos, trompetazos de elefante, alaridos y baladrones. Mi grupo arrancó hacia el suroeste, con el sifrino cantando “Quiero ser como papá”, el maracucho gritando “Cristo fue” y yo, agregando cuács a mi voz ronca y patosa, de Donald.

Pues el pobre Mayi, en vez de estar agitando los brazos y clamando como guacamaya en el patio en dirección noroeste, se encontraba en el baño, en una postura nada decorosa. Sin embargo, activó la maniobra de repliegue con la disciplina esperada de un soldado venezolano: salió disparado de la letrina gritando ¡brááákkks!, mientras buscaba a sus compañeros de grupo.

Fue entonces cuando la suerte, esa ramera, se le volteó a mi amigo. Mayi había olvidado subirse los pantalones, por lo cual se le enredaron los pies y cayó estrepitosamente al suelo. Un rastrillo olvidado yacía justo en el lugar. Mayi se derrumbó, cabeza adelante, sobre el instrumento y se lo clavó en el ojo derecho.

Por supuesto que el entrenamiento militar que recibimos nos permitía sobreponernos a contratiempos menores, como la pérdida de un ojo. Mayi se puso de pie, se subió los pantalones y se arrancó el glóbulo ocular, que pendía de un hueco en su rostro gracias al nervio. Pero la verdad es que, cuando te toca, te toca, ya que Mayi, listo para reintegrarse a la maniobra, había perdido toda visión de su flanco derecho.

Esto explica por qué no reaccionó cuando escuchó al caimán. En aras del preciosismo, vale la pena decir que en el cuartel había un grupo “cocodrilo”, no “caimán”, pero en el medio de la operación, ¿quién podía distinguir sus sonidos respectivos?

Mayi no reaccionó, ni siquiera volteó. El caimán de verdad, que lo cercenó a la mitad como en la película Tiburón I, lo tomó completamente por sorpresa.

Cuando pasó la alerta, el Comandante deploró la pérdida de mi amigo y ordenó que recogieran sus entrañas, desparramadas en un charco rojizo cerca de las barracas.

Sus restos fueron enviados a Caracas, donde el Presidente Ramón J. Velázquez condecoró lo que quedaba del torso del soldado con una medalla de guerra. Fue enterrado con honores como adalid en la lucha por la libertad, en La Avenida Los Próceres. El Presidente mandó inscribir una placa cerca de la fuente con su frase favorita, “A la mía que le pongan huevo”, running joke que Mayi repetía con entusiasmo en los contextos más disímiles (habrán adivinado que de allí venía su sobrenombre).

Ahora, con el paso del tiempo, la placa se ha gastado, dejando sólo la mención “huevo” cerca de la Plaza. Los pietones confunden la inscripción con una injuria típicamente venezolana (aunque bien escrita), y se ríen. Pero pocos conocen la verdadera historia de Mayi, patriota, héroe y ejemplo para nuestros jóvenes.

Que en paz descanse.

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What comes after Trump?

Great debate, guys. Keep it up.

As a foreigner looking at the US elections from Europe, I’d like to give you my two cents. Bear with me: this is not another anti-Trump rant. Those are (too) easy, they’re like making fun of Kanye West. We have too many of ‘em, and they’re not bringing anything to the plate apart from unnecessary pathos.

Of course, we could act all morally superior and talk about his racism and what not, using high-falutin’ words like “pathos”. What would that accomplish? We’d be accused of being educated snobs (oooh! Education! Baaaad…) failing to grasp what Hegel called Zeitgeist or, in Trump-speak: ya just don’t get it (Do check out my book, “Philosophy for Rednecks”, featuring chapters like, “Kant’s Categorical Imperative: Don’t shoot me chickens if yer dont want me shootee yee chickens”, “Pierce’s Semiotics: Of course snow is white. Whatcher, stupid or somethin’?” and “Nietzsche’s nihilism: Fuck all y’all”).

My point is that I really don’t understand the incendiary rhetoric around the guy. Trump didn’t appear ex nihilo (sorry, “out of the blue”. Philosophy for rednecks, ch.3, p. 45). His ideas aren’t some sort of alien virus infecting nice, amiable North Americans, à la (sorry, “like, ya’know”) Invasion of the body snatchers.

No, Trump is the natural reaction to progressivism in any country. We have tons of those in Europe: people who arbitrarily determine what being “French” is and reject all changes to the status quo (sorry, “the way shit is”. p. 76, op. cit.). You know who I’m talking about: OLD PEOPLE.

That’s who is supporting the guy, people with OLD IDEAS. More like feelings, actually: Trump’s “ideas” are inexistent, inapplicable or downright stupid. The discussion moved away from rationality (sorry, “thinking about stuff in a logical way”) long, long, ago. Because, seriously: who watches Fox News? Do you know anybody who does? Of course not. It’s OLD PEOPLE. I mean, I’m forty years old, and I don’t even watch television anymore. I barely turn it on when there’s a live football match (wait, what is it? Snooker? Soccer? Whatever it is you’re calling it over there nowadays). So you can imagine a 20-year old has no use, at all, for bullshit programs where idiots wearing ties go off about (snore) Ayn Rand or scream that Obama’s from Africa.

Expert on Islam and Marxism takes a stand

What I’m saying is that it is normal that a bunch of conservatives feel uncomfortable with “America” in 2016. They, just like conservative Europeans, want to go back to the idealized belle époque of their youth (sorry, “when we was kidz”). This is a laughable state of affairs: everyone wants to go back to their America, which was “the real one”, of course. Nobody says, “America was truly great in 1905. Then my Grandfather, Father and me came along and we fucked everything up. We were bad immigrants”. Of course not, just as Europeans don’t propose everything was fine and dandy when people were adoring the cult of Mithra but that afterwards, all those Christian migrants came along and lay that paradise to waste. “Make Europe great again: vote Dionyssios Bacchanal party. Build a wall with Christians!”.

So now that I’ve got your attention with my cynical tirade, let me lay it on you: This is what is going to happen.

Trump isn’t going to win (sorry, “ain’t gone’ win”). Calm down. It ain’t happenin’ y’all.

Why? Because this is what has happened up until now: A bumbling buffoon makes President thanks to daddy’s ties and takes to assaulting the English language, while sniggering at “experts” and “scientists” ‘cause, what do they know, right? You can fool me once, etc., that was funny and pathetic, but little more. Then, there’s a reaction to -gasp- the first Kenyan guy President of the US. A Communist who doesn’t want sick people to die because they’re broke. And… Presto ! A soccer-mom appears lowering the bar to unthinkable depths, if that was possible. She doesn’t understand how the most elemental things of the world work. She doesn’t get, like, how old the world is, or where the countries are. But that was fun, right? Not fun-fun: sad-fun, like the Indonesian smoking baby, fun.

Enter Donald, with his shenanigans and nonsense. Too ridiculous to be taken seriously. No content, no discourse, no rationality. Discussing Trump’s “plan” is like talking about Bush Jr.’s “paintings”, or whatever those godawful tableaux were.

So let me reiterate: it’s OLD IDEAS upheld by OLD PEOPLE who are afraid of change. Change was fine when they were the ones managing it, in their youth. That was cool, this is too much.

 

Think of it: when your Grandmother was young, black people couldn’t ride the bus wherever they wanted. Women didn’t smoke. Drugs were illegal, and you barely had a handful of those around. Casual sex wasn’t really a thing. Movies featured people prancing and dancing around every five minutes. Boring, 4×4 Black Sabbath rock was considered “Satanic Music”.

Now, Grandma has a black President. Women file for divorce if they want to. People are scouring pharmacies for legal medicine that’ll fry their brains, or snorting bath salts while listening to music with no lyrics. We have apps to hook up at any moment. Di Caprio got raped by a bear on screen for five minutes, in HD. People send dick pics via a cloud.

Did you really expect Grandma to be fine with this? Of course she’s going to rally around the white guy proposing walls and mass deportation. Heck, I’ll probably be a reactionary douche in 40 years’ time, too. When people are teleporting everywhere and wearing a Google Helmet all the time, sticking their penises in a socket to get off and injecting themselves with who knows what; of course I’ll back a Candidate wearing a flannel shirt and proposing to go back to the ‘90s, whilst blasting Pearl Jam all over the crowd…

 

Meanwhile, not only is Trump not going to win, but young voters will age, and old ones will die.

 

Which brings me to my final point: what’s the future of US politics?

The GOP is a caricature of itself. They’ve tea-bagged each other (wait, it’s tea-bagging, isn’t it?) into Trump land. None of them, not Cruz, nor Rubio nor the other clowns has a shot with young voters. They’ve alienated the party and gone off the deep end.

That’s why the Right-Wing in North America needs a rebirth. If they ever want young people to vote for them again, they have to separate themselves from the clown car of the GOP. Republicans will just get worse: they went from “W” to Palin to Trump; Hulk Hogan will probably be the candidate in 2020.

Personally, I’m far from being Right-Wing. But I do believe certain ideas within the neo-liberal context deserve to be discussed. It’s only by weighing these ideas, by confronting them and having a discussion, that I understand why I stand where I stand on certain issues. Unfortunately, as things are now, I don’t have anything to discuss. Muslims? Mexicans? Walls? Borders? Don’t be ridiculous.

I miss you, Right-Wing. I miss your half-baked ideas about a State-less Market Economy, and your myths about rapey Architects being super smart and rising to success. That’s why I think if you want to “save America from Trump”, you need to work on the after-Trump. You’re screwed now: that ship has sailed. Hordes of Conservatives will abandon your egomaniacal sociopath if Hillary runs for the Dems. You’ll have to live with that.

On the other hand, you can prevent a Hulk Hogan 2020. Or a Kanye West. Something ridiculous and embarassing down those lines.

The ball is in your court…

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La ironía en literatura

En su libro clásico de 1989, “Contingencia, ironía y solidaridad”, el filósofo norteamericano Richard Rorty proponía una teoría para cuestionar nuestras creencias y valores. Después de la destrucción del objetivismo y la aparición de una plétora de lecturas relativistas, ideas como “Verdad”, “Historia” y hasta “Sujeto” fueron abandonadas. Estábamos ante la tan cacareada “postmodernidad”, que podía ir desde el acuerdo “intersubjetivo” para establecer lo que creemos como cierto, hasta la “anarquía epistemológica” donde no podíamos siquiera establecer a ciencia cierta si había un elefante en la pieza o no.

 

En ese sentido, la habilidad de Rorty fue no oponerse frontalmente a este debate. Muchos lo hicieron; por lo cual sacrificamos hectáreas enteras del Amazonas para que alguien escribiera decenas de páginas tratando de afirmar que estaba seguro de que esta era su mano derecha, o que la luz en el cielo venía del sol. Aparecieron filósofos expertos en desmontar discusiones. John Searle intentó, durante las conferencias del “Giro lingüístico”, atacar a Jacques Derrida. Al norteamericano le hubiese ido mejor retando a Mike Tyson a una pelea de boxeo: Derrida, autor del “deconstruccionismo”, lo destajó, lo picó en cubitos y se lo comió con salsa bechamel (o napolitana; una salsa sólo existe como oposición -di(e)ferendo- a la otra).

 

Rorty se ahorró muchos dolores de cabeza, y cambios de nombre tipo “Searle=SARL” al no entrar en este debate. Su aporte entonces, fue *aceptar* el estado de las cosas y reflexionar sobre cómo avanzar en un mundo lleno de incertidumbre.

 

Así, apareció “Contingencia, ironía y solidaridad”. Es un tratado que establece una especie de va-et-viens entre lo que creemos saber y lo que se nos critica, para afirmar nuestra construcción de la “realidad” (con minúscula). El autor dice que debemos aceptar la “contingencia” de nuestras creencias, luego tener suficiente “ironía” para cuestionarlas y “solidaridad” para asumir que creemos lo que creemos, igual que los otros creen lo que creen. Es así como Rorty se deslastra de la discusión universalista, ya que en vez de decir, “las mujeres tienen derechos iguales a los hombres”, él dirá algo como “ya que soy norteamericano, mi creencia es que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. He cuestionado esta creencia, he escuchado los argumentos contrarios y, hasta ahora, sigo defendiendo mi punto de vista”.

 

Lo interesante de su postura es la idea de que podemos deshacernos de nuestras creencias y valores para cuestionarlos irónicamente. Muchos filósofos dirían que esto es imposible, que equivale a hacer desaparecer al individuo. Somos lo que creemos; si colocamos nuestras creencias entre paréntesis, ¿qué queda?

Para Rorty, gran parte de este movimiento “irónico” puede (o debe) hacerse a través del arte, especialmente la literatura. En sus últimos ensayos, el filósofo habla de Marcel Proust y de Vladimir Nabokov, escritores que nos permiten “ser solidarios con el sufrimiento ajeno”. Es decir, la literatura puede ser una forma de ponernos en contacto con el sufrimiento de los otros. He allí su importancia, su necesidad en nuestra sociedad.

 

Hablemos entonces de tres autores capaces de hacernos sobrepasar el clivaje nefasto oriente-occidente, aquel “orientalismo” que mecionaba Edward Saïd. Son los argelinos Yasmina Khadra, Kamel Daoud y Boualem Sansal, cuyas obras deben considerarse referentes centrales para la discusión política contemporánea a nivel global.

Yasmina Khadra es el “nom de plume” de Mohammed Moulessehoul. Sus libros, afilados y cuidadosamente ritmados, permiten al lector colocarse del otro lado del espejo. Es decir, hacer exactamente lo que proponía Rorty. No es lo mismo ver la guerra de Argelia desde el punto de vista del protagonista de “Lo que el día le debe a la noche“, o seguir la invasión de Irak con “Las sirenas de Bagdad“. De hecho, este último -su mejor obra, a mí parecer-, debería ser lectura obligada en los colegios norteamericanos. Si la novela fuese hecha película, debería llamarse “Iraki Sniper” y destruiría el filme de Clint Eastwood. Pero Khadra no se queda allí, su último libro, “Los últimos días del Raïs” es una increíble novela escrita en primera persona… Desde la perspectiva de Muamar Gadafi, en Libia. “Debí hacerle caso a Hugo Chávez y asilarme en Venezuela -dice el dictador cuando le están cayendo a bombazos en Sirte-. Ahora estaría tranquilo en una playa, no viendo este pueblo traicionarme”.

Kamel Daoud propone, en “Mersault: Contrainvestigación“, escribir la reacción a “El extranjero” de Camus, desde el punto de vista del hermano de la víctima. El libro se lee practicamente de un tirón, pues seguimos la conversación en un bar del protagonista, que se queja de que los medios le den prensa al francés autor del crimen, no a la víctima. Es como leer “La ilíada” seguido de “La eneida”: en la primera, Ulises es un genio capaz de diseñar planes y estrategias; en la segunda, es un cobarde que sólo sirve para engañar y esconderse en un caballo de madera.

Boualem Sansal quiere sobrepasar el debate actual sobre el Islam, proyectándose en el futuro. Su libro, “2084: el fin del mundo“, es una distopía que se centra en el único elemento que Orwell olvidó: la religión. En “Abistán”, una especie de religión post-apocalíptica de claras influencias islámicas domina el mundo. Abi, el profeta de Yolah, ha sentado las bases para la dominación después de la guerra nuclear que acabó con el mundo. Se lee más como ensayo que como ficción, ya que Sansal pasa su tiempo describiendo al mundo, en vez de las acciones del protagonista; pero sus ideas, elucubraciones y proyecciones bien valen el libro entero.

 

3 autores, 3 obras, 3 visiones capaces de abrir nuestros horizontes y evitar el conflicto al cual nos empujan hoy en día.

 

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