El centenario del nacimiento de la escritora francesa es un buen momento para volver a leer “El amante”, un libro pequeño y compacto pero polifacético, casi perfecto. Es un tour de force de la francesa, un texto que reivindica la libertad individual por encima de todo.
Confieso que, en esta época donde la novela tradicional y clásica parece demodé, Duras nos recuerda por qué la buena literatura no morirá jamás. Porque ante pasquines sin color ni profundidad, pero que forman trilogías dizque sexuales que terminan siendo llevadas al cine, el relato de Duras respira realismo por todos sus poros.
Sucede que las escenas de erotismo sugerido de “El amante” están muy por encima de las chapuceras aproximaciones que se proponen para el público conservador que compra novelas en aeropuertos. Porque el trabajo de Duras no es estrictamente sexual (aunque obviamente hay mucho de eso), sino que se erige como psicoanálisis familiar y retrato de la Indochina de la preguerra.
Para escenas de sexo tórrido tenemos a Sade, y hasta que alguien no escriba algo más chocante que la coprofagía de Justine, yo, por lo menos, no me ruborizaré (aunque Hubert Selby Jr. le llegó cerca con el sadismo de The Room).
Es por esto que admiro la pluma taimada y controlada de Duras, quien no tiene que recurrir al full frontal para transmitir la pasión de su personaje. En medio del clima húmedo y caluroso de Vietnam, siempre me pareció que la escena cortada de Apocalypse Now!, que Ford Coppola incluye en su versión Redux, tenía algo de durasiano. En la conversación francesa en el bungalow, veía a una joven Duras de dieciséis años lamiéndose los labios como Lolita en el fondo de la escena.
Marguerite Duras (né Marguerite Donnadieu) nació el 4 de abril de 1914, cerca de Saigón. En su centenario, busquen una de sus novelas y deléitense con una escritora formalista, en estos tiempos de apurada narrativa de consumo masivo y producciones cinematográficas de cuestionable calidad.
“Quisiera comerme los senos de Hélène Lagonelle comme él se come los míos en el cuarto de la villa china a donde voy cada noche para profundizar mi conocimiento de Dios. (…) Quiero llevar conmigo a Hélène Lagonelle, allí donde cada noche, con los ojos cerrados, me entrego al placer que me hace gritar. Quisiera entregar a Hélène a este hombre, que hace eso sobre mí, para que lo haga sobre ella. Esto en mi presencia, que ella lo haga de acuerdo a mi placer, que ella se entregue cada noche así como yo me entrego. Sería a través del cuerpo de Hélène Lagonelle que su éxtasis me llegaría, ahora definitivo”. (Traducción mía).

