Una de las mejores novelas que he leído en estos últimos meses, es “The devil all the time” (El diablo a todas horas) de Donald Ray Pollock. Es una novela anclada en el fundamentalismo cristiano del Bible-belt de la América profunda: un entramado de historias que se cruzan con gran maestría, donde los personajes están trabajados a la perfección.
Su estructura, un modelo de caja china a lo Crónica de una muerte anunciada, propone saltos arriesgados en la narrativa antes de tranquilizarse y reducir la historia a dos grandes ejes.
Pollock nos entrega una novela deliciosa, corta y concisa, llena de imágenes que parecen sacadas de los hermanos Cohen, pero con giros agresivos y sórdidos dignos de los grandes herederos de Faulkner. Hay asesinos en serie, curas lascivos, sacrificios animales, y demás; mientras Pollock nos pasea por el desolador Midwest donde la esperanza ha desaparecido.
Sólo queda la posibilidad de que esta oscura realidad, de pobreza americana y proletariado contemporáneo, signifique la puerta a un mundo mejor en el más allá. Sin embargo, los personajes de Pollock están condenados: mientras más tratan de escapar de sus miserables vidas, más se dan cuenta de que el diablo los acecha, y no los dejará escapar.
“El cura estaba enfermo de ver tanta muerte, tantas oraciones que había dicho sobre los cuerpos apilados de soldados muertos y pedazos de cuerpos humanos. Le dijo a Willard que si la mitad de lo que conocíamos como la historia era verdad, entonces para lo único que servía este mundo depravado y corrupto era para prepararnos para el más allá. “¿Sabía usted -le dijo Willard al chofer-, que los romanos solían quitarle las vísceras a los burros y cocer a los cristianos vivos dentro de los cadáveres animales? Así, los dejaban afuera para que se pudrieran al sol”. El cura estaba lleno de este tipo de historias”.
Definitivamente, lo mejor que he leído de literatura norteamericana desde “El alfabeto en llamas” de Ben Marcus.

