Jon Roberts hace que Dexter quede como un niño de pecho:
“Para deshacerse de un cadáver, lo mejor es un barco. Una vez que se llega a mar abierto, se le revientan los dientes a la víctima con un martillo antes de echarlos por la borda. Después, con un cuchillo bien afilado, se abre el cuerpo desde el ano hasta el plexo. Los intestinos saltan como palomitas de maíz. (…) Los cadáveres flotan por los gases que producen los jugos intestinales. Si no hay intestinos, no hay jugos intestinales”.
La biografía escrita por Evan Wright, “American desperado”, es una obra increíble en muchos niveles. Por un lado, el lector sigue la vida agitada de Roberts, quien empieza como ladronzuelo en las calles de Nueva York y termina siendo parte importante de las familias criminales italianas de la época. Estamos hablando de los años de Carlo Gambino, heredero directo del mafioso original y creador de la Cosa Nostra, Lucky Luciano. Son los años de los nuevos mafiosi, como Roberts y John Gotti (con quien se enfrenta en una ocasión) movidos sólo por el dinero y oprimidos por las reglas anti-narcotráfico de los originales.
Así, después de que Roberts nos explica cómo golpear a alguien con un bate de béisbol, como estafar y robar compradores de droga y otras delicias, él termina manejando el lucrativo negocio de las discotecas nocturnas de Nueva York. Se codea con Hendrix y Warhol; se transforma en una superestrella de la vida nocturna neoyorkina.
Hasta que se ve obligado a huir a Miami, después de matar a alguien.
A pesar de este frenético preámbulo, la historia de Jon Roberts es apenas ahora cuando comienza. Porque Roberts se convertirá, gracias a su astucia y talento, en el mayor narcotraficante norteamericano de cocaína en los ’80. Ayudado por un wunderkind de la mecánica que logra construir barcos y aviones prácticamente indetectables para la DEA, su organización se erige en el puente entre los carteles colombianos y todas las ciudades americanas.
Jon Roberts conoce a Pablo Escobar. Jon Roberts está presente en la guerra que opone a los cubanos y los colombianos en los ’80. ¿Sabes quién es el banquero de Roberts? Manuel Noriega. Sí, el dictador de Panamá, con el que Roberts inhala coca y quaaludes.
No sólo eso, sino que Roberts se convierte luego en una ficha importante en el envío de armas a los Contra de Nicaragua, donde trabaja… Para George Bush padre (cuando este estaba en la CIA, bajo Reagan).
Pero quizá lo más fascinante del libro es la desfachatez y la sinceridad de Roberts: “soy un psicópata”, nos explica en más de una ocasión, “estoy seguro de que iré al infierno”.
Ahora, casado y con un hijo, vemos el retrato de un hombre que no pretende redimirse –pues sabe que es imposible-, pero que quiere que su hijo tenga una vida derecha.
Supongo que es algo difícil, cuando el cantante Akon le dedica una canción a tu padre llamada “Cocaine cowboy”, que Mark Wahlberg está en conversaciones para hacer su rol en una película y que a nuestra sociedad le encantan los chicos malos.
Si no quieres leer el libro, también puedes buscar el documental “cocaine cowboys”, mucho más sensacionalista, menos personal e introspectivo.
